Lo machacó una y mil veces desde la plataforma de la mañanera, que apenas terminara su mandato se retiraría completamente de la actividad pública, de la política. Ajá.
Días después de las elecciones, las señales son desconcertantes pues aunque estamos acostumbrados a que como dice una cosa, luego dice otra, lo cierto es que ya se vio como el poder tras el trono.
Todo mundo recuerda cuando declaró que lo suyo no es ser un ambicioso vulgar, él lo dijo y el diablo está en los detalles.
El punto es que ya metió en un serio predicamento a la virtual Presidenta de la República, porque apenas unas horas después de las votaciones anunció con una voz que se le quebraba (suponemos que por la emoción), que solo regresaría a la escena política si “mí Pre-si-den-ta” lo pide en algún momento.
Además dijo que hará uso de su derecho a disentir, cuando lo crea necesario. O sea, eternamente.
A nadie pasó desapercibido que acentuara, “mí Pre-si-den-ta” pues si bien lo será de todos los mexicanos incluidos los que no votaron por ella, el énfasis se entendió como que es suya, de él. Como para dejar en claro que llegó por él, como muchos otros diputados, senadores, gobernadores, alcaldes y una larga lista.
La decisión de irse al rancho de Palenque para alejarse del mundanal ruido y de la falsa sociedad, como dice la canción, no recibir a nadie y dedicarse a dictar —of course— sus memorias, pasó a segundo plano.
Feliz estaba el oriundo de Macuca que se jubilaría con la pensión del ISSSTE ¿por cuantos años de servicio?, y que además recibiría la pensión del bienestar.
Pero como ya cambió de parecer, la señora Presidenta electa no estará sola, tendrá a su mentor murmurándole al oido qué hacer en Las mañaneras II. Los chinchorreros dirán que el próximo sexenio será algo muy parecido a una reelección.
Y no dude que por la cercanía amistosa el tabasqueño pida chance de seguir viviendo en un rinconcito cerca del cielo, en Palacio Nacional, claro. Ha de decir que si Juárez tiene su espacio, por qué él no.
Lo que se hará en la primera parte del sexenio o casi todo, ya está en el script de “la herencia”. Viéndolo así, la Presidenta electa no tendrá que hacer nada.
Al Presidente que se va y no, lo tiene sin cuidado que los mercados financieros e inversionistas estén alarmados y de cabeza con la premura por pasar a las armas a los organismos independientes, un mes antes de compartir la banda tricolor con la señora Presidenta.
El legado tiene que ver además con los proyectos insignia del amloismo, que tendrá que terminarlos como cosa suya: Un aeropuerto que no acaba de despegar; un tren Maya que ha dañado importantes zonas ecológicas y hasta arqueológicas y una refinería que sigue sin producir un solo litro de gasolina.
El sistema de salud con su farmaciototota cada vez es más parecido al de Cuba y Venezuela que al de Dinamarca. Y el peso, ya perdió su capa de supermoneda.
Ni que decir del déficit público, monstruosamente grande, de la deuda externa que hipoteca más de la mitad del país y de los niveles aterradores de inseguridad.
Dirá que se queda a ayudar. Y la señora Presidenta, bien gracias.