Pocas veces las monjas son noticia en Colombia. La mayoría de ellas vive su vida con suma prudencia: en comunión, en oración, ayudando a los más necesitados. Sin ningún afán de reconocimiento ni de visibilidad, y menos, de aparecer en la vida política.

Pero esta semana, dos monjas fueron noticia: la primera se hizo viral al sumarse a la eufórica comitiva que defendía al expresidente Álvaro Uribe mientras él rendía indagatoria ante la Corte Suprema de Justicia.

Con un megáfono en la mano, gritando arengas, dijo llamarse Adriana Torres y que ‘defendía a capa y espada’ a Uribe y que ‘llevaba el uribismo en la sangre’. Y afirmó que pertenecía a las Misioneras Carmelitas.

Al otro lado del mundo, en el Vaticano, la hermana Alba Teresa Cediel acaparaba la atención de los medios europeos con sus declaraciones en el Sínodo Amazónico, que se celebrará hasta el 27 de octubre.

Pero sucede que la primera monja, al parecer, no es la monja que dice ser. Y menos, de las Misioneras Carmelitas. La Conferencia de Religiosos de Colombia emitió un comunicado en el que descarta que ella pertenezca a esta comunidad. Y tampoco ha sido identificada en otra comunidad de la Iglesia católica.

La segunda, al contrario, es una monja con todos los créditos y el mérito necesario. Y aunque lejos de los titulares de la prensa colombiana, ha causado revuelo y generado noticia en no pocos medios de Europa como consecuencia de su testimonio misionero en la Amazonia –donde ha trabajado durante más de tres décadas– y por su postura frente al rol de la mujer en la Iglesia.

La hermana Alba Teresa nació en Piedecuesta (Santander) y pertenece a la comunidad de misioneras de la madre Laura Montoya, la primera santa colombiana.

Hablando con vehemencia –o parresía, diría el papa Francisco– se refirió a la problemática socioeconómica, política y eclesial que atraviesa la vasta región panamazónica, donde las misioneras lauritas marcan presencia en seis de los nueve países que constituyen el bioma, y han experimentado una y otra vez que “verdaderamente la realidad de la mujer amazónica es muy dura y triste”.

Así lo manifestó la religiosa colombiana en el Vaticano, donde se presentó el pasado lunes como representante “de la mujer indígena, afro, campesina; de las mujeres de la Amazonia y de las zonas urbanas de la región panamazónica, y también, de la vida religiosa”, antes de iniciar su intervención.

“Acompañamos a los indígenas en los diferentes eventos. Cuando el sacerdote no puede hacer presencia y se necesita que haya un bautismo, nosotras bautizamos”, dijo la religiosa. Y agregó que “si alguien se quiere casar, nosotras hacemos presencia y somos testigos de ese amor; y muchas veces nos ha tocado escuchar en confesión”.

Aunque, eso sí, aclaró que ellas no dan la absolución. Y esas declaraciones fueron las que llamaron poderosamente la atención de los medios europeos.

“Ha sido la que ha prendido la mecha de un asunto que levanta ampollas en el sector más conservador de la Iglesia. Ha asegurado que en algunas zonas y ante la escasez de sacerdotes, las monjas realizan algunas de las funciones reservadas al presbiterado”, señala un artículo de la periodista Elena Genillo en el diario español La Razón.

“Cediel insistió en que ‘la presencia de la mujer es muy grande y fecunda’ en la Amazonia y necesaria porque los sacerdotes y obispos tienen que estar de un lado a otro y ‘la Amazonia es demasiado grande y eso genera grandes costos’. ‘¿Que la participación de la mujer tiene que ser mucho más grande en la vida eclesial? Yo creo que sí, pero poco a poco. Vamos a llegar allá, pero no podemos presionar ni pelear sino dialogar’ ”, destacó eldiario.es.

El debate sobre si es lícito o no que una mujer y, en este caso, una religiosa, pueda tener una participación más directa en la animación de la vida sacramental de las comunidades, no es nuevo.

Para el teólogo brasileño Antonio José de Almeida, especialista en eclesiología y ministerios, es claro que “la Eucaristía es más importante que la condición personal de quien la celebra”.

Máxime en el contexto de la panamazonia. “Solamente en Brasil se estima que 7 de cada 10 comunidades solamente tienen acceso a la eucaristía una vez cada seis meses, un año, un año y medio, o hasta dos años”.

Una misionera en las selvas colombianas

La historia de Alba Cediel, la monja colombiana que generó revuelo en el Vaticano
La historia de Alba Cediel, la monja colombiana que generó revuelo en el Vaticano

La hermana Alba Cediel lleva más de treinta años como misionera en las selvas colombianas.

La hermana Alba Teresa sabe eso de sobra. Más de 36 años de su vida (tiene 61) los ha dedicado a las comunidades indígenas en Colombia. Ha vivido en Vaupés, Guainía, Casanare y el Catatumbo.

“Toda mi vida la he dedicado al servicio de los pueblos originarios, que me han enriquecido con sus valores culturales y espirituales”, dice.

La suya es una palabra que trasciende las discusiones de las curias y sus conventos, como también lo hizo santa Laura Montoya en sus días –hace más de un siglo–, más preocupada por la dignidad de los pueblos indígenas y afrodescendientes que por obtener algún tipo de prebenda eclesial.

¿Por qué le preocupa el rol de la mujer y de la Iglesia en la Amazonia?

“Porque he visto el desplazamiento y la violencia que han traído los grupos armados, porque me duelen los abusos que los indígenas sufren en su territorio, porque muchos y muchas de sus habitantes son víctimas de la trata o trabajan en prostíbulos, y porque es escandalosa la violencia que están sufriendo las mujeres en la Amazonia”, responde sin titubear la religiosa.Sobre la polémica con la supuesta ‘monja uribista’, como ya se conoce, solo expresó que le causaba indignación y que no valía la pena decir nada más.

Sor Inés Zambrano, la superiora general de las Lauritas –también presente en el Sínodo Amazónico– comenta que “el conocimiento profundo y crítico de la realidad y el aprendizaje de las lenguas indígenas son dos claves fundamentales para llegar a estas ‘periferias’ geográficas y aprender sus sabidurías ancestrales, aquello que los pueblos originarios llaman el sumak kawsay o buen vivir”.

No es, entonces, con nuevos ímpetus coloniales como se van a resolver los problemas que anidan en la selva amazónica sino con una actitud de escucha.

“Con frecuencia, hemos escuchado decir que la Iglesia es madre y maestra, pero tal vez ha llegado la hora de que también sea hermana y aprendiz”, como dijo la hermana Gloria Liliana Franco, otra colombiana que participa en el Sínodo, quien tiene la responsabilidad de liderar la Confederación Latinoamericana de Religiosos y Religiosas (CLAR).

Aunque las vocaciones a la vida religiosa son cada vez más escasas, la sucesora de Laura Montoya está convencida de que es necesario “mirar siempre a las ‘periferias’, como nos pide el papa Francisco, y salir de los “centros’ de confort”.

“Es lo que nos enseñó la madre Laura, la primera santa colombiana, que dejó su tranquila vida de maestra en 1914 para internarse en la selva, con los indígenas. En el caso de la Amazonia, estamos presentes desde 1927”.

Google News

TEMAS RELACIONADOS