Flores de papel al cuello, acompañadas de collares de dientes de ajo, alguna cebolla y hierbas de olor: son los elementos que sazonarán el caldo del buey. El ingrediente principal da su último paseo por las calles de El Pueblito. Hoy es rey, mañana comida.

Este es el destino de dos toros de grandes cuernos, que parten del atrio del Santuario de la Virgen de El Pueblito, en medio de una multitud que, con celular en mano, documenta cada paso de los animales. Pasa entre la curiosidad y la tradición, la fe y la fiesta, entre los que alababan a la patrona festejada y los que dicen: “¡Salud!”, en cada oportunidad de descanso.

Así se vive el Paseo del Buey: animales “adornados” con elementos culinarios y otras ofrendas para la virgen, como tarros de barro (en donde se servirán bebidas) y botellitas de algún licor (mezcal o tal vez tequila). Todos los elementos simbolizan una ofrenda a Santa María de El Pueblito.

Con sogas al cuello y en el cuerpo, el animal es guiado por ganaderos, aprendices de ganaderos y los mayordomos (quienes son organizadores de la festividad), por las avenidas.

El jale de la cuerda instruye cuando debe hacer o no una parada. El equipo lo rodea con otra cuerda que indica la zona de restricción al paso, por aquello de los accidentes.

Primero, la bendición a las afueras del atrio del Santuario; para luego pasar a los fuegos pirotécnicos que anuncian la salida. Una comitiva, gente participante, otra comitiva, más gente y, después, los integrantes de la banda de viento, que no pueden faltar en las fiestas patronales.

El primer toro es blanco con algunas manchas cafés, en cada cuadra se detiene el contingente, que sin problema supera las 300 personas.

En el alto, quienes esperan el desfile, toman fotografías, videos, admiran al toro, algunos alaban y aplauden el evento, otros lanzan lamentos como “pobrecito”, “se le ve triste”, “lo van ahorcando”, “ni modo, mañana será el principal en la comilona”.

Nuevamente avanza la comitiva. Los toros, de vez en vez, brincan e intentan soltarse, pero entre la bola lo jalan para que no se escape y provoque algún accidente. Resignado, continúa su camino, sin saber que en unas horas sus carnes serán sazonadas para alimentar a cientos de cristianos.

El recorrido se hace en un circuito: primero toman la calle Josefa Ortiz de Domínguez, pasan frente al mercado de la localidad, llegan a la calle Cuauhtémoc, doblan en Ignacio Allende y siguen Francisco I. Madero hasta llegar a la plaza principal.

Algunas personas llegan desde temprano para encontrar un buen lugar y esperan pacientes el desfile, otros se quedan en casa, pues tienen la suerte de que el show, literalmente, llega a la puerta de su hogar.

Desde el segundo piso, para ver mejor el caminar, lo admiran; ahí están a salvo de cualquier “locura” de los bovinos, que se ponen nerviosos por la multitud. Otros, incluso, aguardan desde sus azoteas y, ya con panorámica, obtienen un mejor video o fotografía del momento.

Los que esperan en la puerta de sus casas aún tienen los ojos hinchados, es domingo por la mañana, lo que significa más chance de dormir un ratito más, pero la fiesta sin duda lo amerita; vale la pena salir hasta en piyama para atestiguar el desfile, que todos los años llega al mismo lugar, aunque con diferentes víctimas (ofrendas).

Otros, bañaditos y arregladitos, llegan temprano para la misa y para luego disfrutar del domingo en familia. Unos más, con cerveza en mano, están agarrando la fiesta o, en el peor (mejor) de los casos, no la acabaron y el desfile es el pretexto para continuar la parranda con los “cuates”.

Un joven de botas y sombrero, camisa a cuadros y chaleco tipo salvavidas, desiste de continuar: la cruda y el sol no son la mejor combinación luego de pasar la noche en vela. Tres tropiezos después y unos intentos más por permanecer en pie, lo llevan a sentarse en la banqueta y, cual soldado caído, le pide a sus compañeros “que sigan sin él”. Perdió la batalla.

Los niños más afortunados van en los hombros de sus papás, a pesar de eso estiran el cuello para alcanzar a ver qué hace el toro, hacia dónde van los cuetes o atender la siguiente canción de la banda.

El peregrinar llega a su fin en Francisco I. Madero y Josefa Ortiz de Domínguez, una camioneta de transporte de ganado espera a las dos estrellas, para llevarlas al rastro municipal; se van entre aplausos, más pirotecnia y música. Este lunes regresan a esas mismas calles, aunque repartidos en los platos que a las 2 de la tarde y con la bendición del obispo de Querétaro, Faustino Armendáriz Jiménez, darán paso a uno de los eventos más significativos de la fiesta: el caldo del buey.

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