Cuando Jesús, en la historia de la religión cristiana, regresó de su formación en tierras lejanas y reapareció en la escena pública para llevar a cabo su ministerio, poca gente de su pueblo mostró confianza en que el hijo de un carpintero podría contar con el “conocimiento de la ley” y con la autoridad que le permitiera cuestionar el status quo de aquella época y más aún plantear nuevos paradigmas alrededor de conceptos más simples y sobre todo más poderosos.

El ejemplo, lejos de involucrar a uno de los personajes más emblemáticos y enigmáticos de la historia de la humanidad, me permite reflexionar y compartir esta semana #DesdeCabina, con los animosos lectores de esta colaboración, sobre la idea del triunfo y reconocimiento fuera de casa.

Casos de reconocimiento en otras latitudes, de lo que hacen los mexicanos, hay cientos o quizá miles, la pregunta aquí es por qué. En términos generales, somos más proclives a reconocer lo que hacen otros y no lo que hacen nuestros connacionales o incluso nuestros compañeros de oficina —para aterrizar ejemplos más próximos—.

Sin caer en tecnicismos ni teorías sobre el comportamiento humano o religioso, decía yo, tendemos a reconocer aquello que no es cercano a nosotros, nos inclinamos en aplaudir los esfuerzos, los logros y las ideas de aquellos con los que no tendemos a relacionarnos culturalmente, por el simple hecho de que reconocernos en “aquellos cercanos”, nuestras propias debilidades, más no nuestras fortalezas. No pretendo generar una discusión alrededor de esta suposición, porque es un tema multifactorial, pero si de las implicaciones.

Hoy, nuestros deportistas, nuestros científicos, escritores, directores de cine, diplomáticos y un sinfín de connacionales exitosos cuentan con reconocimiento —en muchas ocasiones—, primero en otras latitudes y con mayor relevancia que en la propia casa. ¿De que nos perdemos cuando esto sucede?, de una multitud de beneficios. Uno de ellos es el aprendizaje cerca de uno, cuando buscamos fuera lo que tenemos en casa, el esfuerzo se magnifica y los resultados en una gran mayoría de las ocasiones no son diferencialmente mayores. Otro de los beneficios, es la colaboración o desarrollo de capacidades y sinergias; cuando nos cerramos a ver lo bueno que está cerca de nosotros, caemos en el error de construir desde cero y nos perdemos la oportunidad de construir “sobre los hombros de gigantes” y de manera práctica avanzar de manera más eficaz y eficiente desde cualquier aspecto.

Aunado a lo anterior, existe la reafirmación consistente —entre más sigamos con este tipo de prácticas—, de perder la confianza en nosotros mismos, de obviar la oportunidad de voltear a ver cerca para después voltear a ver lejos; en reconocer que los éxitos cercanos pueden iluminarnos y generar una repercusión mucho más relevante, que aquellos éxitos lejanos que resaltamos de sobre manera y que muchas veces en lugar de iluminarnos demuestra nuestra falta de carácter y amor por nosotros mismos y por nuestra nación.

Quiero concluir esta reflexión poniendo en perspectiva, que “no ser profeta en su tierra” es agradable y refleja muchas cosas, pero “ser profeta en su propia tierra” habla mucho más de la tierra —y sus habitantes—, que del propio profeta —aunque lo incluye sin duda—. Reconozcamos lo nuestro, bueno y malo sin dejar de ver, sin dejar de soñar, pero sin perdernos en el afuera. 

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