En su portafolio no le faltan una libreta y una pluma fuente, que son tan socorridas como sus cámaras Rolleiflex, Leica y una Nikon de las viejitas. Ahí están también sus cigarros, alguno de los tres encendedores Zippo (uno de los cuales tiene grabado el nombre Elizondo), sus lentes de sol y de lectura. Apunta en la libreta los proyectos, datos de los lugares, las fotos y documentales que hizo y hará.

Una de las cosas que más identifica a Paulina Lavista es que archiva de una manera meticulosa, conserva incluso los borradores y eso le ha permitido construir una memoria de su trabajo, junto al que hizo Salvador Elizondo, su esposo por 37 años.

Lavista, con un acervo de más de 100 mil negativos, tiene en ellos la memoria de escritores y artistas mexicanos y extranjeros con quienes convivió junto a su esposo; desde Octavio Paz y Juan Rulfo, hasta Carlos Fuentes y Jorge Luis Borges, a quien retrató en Teotihuacan en la que es quizás su más recordada foto, aunque recordados son también sus desnudos de vedettes para las revistas de los voceadores y otras publicaciones.

Documentalista, investigadora y fotógrafa, Lavista -quien es colaboradora de EL UNIVERSAL- realiza actualmente la serie Luz propia para TV UNAM y prepara en los 50 años de Farabeuf o la crónica de un instante, un documental acerca de la génesis de ese libro de Elizondo, que realizará con apoyo del Fonca.

Festejo. El próximo jueves, Lavista celebrará 70 años. Nació un 18 de junio, lo recuerda con énfasis, como Paul McCartney, Igor Stravinski y Efraín Huerta.

Originaria de la ciudad de México, estudió cine, pero dejó las aulas del CUEC de la UNAM para dedicarse a la fotografía que ha explorado con pasión y disciplina logrando construir una obra personal, donde destacan sus retratos, muchos nacidos de una complicidad casi mágica que teje con aquellos que tiene ante su cámara.

“La fotografía de Paulina es testimonio de su vida; eso hace sólido a un fotógrafo: cuando la fotografía está ligada a sí mismo. Gran parte de su obra es en torno de los retratos de personajes icónicos de México; vivió un momento histórico al lado del escritor maravilloso que fue su esposo. Es una fotógrafa fuera de serie, no se queda quieta, es luchona. Ha conseguido abrirse espacios aun contra corriente. Es una de las grandes fotógrafas mexicanas”, dice Enrique Villaseñor, fotógrafo y miembro del Consejo Mexicano de Fotografía.

Hay tres proyectos de la obra de Lavista que Pablo Ortiz Monasterio considera singulares: su relación con la vida y la cultura mexicanas, y más específicamente, con la literatura: “Documentó al mismo Salvador, a Paz, a Borges, a Fuentes, a su primo Mario Lavista. Son imágenes que ya tiene uno en la memoria”. Otro segmento singular es el de los desnudos de vedettes, “un tema delicado que hizo con una gran actitud humana, es una mirada de mujer, para un mercado masculino”. Y las salamandras : “Ella tiene una fascinación por este bicho rarísimo, y ha hecho imágenes maravillosas de esos animales”.

Para el fotógrafo Ortiz Monasterio, “Paulina es alegre, buena amiga, entusiasta, irradia eso, lo transmite y se siente también en su fotografía”.

Víctor Serrato, fotógrafo y asistente de Paulina, destaca que el trato que tiene hacia los que colaboran con ella es muy especial; recuerda que siempre está tomando apuntes, está observando y tratando de captar el momento. “Es una fotógrafa con sensibilidad para captar la esencia de muchas personas. Ha hecho retrato de muchos famosos, y han tenido trascendencia porque los ha captado, no en la típica pose, sino porque los ha dejado ser más ellos”.

“Lo que más me impresiona -agrega Serrato- es que siempre habla. Cuando estoy esperándola en la oficina de TVUNAM, siempre, lo primero que escucho es su voz, a dos o tres pasillos; siempre tiene que platicar con alguien, con el de intendencia que no conoce, con todo el que se encuentra en el camino”.

“La conocí como fotógrafa alrededor de los años 80; aunque no estaba en el diarismo sí hacía periodismo -cuenta Pedro Valtierra-. Era como muy aventada. En los 80 hizo unas fotos que fueron muy comentadas; yo me reunía con Nacho (Ignacio López) y Héctor García, y ella era como la heroína de los fotógrafos por las fotos que había tomado de Irma Serrano en esa época... ¡Imagínate, un desnudo! Me parecía atrevida, admirable, desparpajada. Nada formal. Es una mujer preocupada por el país, y en eso coincidimos. Es una fotógrafa con un sentido irónico muy particular”.

Hace más de 40 años que Armando Cristeto la conoció, cuando era asistente y amiga de Manuel Álvarez Bravo. “Ella, Graciela Iturbide y Antonio Reynoso fueron los fotógrafos que tuvieron una relación más estrecha con don Manuel. Paulina fue parte de ese momento en que las instituciones voltearon a ver la fotografía, en que la validaron porque era como el patito feo de las artes, un momento fundacional para la fotografía mexicana”.

Cristeto cuenta que en aquellos años, Paulina tuvo exposiciones que aún hoy son fundamentales en su carrera y en la historia de la fotografía, como la que presentó en Bellas Artes a comienzos de los 70; luego la exhibición por invitación de Álvarez Bravo, Tres mujeres en la fotografía mexicana , junto a Graciela Iturbide y a Colette Urbajtel, en la galería José Clemente Orozco (que ya no existe). Luego, en 1976, expuso en el Salón de la Plástica Mexicana: “Mercedes Iturbe invitó a una exposición a don Manuel y él pidió que se invitara a ingresar al Salón a diez fotógrafos entre los que estaban Walter Reuter, Enrique Bostelmann, Antonio Reynoso, don Manuel, Graciela, Colette y Paulina”.

“Pocos han tenido la distinción de exhibir en el máximo recinto, en Bellas Artes. Hace poco recibió la medalla al Mérito Fotográfico, por toda una vida, de la Fototeca Nacional, que es muy prestigiada entre los fotógrafos nacionales. Es una gran retratista con una sensibilidad muy especial para el retrato, con un pequeño cuerpo de trabajo muy novedoso, pionero: los fototextos, que emergen del comic y que es una solución que poco se ha usado en México. Paulina está pensando siempre en nuevos proyectos, es creativa. Yo resalto la solidaridad, solidaridad con colegas”.

La también fotógrafa María García, viuda de Héctor García, recuerda que convivieron muchas temporadas. “Sus retratos de la gente de la cultura son muy buenos, hemos hecho algunos libros juntas. Convivimos cuando Héctor y Salvador vivían, cuando todos los intelectuales, Carlos Fuentes, Fernando Benítez, García Ponce... Era una convivencia muy bonita”.

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