Blanca Ramírez se despierta poco antes de las cinco de la mañana, se arregla y evita despertar a sus hijos antes de salir por el laberinto de las oscuras calles de la Cañada para esperar el transporte público especializado que la llevará al antiguo Hospital General, convertido en hospital de atención Covid-19 desde el inicio de la pandemia en Querétaro. Es un ritual cotidiano que está apunto de cumplir un año.

Ella recuerda que al inicio de la pandemia su familia estaba muy preocupada:

“Ellos [su familia] me dijeron ‘ya no vayas a trabajar’. Mi hija dijo ‘mamá, ¿por qué no renuncias a tu trabajo? escucho que ya están muriendo los compañeros, que es muy peligroso este virus’. Nuestros directivos nos ofrecieron quedarnos en el [Hotel] Camelinas para no poner en riesgo a la familia. Les comenté [a mis hijos] que quería quedarme en el hotel [pero] dijeron que no. Así que entonces llevo todas las medidas bien. Primeramente Dios y con las medidas preventivas que ya sabemos [voy a estar bien]”.

En su bolsa de mano, Blanca Ramírez lleva un cambio de ropa, además de portal alcohol, gel y cloro en un atomizador.

Aún está oscuro y la precaria iluminación pública dibuja imágenes caprichosas, como extraídas de películas de terror, donde las sombras generan miedo y desconcierto. Esas calles es el diario camino de que Blanca debe de andar.

Desde los 17 años tuvo su primer contacto con la enfermería. Al paso del tiempo se especializó y pasó de los estudios técnicos a la licenciatura a través de una nivelación, hoy tiene 27 años en el servicio de la salud y cada año suman experiencias nuevas como a las que otorgó la pandemia del SARS-COV-2.

Su labor en el hospital es en vigilancia epidemiológica y diariamente modifica el censo, después en el módulo amarillo revisa paciente por paciente todos los invasivos que tienen conectados.

Antes de la pandemia ya había tenido experiencia en quirófano, urgencias y terapia intensiva.

Por protocolo de seguridad, Blanca no viaja en el transporte público ni usa su uniforme tradicional de enfermera, no al menos en la calle. El riesgo al contagio y a las agresiones le han llevado a cambiar su rutina y tomar el transporte especial para el personal de salud que, puntualmente, pasa a las seis con 10 minutos.

Ella habría caminado 10 minutos de la puerta de su casa a la parada del camión. Además de su sombra, se encuentra con vecinos obreros que también se disponen para ir a trabajar cuando el sol aún no despunta. Como en un pueblo antiguo, aunque no se conozcan las personas que caminan en las calles, se saludan y dan los buenos días. En la cercanía canta un gallo saludando a quienes salen a trabajar por la madrugada.

Isaac, el chofer del camión, es respetuoso, sabe de la responsabilidad de llevar al personal de salud a la “zona cero”. En el camión viajan enfermeros y enfermeras, camilleros tanto del IMSS como del Hospital General.

En el trayecto de cerca de cuarenta minutos comparte experiencias con sus pares, recuerda que hay pacientes adultos mayores que en momentos altos de su contagio le han pedido que mejor atienda a los pacientes más jóvenes.

“Hay pacientes adultas mayores que nos ven cómo tenemos la carga de trabajo y nos dicen ‘a mí ya déjeme, vea al otro [paciente] yo ya no tengo esperanza, estoy grande de edad, me da mucha pena molestarlos’, nos piden el cómodo frecuentemente. Eso es lo que nos impacta de cómo tienen conciencia. Pobrecitos de mis pacientes, cómo nos verán con tanta carga de trabajo que nos llegan a decir eso, ‘a mi déjeme, vea al joven de enfrente’. Eso impresiona”, platica.

A Blanca le desgarran estos comentarios, pero recuerda que tiene que ser fuerte para contener las emociones propias y las de los pacientes. Y no sólo es enfermera, también mensajera cuando le toca leer las cartas de los familiares a los pacientes... y psicóloga, para dar ánimos a los moribundos.

“Nos sigue sorprendiendo que pacientes se quieren despedir de sus familiares y nos dicen sus últimas palabras a nosotros. [Nos piden] que le llevemos un mensaje a sus familiares [o] que si les dejamos hacer una llamada telefónica. Igual las cartitas cuando nos llegan, a mí no me gusta leer las cartas”.

“En una ocasión leí una porque el paciente ya estaba agonizando. Me dijo la compañera ‘léesela al paciente porque ya se va a ir’. Y pues empecé a leerle la cartita, uno se emociona y a veces uno les dice más cosas de las que están ahí [escritas] para motivarlos, para que se vayan con ese recuerdo de los familiares de que los quieren mucho, de que los están esperando y para que no tengan miedo en esta etapa de la muerte. Es muy angustiante para ellos, nada más de la noche la mañana se contagiaron del virus y no están preparados. No estamos preparados nadie”, lamenta la profesional de la salud.

A Blanca le amanece en el trayecto, tiene un año viendo los amaneceres desde la ventana del autobús que la lleva a su lugar de trabajo. Antes de bajar, reflexiona que “no es lo mismo cuidar a un paciente normal como antes. Le decimos a nuestros directores que nosotros somos enfermeras, médicos, psicólogos y hasta familiares. Estamos viviendo una etapa muy mucho estrés”, apunta.

En punto de las siete de la mañana ella está frente al checador biométrico y empieza su jornada. Como encargada de seguridad apenas pone un pie en las instalaciones inmediatamente asume su rol, pide a sus compañeros mantener la sana distancia mientras hacen fila para esperar el equipamiento o usar el cubrebocas bien puesto, “porque aunque es un hospital algunas veces algunos compañeros se relajan”, indica.

Sus extremos cuidados le han posibilitado, afortunadamente, el no contagiarse. También ya obtuvo las dos dosis de la vacuna contra el Covid-19.

Una vez en fundada en la bata quirúrgica, inicia la primera etapa de su recorrido de trabajo por las áreas de la zona naranja para conocer las novedades del turno nocturno. “Esta mañana amanecimos con un solo ingreso, dos altas y un fallecimiento, relativas buenas noticias”, se informa.

De vez en cuando bromea con las compañeras y compañeros mientras ellos se acomodan la ropa y equipamiento de seguridad.

Es la hora de cambio de turno y hay una parvada de personal de salud que revolotea por entrar y salir. Luego de su primer recorrido con las estadísticas, realiza un potente lavado de manos. Ahí está la magia de mantenerse alerta.

Ha llegado la hora de desayunar. Desde que despertó hasta ese momento alguna fruta ha sido la compañía de Blanca pero ahora va hacia el comedor del hospital para después enfundarse en el traje Tyvec y subir a los pisos para tener el contacto directo con los pacientes del Covid 19.

Blanca llega al piso naranja y en una pared del pasillo hay un significativo homenaje con fotos y post-its al doctor Hugo Mendoza, que murió a causa del Covid. “Un médico muy joven “que pudo haber estado dando consultas a ustedes”, indica la enfermera, que suspira tras recordarlo.

De acuerdo con información del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Salud delegación Querétaro, al momento hay en el estado 22 defunciones de personal de salud debido a la pandemia.

Así es el camino de Blanca, como el de cientos de personas que en este momento trabajan luchando contra la pandemia en los hospitales Covid 19.

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