La muerte pareciera en estos tiempos ser el accesorio de temporada, de moda. Tal pareciera que hacemos lo posible para que nos llegue, nos atrape y nos induzca en el sueño eterno estrangulando nuestra tráquea hasta dejarnos sin respiración. ¿No me creen? Basta con mirar las filas de muéganos que se hacen en las tiendas de ropa, de comida rápida, en el Centro Histórico, los bancos, en la CFE, etc. La muerte para el mexicano es como el toro en el ruedo, temida pero retadora. Me resulta preocupante más que gracioso que el mexicano no entienda lo que representa un metro y medio de distancia, ¿no les ha pasado que están formados sobre la marca que el establecimiento colocó indicando la sana distancia y alguien prácticamente está susurrando poesía en su oído? Más que gracioso, insisto, resulta preocupante.

La muerte ronda a nuestros personajes también, y ¿por qué no? Si todos en algún momento han salido del encierro. La Beba y Sofía fueron de compras, recordemos que ellas pertenecen a un estrato social de clase alta y podríamos imaginar que tal vez las tiendas en las que ellas compran al ser “exclusivas” sería casi imposible contraer cualquier impureza. Recordemos que este virus no conoce de economías, no creamos lo que alguna vez dijo el gobernador de Puebla: “Si ustedes son ricos tienen el mayor riesgo de enfermarse, pero si ustedes son pobres, los pobres SOMOS inmunes al virus”, si quisiéramos ver el retrato de la ignorancia y el horror, basta con mirar al autor de tales afirmaciones. Lo triste es que Norma parece pensar igual que el gobernador. Ella sigue haciendo su vida como si nada pasara, ahora que a su marido le va mejor desde que es chofer de doña Beba, sale no solo a hacer las compras necesarias sino también a darse uno que otro capricho, unas compras de ropa porque “¿Qué podría pasarme? Ni que fuera como la patrona de Mauricio que se anda paseando en los clubes, aviones y ‘restoranes’ caros, yo soy humilde y si hemos pasado hambres y nada nos pasó, pues cuánto y más un pinche virus”, se dice a sí misma mientras pasea a sus hijos en el centro.

Tomás ya se estableció en casa de Raúl, quien ha decidido pasar por alto el intento de homicidio que su adorado novio cometió contra Ximena porque el amor lo perdona todo, ¿no? Aunque desde que viven juntos la personalidad de Raúl se ha tornado grisácea, casi hasta el punto de la inexistencia porque tiene miedo, ¿cuál será su mayor temor? ¿Que Tomás sea capaz de lastimarlo nuevamente durante alguna discusión, o que nadie pueda “amarlo” como lo hace Tomás? ¿La muerte o la soledad?

No todo es malo para esta pareja en tiempos de cuarentena, contactaron a Raúl de una marca de ropa para ser la nueva imagen y del slogan: “Brilla, a pesar del encierro”. Esta tarde le harán una sesión fotográfica en su casa. Tomás observa al principio emocionado, pero después hace la conexión de lo que puede significar que su novio sea visto por todos: que pueda ser deseado por todos, tal y como lo fue Ximena.

—No me gusta la idea de las fotos, Raúl.

—Pero es una gran oportunidad y será nuestra única entrada de dinero Tomy, no podemos darnos el lujo de rechazarla. Recuerda que tus cuentas ya no son más tus cuentas.

—Aún así, no quiero que te vean.

—Me tienen que ver, ese es mi trabajo. No quiero discutir por esto.

Tomás guardó silencio, aquellas palabras ya las habría escuchado con Ximena meses atrás.

Ximena estrena un auto que su amado Pablo le regaló y como no es posible viajar a Estados Unidos, hacen una visita virtual a la tienda de Vera Wang, elige un bello vestido aperlado. Pero su felicidad parece desvanecerse esa tarde, pues Pablo tiene un ataque repentino de tos que pareciera ahogarlo, en camino al hospital le confiesa que lleva algunas noches con fiebre y que se siente muy cansado, que no quiso decirle nada porque no quería fracturar sus nuevas vidas, pero que es muy probable que el virus temido se esté incubando.

Al llegar a Médica Sur, el dinero no funciona para agilizar los trámites, un nuevo ataque de tos comienza y los médicos se lo llevan en una camilla, Ximena contempla como el amor se desvanece en los pasillos del hospital y cae de rodillas llorando como una niña pequeña. Los gritos de pérdida de los familiares que la rodean, las sirenas de las ambulancias y el correr de los médicos, cristalizan la imagen de una Ximena vestida de negro que se deshace de dolor.

Sofía tiene el nombre de Ximena en la cabeza desde que La Beba le contó que el hijo de Marisol era gay y que la mentada Ximena era una pantalla para librarse de una sociedad que no entiende de respeto ni de igualdad, ¿quién era Ximena y por qué sentía que existía una relación con Eduardo? Recordó que según Eduardo, Ximena era la esposa de un cliente llamado Pablo. Ese día ideó el plan de revisar el celular de su marido, para extraer el celular de Ximena y poder salir de dudas. Aprovechó que su esposo tenía una videollamada con Juan Carlos Albarrán para escabullirse en su oficina y cual serpiente silenciosa tomar entre sus fauces el aparato. Revisó los contactos y ahí seguía intacto el número del nombre ya maldito. Temblando hizo la llamada, sus largas uñas causaban estragos en las comisuras de sus dedos contrarios, hasta que una voz fémina que se quebrara contestó:

—¿Cómo te atreves a llamarme Eduardo? ¿Cómo puedes tener el valor de buscarme? ¿Qué quieres? ¿Qué más quieres de mí? —gritaba Ximena entre la gente del hospital.

—Quiero saber quién eres y qué tienes que ver con mi marido.

—¿Sofía? —preguntó con una vocecita casi imperceptible, pareciera que pensaba en voz alta.

—¿Quién eres Ximena? — aunque ya sabía la respuesta, su ira era desmedida.

—Pregúntale a Eduardo, Sofi.

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