En mis cursos de Teoría de Control —soy Ingeniero en Electrónica, o ¡solía serlo hace algunos años!—, me enseñaron sobre la teoría de realimentación como un modelo en el que se compara la salida del sistema con una referencia o estado deseado, dicha diferencia es ingresada (realimentada) nuevamente al sistema o caja negra lo cual le permite corregir su salida y aproximarla en cada iteración hacia el resultado deseado, es decir, hasta que el error o la diferencia sea cero, o dicho de otra manera, cuando idealmente se alcanza ese estado u horizonte planteado como objetivo de control.


Pero dejando a un lado estos términos y teorías, la realimentación o retroalimentación es utilizada en un sinfín de campos, lo mismo tecnológicos que sociales, lo mismo en la gestión de grandes proyectos que en la educación de los hijos. Es tal la importancia que de no existir retroalimentación estaríamos realizando nuestras actividades materialmente a la deriva. La realimentación por ejemplo, permite, ante un objetivo planteado, corregir el rumbo, ya que una vez identificada la diferencia entre el resultado actual y el esperado, pueden plantearse acciones para corregir o enmendar el rumbo (acción de control), provocando que la siguiente medición exhiba una diferencia menor, en pocas palabras, tendiendo a reducir o desaparecer dicha diferencia, mejorando propiamente dicho.


En el trabajo, con los colaboradores, la realimentación es vital; desarrollarla sistemáticamente, de manera acordada con el subordinado, en términos de comportamientos y de resultados esperados, es imprescindible para el crecimiento de las organizaciones. La realimentación involucra necesariamente una medición y tal proceso de observación y contraste provoca la detonación de un proceso consiente y dinámico en los individuos sujetos a ello, no por nada la sabía frase “no podemos controlar aquello que no podemos medir”, aplicable a todo sistema.


En casa por ejemplo, cuando nuestros padres se esforzaban por educarnos, manifestaban de muy diversas maneras, aquello que esperaban de nosotros, de nuestro desempeño en la escuela, del comportamiento con las visitas, por mencionar algunos temas; con esas indicaciones nos esforzábamos por no fallar -no me salía tan bien, pero le echaba ganas, como dicen ahora los jóvenes-, y cuando tales expectativas de nuestros progenitores no eran las esperadas según la situación, había consecuencias, entendiendo esto como acciones de control quizá rudimentarias -incluyendo la chancla voladora en mi caso y otros modelos de control igualmente sofisticados-, para que en la siguiente ocasión hiciéramos las cosas mejor, es decir buscaban educarnos mediante la definición de límites o expectativas de comportamiento para que mejorásemos hasta convertirnos en adultos y personas de bien.


La realimentación es entonces un proceso sumamente transversal en la vida del hombre, un breve momento en el que la reflexión, producto de la identificación de esas brechas entre las metas o resultados deseados y la realidad de la ejecución, permite relanzar expectativas y nuevos retos, momento también en el que nos damos la oportunidad de reconocer flaquezas, desviaciones al desempeño, reflexión que en simples y llanas palabras nos permite crecer.


En resumidas cuentas, la realimentación, lejos de ser un proceso metódico y desgastante debe ser una práctica personal, es decir, siempre debemos estar preparados tanto para dar como para recibir realimentación, de una manera empática, humilde y sincera, siempre con la mente en el mejoramiento personal u organizacional, siempre buscando crecer. Espero entonces su realimentación y nos leemos pronto.


@Jorge_GVR

GR

Google News