Desde pequeño siempre soñé con migrar.

Vivía con la idea de radicar en una ciudad o en un país que no fuera el lugar donde nací y crecí. Cuando era niño, mi padre me llevaba, junto con mi hermano, al mirador que en ese entonces tenía el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.

Unas gradas mal puestas servían para que varios pequeños, como mi hermano y yo, miráramos al cielo y esbozáramos una gran sonrisa para admirar el despegue y el aterrizaje de esos enormes pájaros de acero.

“¡Ahí viene!, ¡ahí viene!, ¡órale!, ¡wow!”, eran algunas de las expresiones que exclamábamos emocionados niños y adultos. Mi imaginación me llevaba a pensar en las personas que iban ahí adentro y en la increíble posibilidad de volar unas cuantas horas y llegar a cualquier parte del mundo.

Soy originario de la Ciudad de México, ahí nací y ahí viví hasta los 25 años, tiempo en el que me decidí a hacer realidad mi sueño y emprender el vuelo hacia otro país. Como muchos chicos de mi edad, trabajaba y estudiaba. En ese entonces, mi empleo era como operador de audio en una estación de radio de la capital del país; en paralelo estudiaba la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Era fanático de los Pumas, de Radioactivo 98.5 FM, de las bandas de rock argentinas e inglesas, de la movida española y ferviente seguidor del cine y los conciertos.

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Era 31 de diciembre de 2002. Junto a mi familia festejábamos la llegada de un nuevo año. Los romeritos, el ponche, los regalos y los ritos de fin de año no faltaron.

Eran las 12 de la noche. Llegaron las campanadas, los abrazos, las felicitaciones y los buenos deseos. Tomé unas maletas y simulé que me iba de viaje. Los primeros minutos del 2013 servían para cumplir con ese particular rito para que los viajes no faltaran durante el año que comenzaba . Había llegado el tiempo de cambiar mi rumbo; quería volar.

Fue así que en enero de 2003 comencé a preparar todo: pasaporte, maletas, guías de viaje… No sabía a ciencia cierta hacia dónde me llevaría el destino. Quizá sería Argentina, por su música, por el fútbol, por sus tradicionales cortes de carne. Quizá Canadá por sus imponentes ciudades, por su tranquilidad; o quizá Inglaterra, por los Beatles, los Rolling Stone, Pink Floyd, David Bowie, Deep Purple, creo que algo de especial debe tener ese país para dar tantos y tan buenos músicos, pero parecía que mi destino se inclinaba a España.

Enciendo la televisión y me encuentro con Hugo Sánchez ejecutando una de sus famosas chilenas en el estadio Santiago Bernabéu. Un documental  relataba sus tardes heróicas en el coloso de la Castellana con el Real Madrid. Veo en la cartelera chilanga una película de Pedro Almodóvar: Hable con ella. Llega una invitación sorpresa para comer en un restaurante; era de comida española. No sé si hayan sido señales o yo mismo las provoqué, lo cierto es que eso me ayudó a determinar la ciudad a la que quería ir: Madrid, España.

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Fue a principios del mes de junio de 2003, ya con boleto en mano, ya en el aeropuerto de la Ciudad de México y con mi maleta lista para emprender el viaje, cuando regresaron a mi mente esos momentos en los que acompañado de mi padre, mi madre y mi hermano, disfrutábamos del ir y venir de decenas de aviones. Ahora yo estaba dentro de uno de esos.

Edu, el tío de una amiga mía –quien después se convirtió en mi tío favorito–, un mexicano que radicaba en España desde hacía ya 20 años, tuvo a bien recibirme en el Aeropuerto de Barajas. Era verano, época del año en la que los días son muy largos. Eran casi las 9 de la noche o de la tarde y aún había luz de día.

Nunca antes había salido de mi país, por ello la emoción y, al mismo tiempo, la incertidumbre estaban al 100%. Recuerdo que mi primera cena en la llamada Madre Patria fue una tabla de quesos y embutidos acompañados de varias copas de Rioja.

Llegué un jueves; viernes, sábado y domingo fueron días de conocer, de comer, de beber, de caminar, de oler, de vivir y de experiemntar sensaciones nuevas. Días en los que no pensaba nada más que en la fortuna de haber “cruzado el charco”, quizá algo común para un sector de los mexicanos, pero algo poco común para la gran mayoría.

Mi ingenuidad me llevó a trazar un plan con varios escenarios. Primero; busco trabajo en Madrid y me quedo. Segundo; si en la primera semana no encuentro trabajo en España me voy a Londres, donde una amiga de mi prima me recibiría, y, tercero; si no encuentro trabajo ni en España ni Inglaterra recorro Europa a la medida de mi presupuesto y me regresaría a México.

Comencé a tocar puertas en las estaciones de radio madrileñas. En la primera me preguntaron si tenía papeles y les dije: “Sí claro, tengo mi pasaporte”. Creo que hubo algunas burlas internas. Estaba claro que se referían al permiso de residencia y trabajo que exige el gobierno español para que puedas permanecer más de tres meses en su territorio.

En la segunda estación de radio que visité pasó algo similar y ya en mi tercera opción algo pasó. Ismael, dominicano, director de Tropical FM, estaba en la entrada de la emisora.

–Disculpe, ¿sabes quién es el director?

–¿Para qué lo necesitas?–, respondió.

– Vengo a dejar mi currículum, estoy buscando trabajo.

–¿De dónde eres?

–De México.

Me invitó a pasar a la recepción. Había una sala de espera, un mural con muchas fotos de artistas que habían visitado la emisora y un letrero grande que decía: “Aquí promovemos la integración”. Ismael se presentó y ahí comenzó la entrevista. Tres días después ya me encontraba trabajando.

Desde operador de audio hasta conductor del programa matutino. Desde productor hasta Dj en varias discotecas de Madrid.

Debo confesar que el primer mes sufrí lo que llaman: el choque cultural. Extrañé México, incluso pasó por mi mente regresarme de inmediato, pero gracias a los regaños de amigos y de Laura, mi prima, abandoné el absurdo sentimiento conocido también como “El síndrome del Jamaicón”, recordando a José Villegas Tavares, jugador de fútbol de las Chivas de Guadalajara, quien durante una gira con la selección de México por Europa –allá por 1958–, en un arranque de chovinismo, sintió nostalgia y melancolía por su país al grado que no rindió lo que esperaba.

Sin embargo, tomé la decisión de adaptarme y disfrutar todo lo que ofrecía ese país. Disfruté tanto como pude sus calles, sus museos, su comida, su música, su gente, su fútbol –cabe mencionar que me hice hincha del Atlético de Madrid–.

Después de un periodo de cinco años aproximadamente, llegó el fin de un ciclo de esa primera aventura laboral en España llamada Tropical FM; mientras, otra emisora que se ponía de moda en la capital española abría un casting para contratar a locutores latinoamericanos; hablamos de Top Radio, ubicada en el 97.2 del dial madrileño, en el que se escuchaban con fuerza llos éxitos del momento de la música caribeña y del pop latino.

Esta emisora, por cierto, de capital mexicano, aprovechaba el boom migratorio de gente de Latinoamérica, quienes atraídos por la bonanza económica de Europa llegaban en busca de un mejor futuro –especialmente ecuatorianos, colombianos, dominicanos, paraguayos, bolivianos, etcétera–.

Durante varios años conduje el programa matutino de la emisora. Teníamos un objetivo: promover la integración de los inmigrantes con los españoles, y lo logramos. Es así que en mayo de 2009 el equipo de Top Radio recibió el Premio a la Excelencia Europea, de manos del entonces presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, precisamente por el trabajo de integración que promovíamos todos los días a través de la radio a más de un millón de personas que provenían de otros países y que decidieron hacer de Madrid su nueva casa.

La entrada de España a la comunidad europea en el año 1986 supuso muchos cambios. De acuerdo a los españoles, muchos de ellos fueron para bien, pero muchos otros para mal. La mayoría, especialmente los adultos, continuaban haciendo conversiones del euro a la peseta y viceversa. No fue fácil acostumbrarse. Durante muchos años la economía española vivió un crecimiento evidente. La población de ese país europeo tuvo la oportunidad, algunos por primera vez, de comprar casas y autos, los bancos hacían préstamos, se podía viajar al menos una vez al año. La facilidad para tener y consumir producía una extraña felicidad colectiva.

Sin embargo, eso fue cambiando gradualmente. La llamada burbuja inmobiliaria y la crisis financiera que azotó Estados Unidos terminaron por reventar la delgada cuerda que sostenía la economía española. Las grandes empresas comenzaron a despedir a mucha gente, los bancos comenzaron a quitar casas a las personas que no podían pagar las mensualidades. Un panorama dantesco que afectó a miles de españoles y por supuesto, a inmigrantes.

Junio de 2012; la empresa en la que trabajaba despidió a un 70% de la plantilla, entre ellos, yo. Los despedidos pasamos a formar parte de las estadísticas, esas que mencionabamos todos los dias en nuestros espacios de noticias. Uno de los sectores que más tuvo afectaciones fue el de las comunicaciones. Empresas tan sólidas como el Grupo Prisa, dueña del periódico El País, despedía a decenas de personas. Incluso, canales de televisión públicos como Radiotelevisión Valencia tuvieron que cerrar transmisiones en noviembre de 2013, algo que afectó a más de mil trabajadores que tuvieron que ser liquidados.

Con todo ello, había llegado el momento de tomar decisiones. Quedarme o regresarme a México.

A pesar de varias adversidades, especialmente sociales derivadas de la “guerra contra el narco”, se hablaba del nuevo milagro mexicano. A nivel internacional se presumía que la economía mexicana era una de las más sólidas de los países en desarrollo y, desde España, comencé a buscar opciones para regresar, así que me dispuse a volver después de diez años de vivir en Madrid y, con ello, dejaba atrás una de las mejores épocas de mi vida.

Gracias a un amigo queretano, que conocí en España, pude saber más de Querétaro. No hacía más que presumir de las buenas condiciones que existían en materia económica y de seguridad. Era como un oasis en el desierto en medio de la incertidumbre mexicana.

No lo dudé mucho. Decidí cambiar la Puerta del Sol madrileña por la Plaza de Armas de Querétaro. Y aquí vivo desde hace poco menos de cuatro años. Y ahora, como en Madrid, también intento disfrutar de mi nueva ciudad, de su comida, su cultura, su gente, sus lugares emblemáticos, su historia, su Centro Histórico, su Sierra Gorda...

Después de vivir una década en Madrid, España, regresar a México se convirtió en una nueva oportunidad para redescubrir lo mágico de este país.

Aunque tengo que reconocer que algo de mí aún permanece en España.

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