A pesar de las varias críticas y muestras de apoyo, la consulta de la revocación de mandato se efectuó. Al final de cuentas, era un interés del presidente. Sin embargo, como era de esperarse, la participación de la ciudadanía fue escasa. Quizá Andrés Manuel López Obrador se imaginó que el porcentaje de aprobación que ha gozado en los últimos meses se habría traducido en una ola masiva de apoyo hacia su persona (y la 4T).

Pero no fue así. La participación del padrón electoral en este intento de ejercicio democrático fue del 17.7%, es decir, 16 millones 502 mil  636 votos, de una cantidad posible de alrededor de 95 millones. Esta participación varió de acuerdo a la entidad federativa, puesto que se sabe que algunas se han mostrado más proclives a la gestión del presidente que otras.

Por ejemplo, en Querétaro, en números cerrados, a duras penas el 11% de los electores emitió su voto.

En todo el país hubo una muy baja participación. Fue ciertamente más elevada que la obtenida el año pasado con la consulta para enjuiciar a expresidentes, que fue una completa ridiculez, hay que recordarlo: “la justicia no se consulta”. Pero tuvo menos, mucho menos que las elecciones intermedias del año pasado, que alcanzaron alrededor de dos veces más lo que se consiguió ahora.

La muy baja participación pudo deberse a una serie de factores. La primera tiene que ver con que el ejercicio fue de diferente naturaleza, es decir, no se votó por elegir a representantes, lo que mueve el interés del electorado por salir a votar, sino por remover al presidente, quien a pesar de su gestión mantiene una base sólida de apoyo, por lo que la revocación no tuvo tanto eco.

Otra razón fue el limitado número de casillas que se establecieron, reduciendo los espacios de votación. A pesar de que el INE había señalado en múltiples ocasiones que con el recurso que se le había otorgado no iba a alcanzar para gestionar una cobertura del nivel que se requería para el ejercicio, se le obligó al organismo a conducirlo.

Una tercera apunta a que el ejercicio no fue solicitado por los electores, ni por la oposición política, sino fue instaurado por la misma persona en quien recaería el efecto de la revocación de mandato, lo que levanta muchas sospechas en torno a la construcción y desarrollo de la consulta popular, puesto que sería ingenuo pensar que el titular del Poder Ejecutivo en un sistema presidencialista permitiría la posibilidad de suprimir su gobierno.

Una cuarta razón, de muchas más, asienta que muchos electores identificaron la banalidad de este ejercicio, es decir, se iba a votar en una consulta impulsada por el presidente para intentar removerse, y en cuyo caso su remoción no gestionaría nuevas elecciones presidenciales, sino el establecimiento de un nuevo mandatario por parte del Congreso, haciendo la decisión popular a un lado.

Todo esto sonó a una estrategia para que salieran a votar los morenistas y lopezobradoristas para apoyar al presidente y así acrecentar su imagen. Pero no funcionó y el ejercicio, por si fuera necesario decirlo, no abonó a nuestra democracia. Quizá López Obrador contempló obtener un respaldo abismal al final de la jornada, pero éste no se concretó. Para lo que sí sirvió fue para gastar el erario y reforzar la narrativa contra el INE, pero también para conseguir una radiografía de seguidores y posibles seguidores del lopezobradorismo de cara a 2024.

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