La niña que se convertiría en un símbolo de la lucha por la igualdad racial entre negros y blancos nació en San Bethleham, Tennessee, el 23 de junio de 1940, una zona rural que representaba muy bien la segregación en la que se encontraba la raza de color en la América profunda que tanto inquietó a Mark Twain.

El atletismo sería su puente y su paso.

Wilma Rudolph fue la hija 20 de un matrimonio que tuvo en total 22 descendientes. Fue ejemplo de la implacable voluntad de la naturaleza; gacela en medio de la selva.

A edad muy temprana sufrió poliomielitis. Además, neumonía y fiebre escarlatina. Los doctores no dieron crédito a tan desalentador diagnóstico. Muchos males para un solo cuerpo.

Pocos —incluidos los médicos— creyeron que la Rudolph pudiera caminar de manera normal en el resto de su vida. Mucho menos que pudiera correr o practicar cualquier deporte. Pero la tenacidad es un arma contra el azar, por muy desalentador que este sea.

Poco a poco, la niña logró dar sus primeros pasos sin tambalearse. Con mucho empeño, y ante la incredulidad del entorno, logró incluirse en un equipo de baloncesto de Tennessee. Los dioses olímpicos se sentaron a ver pasar un prodigio.

Cuando cumplió 16 años, Wilma ocupó un lugar en el equipo que representaría a Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de Melbourne 56.

La niña que superó la polio y la fiebre reumática, la increíble muchacha de Tennessee, fue derrotada —otra vez, la vida y sus exámenes— en la primera ronda de los 200 metros planos.

Tampoco claudicó.

Rudolph fue llamada para ocupar un lugar en el equipo de basquetbol de la Universidad Estatal de Tennessee, en el que insospechadamente deslumbró por su vitalidad, su dinamismo y rapidez de reflejos. Cuando llegaron las clasificaciones para los juegos de Roma 60, ya se había convertido en la mujer más rápida de Estados Unidos. Fue inscrita en los 100, los 200 metros y el 4X100. Era una promesa contra el tiempo.

El 2 de septiembre de 1960, el Estadio Olímpico de Roma observó el milagro:

Wilma estableció récord mundial con 11 segundos flat para adueñarse del oro en los 100 metros planos. Era, en efecto, la mujer más rápida de la historia del atletismo. Tres días después, Rudolph ganó la medalla de oro en los 200 metros y el 8, junto con Martha Hudson, Lucinda Williams y Barbara Jones, se impuso en el relevo 4X100 con 44.5, que empataba el récord mundial de la prueba.

Como la de Edith Stein, el alma de Wilma fue incapaz de consentir cualquier tipo de cobardía, ninguna traición ante la verdad en la que se cree libremente. Lo suyo fue trabajar en lo suyo.

Rudolph se retiró del atletismo a los 22 años. Decidió ya no competir en Tokio. Fue elegida como embajadora de Estados Unidos en el oeste africano. Además de su activismo en Senegal en favor de los más desprotegidos, Wilma participó en las protestas en su ciudad natal en favor de la igualdad racial. Encabezó organizaciones sociales en favor de la práctica del deporte entre las comunidades más pobres de Estados Unidos, la mayoría negras del profundo Tennessee.

El 12 de noviembre de 1994 su familia anunció que había fallecido en su casa de Nashville, a causa de cáncer de cerebro.

Tenía 54 años.

La mística Margarita Porete promovió al comienzo del siglo XIV la búsqueda de una paz que se salve por la fe de sus obras. Wilma Rudolph fue la obra de la paz en acción.

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