Tomar miles de pastillas, extender los brazos para que la inyectaran hasta que la piel se le pusiera negra, exhibir su interior en una radiografía, dejar que le abrieran el cuerpo para cortar la adolorida carne; todo eso lo vivió la artista Gabriela Martínez al enfrenarse al cáncer. Y en medio de esa guerra entre la vida y la muerte comenzó un proyecto artístico que ahora presenta en el Museo de la Ciudad, con el nombre de Impermanencia.

Existen dos Gabriela Martínez, una a quien vimos coordinar sin cansancio la Muestra Internacional de Visible Invisibilización, Aproximaciones en torno a la violencia, la artista que participaba en performance y exposiciones, la maestra con la palabra exacta. La otra Gabriela se comenzó a construir cuando le diagnosticaron cáncer, enfermedad que le quitó peso y energía, pero nunca el ánimo de vivir y sin dudar, la hizo más fuerte.

“Me quedé cerca de un año y medio como flotando entre la vida y la muerte y estuve haciendo un registro fotográfico, técnicamente muy simple, usé mi teléfono; yo siempre le llamé un proceso de sanación desde el día uno, nunca pensé que me moriría, creo que todas las enfermedades tienen que ver con la actitud; hice registro de las transfusiones de sangre, de plaquetas, de mis brazos cuando los tenía todos negros, escribí algunas cosas de las sensaciones que sentía en los tratamientos”, platicó la artista hace más de un año a EL UNIVERSAL Querétaro, cuando ya había comenzado el proyecto de Impermanencia, y que terminó con apoyo del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) 2017.

En el texto de sala de la exposición, la misma Gabriela escribió: “Exploro campos del cuerpo y el cruce entre el arte y la medicina. La experiencia de vulnerabilidad me obliga a trabajar, como necesidad. Y esa necesidad la traslado al arte a través de distintos medios, o quizá, como forma de resistencia o como estrategia para reafirmar la vida (…) Este es un proyecto que me consume, pero a la inversa, me consume para volver a construirme, para volver a amarme, rehacerme (…) Amo profundamente la vida, su propia impermanencia, incluso amo a la muerte, hay mucho que me sostiene, pero fundamentalmente el arte”.

A los amigos y familia que estuvieron en este cruce, que fueron acompañantes en las peores noches, amorosos enfermeros, bondadosas almas que suplicaban un bocado para alimentar el cuerpo, Gabi los invitó a crear una obra y les dedicó un espacio en su exposición, bajo el nombre “Del cuidado de mi familia y mis amigos”.

En la inauguración de Impermanencia ahí estuvieron ellos, convivieron, celebraron la vida de Gabriela, su fuerza y la describieron como una mujer invencible, porque aún con todos los malestares físicos, nunca dejó de trabajar.

“El pintar me ha mantenido, me hace olvidarme del dolor un poco, del malestar físico, y como que también ejercito el cerebro, porque con el tratamiento como que te vuelves todo distraído; empecé a leer  y activar todo, voy hacia adelante, pero muy lento”, confesó en aquella entrevista Gabriela, en donde se le veía delgada, muy frágil y con un andar lento.

Ahora no, para su propia exposición se le vio subir y bajar con agilidad la escalera para montar las obras; y minutos antes de que se abriera la puerta al público, recorrió toda la sala arreglando detalles. Con esta exposición dijo estar cerrando un ciclo e inicia otro, porque la vida sigue.

arq

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