Con la salida de Felipe Calderón de la Presidencia termina un sexenio cargado de controversias, pero también concluye una manera de interpretar y practicar la política por parte del panismo en retirada. Recuerdo que al principio de ese ciclo, aparentemente exitoso, se dijo que el ascenso del PAN se debía a que, por fin, se había liberado de la pesada carga doctrinaria que cargaba a sus espaldas. El legado de los próceres blanquiazules estaba bien para almacenarlo en bibliotecas, pero no para guiar la acción práctica. Si se querían resultados tangibles había que dejar la moral a un lado, reconocer que el poder tiene su propia lógica, distinta del canon que guía a las buenas conciencias.

Y así fue, tanto Fox como Calderón hicieron a un lado lo que se consideró como un fardo ideológico para echarse en brazos del “realismo político”. Tesis fundadoras del PAN como la honestidad, el humanismo, la lealtad, la rectitud en el servicio público y el bien común cedieron paso a la corrupción, el utilitarismo, la deslealtad, el amiguismo y la componenda en la cúpula.

En el caso específico de Calderón hay ejemplos de sobra para mostrar que su actuación estuvo dictada por criterios de conveniencia y oportunidad y no por directrices de ética pública. Allí está el michoacanazo, golpe asestado a 30 funcionarios de Michoacán por supuestos nexos con el narcotráfico. Un año después casi todos los inculpados estaban fuera de la cárcel.

Y qué decir de los deslucidos actos de conmemoración del centenario de la Revolución y el Bicentenario de la Independencia.

Tengo para mí que al operar desde el gobierno los panistas se fascinaron con la teoría de las elecciones racionales, de acuerdo con la cual el grado de eficiencia de una acción se mide por los dividendos que ésta reporta. La consigna es maximizar las ganancias y minimizar las pérdidas. Pues bien, coincido con quienes afirman que la crisis del PAN es, sobre todo, una crisis moral. Este partido y el presidente Calderón renunciaron a sus ideales y cayeron en la desfachatez.

Que el entuerto panista sirva de lección al presidente entrante, quien, por cierto, se ha jactado de ser un hombre pragmático, sin ideología. No debe ser así: el nuevo mandatario debe reivindicar el valor de la política como una causa colectiva inspirada en valores democráticamente sustentados.

Profesor del Tecnológico de Monterrey (CCM)

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