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El infantilismo radical supone que al articular sus acciones con otras muestras de malestar popular, sin pasar por la vía de la organización política, impulsa un movimiento de masas ascendente que debe culminar con un cambio en la correlación de fuerzas a favor de las bases. Así han de sugerirlo sus manuales.

Por ello, originado de la toma de la dirección del Colegio de Ciencias y Humanidades Naucalpan, los actos radicales, que más bien vandálicos, fueron la constante de la reciente acción “estudiantil”, como el conato de incendio en la fachada de la Dirección General del CCH, ubicada en Ciudad Universitaria.

Y a los 12 puntos demandados, se sumó la petición de liberación de detenidos por los actos violentos en el CCH. Bajo estos "argumentos" justificaron su violencia desmedida.

La marcha del Parque Hundido a CU, fue aprovechada por un grupo de choque para tomar, sin el más mínimo diálogo, la Rectoría de la UNAM, a costa de lo que fuera. Era y es su última carta, el último recurso de una camarilla, de un grupo de presión, que apuesta al chantaje para sostener su impunidad.

Pero en el peor de los casos, como se vivió en 1966 y en 1972, detrás del estruendo de los estudiantes embozados tras el radicalismo justiciero, hay fuerzas motivadas en perturbar la institucionalidad universitaria en un juego de fuerzas políticas.

¿Quién se beneficia creando una crisis en la UNAM? Es la pregunta reiterada. La historia puede darnos algunas claves.

En 1966, hace 47 años, fue agredido físicamente y humillado el rector Ignacio Chávez por hordas manejadas desde el PRI de Díaz Ordaz, y a mediados de 1972 porros dependientes del PRI, se dirigieron contra del rector Pablo González Casanova.

Auspiciados por el senador priísta Rubén Figueroa y algunos líderes sindicales del partido, la Torre de Rectoría de la UNAM fue tomada por Mario Falcón y Miguel Castro Bustos, apoyados por unos diez seguidores y armas de alto poder, con el pretexto del ingreso a la UNAM de alumnos normalistas.

Uno de los extinguidores fue pintado de negro y sobre su arnés de ruedas decían que era un cañón para repeler a quienes quisieran retomar la Rectoría. Incluso Mario Falcón recibió a reporteros metralleta en mano.

Durante 60 días resultó imposible desalojarlos. El rector despachó en el edificio de la Escuela Nacional Preparatoria. El trabajo docente se paralizó. Finalmente salieron los delincuentes de CU, uno de ellos para el exilio en Panamá, mientras que el otro permaneció oculto. Se vivió un extraño episodio de locura y provocación, en el que no faltaron los actos violentos y la irracionalidad.

Pero entonces, como en 1966, la aparente radicalidad del movimiento ocultaba sus verdaderos objetivos: desprestigiar la Universidad Nacional, a la universidad pública, y presentarla como ingobernable y asestar otro golpe a la izquierda proveniente del movimiento popular y estudiantil de 1968, que se recuperaba de la era diazordacista.

Fue público que el cacique guerrerense Rubén Figueroa era uno de los que alimentaban al pequeño grupo lumpenesco arropado en un discurso izquierdista, que irrumpió como algo natural en el contexto de la diáspora del movimiento estudiantil.

De estos hechos han pasado 41 años, y la constante es la vulnerabilidad de la UNAM, que cada vez que se genera o se reconstruye el movimiento estudiantil, surgen, a la par, grupos de choque muchas veces infiltrados, con el objetivo de desestabilizar, inmovilizar, o desprestigiar a los activistas.

Las crisis periódicas de la Universidad nos hacen visualizar que no hay ninguna organización social cuya fuerza moral y solidaridad pueda evitar actos como la toma de Rectoría. La comunidad tiene un déficit de organización y sus organizaciones la carencia de compromiso con la Universidad. Se trata de proteger a las universidades públicas de los recurrentes embates de los que son víctimas.

El grupo de encapuchados no es un colectivo estudiantil, sus antecedentes no se encuentran en 1968, sino en 1972. La diferencia entre grupo de choque y colectivo estudiantil, son las ideas, el proyecto a defender.

La opinión pública tiende a ser presa de los monopolios mediáticos, que ahora se jactan de los acontecimientos en la UNAM, humillando a la máxima casa de estudios.

No podemos separar lo sucedido en Rectoría, de los acontecimientos del pasado primero de diciembre en la toma de protesta de Peña Nieto, donde un pequeño grupo inició la provocación y realizó actos violentos; locura ajena a los verdaderos intereses de un movimiento que se congrego ese día para protestar por el inicio de una nueva bufonada presidencial.

Consejero electoral del IFE en Querétaro

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