Dice el dicho popular que el pez no sabe que está mojado, porque nunca ha estado seco. Cuántas cosas que nos son inherentes, en nuestra ignorancia las dejamos pasar. Muchas se nos pierden por el camino sin pena ni gloria, y otras nunca llegan a ser parte consciente de nosotros. Dentro de ese vasto cajón de sastre, destacan aquellos derechos que nos son inalienables y que, sin embargo, al no ser conocidos por la población, en su mayoría, suelen ser violados constantemente.

En este breve espacio, me quiero referir al derecho que todos tenemos a participar activamente en la vida cultural de nuestra sociedad.

Al enunciarlo, entramos de lleno en uno de los grandes problemas: definir qué es cultura. Cualquier empeño que intente determinar algo que está en constante cambio, como lo es el tema del que hablamos, es en sí mismo, un esfuerzo inútil; pero una reciente definición generada justamente en nuestro país, me parece realmente hermosa por su amplitud y al mismo tiempo, por ir al núcleo del tema. Define cultura como: “todo aquello que dota de sentido individual y colectivo al ser humano” y yo diría más, es todo aquello que nos permite construirnos y reconocernos como seres humanos en este proceso siempre inacabado de ser y estar en este mundo.

La historia de nuestro derecho a participar en la vida cultural de nuestra sociedad arranca en 1948, con la Declaración Universal de Derechos Humanos. Para 1966, este derecho se explicita de manera un poco nebulosa, en la Declaración de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales, pero sin ahondar demasiado en ello, ya que los estados siempre han tenido miedo a los derechos culturales, en tanto que pueden estar vinculados a reivindicaciones territoriales o de distribución del poder. A ello, hay que agregar algo que no nos es ajeno: la cultura siempre se ha visto como un lujo.

Es hasta 2009 que el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU (CESCR) emite una observación donde desarrolla muy extensamente, qué es el mencionado derecho. Todos los estados que forman parte de la ONU, están obligados a respetar y cuidar que sus ciudadanos disfruten de él.

Su cumplimiento incluye, por ejemplo: el que un niño indígena pueda ser registrado con un nombre propio de su cultura, sin que ningún funcionario se lo impida, o que los diferentes grupos étnicos, tanto originarios como foráneos, de un determinado lugar, puedan desarrollar libremente actividades propias de su idiosincrasia, porque en el fondo, lo que el texto de la CESCR busca es que las diferentes culturas en el mundo se interrelacionen unas con otras. Que exista un diálogo, entendiendo éste como ser atravesado, ser penetrado por la cultura del otro, dando como resultado una interculturalidad nutritiva y viva, que a todos nos alimente.

Dentro de este derecho también está el que los estados deberán hacer un estudio del impacto que tendrá en su población los posibles recortes presupuestales, o que ese mismo deberá intervenir para que el acceso, por ejemplo, al cine o al teatro, sea posible para la mayoría de su población, no permitiendo que el mercado fije libremente precios abusivos que limite el acceso a cualquier manifestación cultural.

Nuestro país está lleno de manifestaciones artísticas y culturales maravillosas. En concreto, nuestro estado cuenta con un amplio catálogo de ellas, que tienen que ser favorecidas por los poderes públicos. Dentro están desde los encuentros huapangueros en la Sierra Gorda, hasta los conciertos de nuestra querida Filarmónica, pasando por los festivales de salterio, o de jazz y blues de los que ya disfrutan los queretanos. Una sociedad sana se manifiesta en sus actividades culturales, yo sólo he mencionado unas pocas dentro de mi ámbito, que es el musical, es necesario cuidar las manifestaciones que ya existen, y promover más a partir de la participación de toda la comunidad cultural, de manera que sea la misma sociedad la que se vea reflejada en estos proyectos.

Estoy convencido de que la mejor manera de salir adelante como país, es apostando por la cultura. En ella, se manifiesta nuestra manera de ser en el mundo y nos permite vernos a nosotros mismos como en un espejo, lo que tiene ya de entrada un efecto catártico, que nos conducirá a un mayor desarrollo humano, tan necesario en estos momentos.

El mundo capitalista nos pide que produzcamos. Nuestras duras jornadas de trabajo tienen como objetivo único la generación de algún tipo de bien tangible, almacenable y sobre todo, comercializable; pero el ser humano es mucho más que eso, y la cultura, la vida cultural a la que todos tenemos derecho, es quizás, la mejor manera de recordar que somos seres humanos.

Cultura en Querétaro

Murillo y la batuta del cooltureta
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