“Un delfín es lo más raro que he cargado en toda mi vida”, ríe Genaro Mendoza Ramírez, quien maneja desde hace 26 años un camión de mudanzas. Inició este trabajo, después de haber sido liquidado por un ajuste de personal, de una fábrica de refacciones automotrices, donde laboró durante diez años.

“Había un show aquí en la Plaza de Toros, parecido a un circo. Metían a humanos a nadar con los delfines y daban un espectáculo o algo […] Sí… en serio, eran delfines, eran pescados grandotes”, asegura, al explicar que el negocio de mudanzas, no se limita a llevar los muebles de una casa a otra.

“Por lo regular manejamos mudanzas, pero cargamos todo tipo de objetos […] carga uno abarrote o ropa… La otra vez llegó un joven se le descompuso una camioneta donde traía puros smokings para Guadalajara. Me preguntó: ¿Puede llevar esto hasta Guadalajara?... y pues lo hice. Aquí carga uno, todo tipo de objetos… pero los delfines no se me olvidan… ¡Y échale!... Ese día llegamos a León y había un círculo que cavaron de tierra, donde colocaron una pecera. Cuando estaba todo listo, echaron a los delfines y ahí andaban… nade y nade bien contentos”, recuerda.

Aunque del anécdota con los delfines ha pasado una década, día a día los imprevistos suceden al dedicarse a este oficio. Después de haber sido despedido de la fábrica, Genaro originario del municipio de Corregidora, relata que con la liquidación compró una camioneta y comenzó a dedicarse a esto. Los primeros años trabajó con una empresa que se dedicaba al negocio, y después, decidió mantenerse en la base de la avenida Zaragoza.

El trabajo es variable al igual que los ingresos. Semanalmente puede ganar entre dos mil y tres mil pesos, pero la ventaja de mantenerse en este punto es que “es su propio jefe”. “Es variable, cuando hay viajes foráneos por ejemplo, uno gana más. Es impredecible y hay días, dos tres, en los que uno no saca nada, y por el contrario, hay que poner dinero para la gasolina, los permisos y todo eso”, dice.

La camioneta de Genaro es la más grande de la fila de vehículos que se estacionan diariamente en Zaragoza. El cajón de la parte trasera, de aproximadamente 2x4 metros cuadrados, sobresale de las otras unidades. El día de hoy, acaba de llegar de una un salón de fiestas, donde recogió las sillas, las mesas, los arreglos y otros objetos que quedaron como restos de una celebración. Al interior del vehículo, como recuerdo de la fiesta, todavía quedan un par de ramos de orquídeas.

Como parte de los trámites que realizan periódicamente para poder establecerse en la avenida Zaragoza y dedicarse a este trabajo, está la emisión del refrendo del Instituto Queretano del Transporte (IQT) cada seis meses que tiene un costo de 8 mil pesos, el seguro del vehículo, la tenencia y la verificación.

Anualmente, la inversión sale entre 18 y 20 mil pesos, sin contar con los gastos de gasolina o de reparación del vehículo. “El puro seguro sale a 7 mil pesos de una camioneta de estas con cobertura limitada, daños a terceros y protección contra robro. También se gasta en las fallas que le vayan saliendo al vehículo”, agrega.

No obstante, para trabajar en el negocio de las mudanzas también hay que tener cuidado. “Cuando un cliente no se ve seguro, no se hace el viaje. Uno tiene que tomar en cuenta muchos detalles, cuando no conoce a un cliente, tienes que verificar que esté pagada la mercancía”, advierte, al relatar que una ocasión uno de los compañeros de la base, realizó una mudanza de un joven de Guadalajara. Tiempo después, acudió la policía a preguntar el domicilio de la mudanza, porque era buscado por los judiciales.

A pesar de este tipo de inconvenientes, el dedicarse a la mudanza, trae satisfacciones, pues con los viajes que ha hecho durante estos 26 años, Genaro ha conocido lugares como Ciudad Juárez, Reynosa, Laredo, Matamoros en el norte del país. Al sur, ha viajado a Manzanillo, Acapulco, Guerrero y Coatzacoalcos, Veracruz, entre otros destinos.

“Este es un trabajo tranquilo. En la fábrica por ejemplo tienes que checar tarjeta de entrada, de salida y si no llegas a la hora no te dejan entrar. Aquí uno es su propio patrón, llega a la hora que quiere y se va a la hora que quiere. Viene el día que quiere. Yo estoy aquí de lunes a sábado, de 8:00 de la mañana a 6:00 de la tarde, llueve, truene o relampaguee”, concluye.

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