Después de las 7 de la noche, mientras beben café y galletas, agrupados en un pequeño local con puertas de vidrio los jugadores anónimos se disponen a iniciar una sesión más.

La iniciativa de integrar un grupo de este tipo surgió de dos personas que eran ludópatas, por lo que desde hace ocho años, en las inmediaciones de la calle Fray Juan de San Miguel, realizan sesión los lunes, miércoles y viernes para quienes deseen hablar de su adicción al juego.

Los ludópatas suben a una tribuna a contar su experiencia; durante cada sesión comparten una breve reflexión de los 12 pasos, que en 24 horas llevan a cabo en su vida cotidiana: voluntad, receptividad y humildad, entre otros.

Para proteger la identidad de los asistentes, se cambian los nombres de quienes participan durante la sesión. Juana está sentada en el escritorio a un lado de la tribuna. Está nerviosa porque es la primera vez que coordina una sesión, por lo que va anotando en una hoja una orden de la junta. Va coordinando las reflexiones que van compartiendo los jugadores anónimos.

A Omar, quien se encuentra de espaldas a la puerta corrediza de cristal, se le nota en su cara el sudor y nerviosismo, pero se anima a tomar la palabra desde su lugar. Dice que tras no jugar ha logrado dormir tranquilo, porque cuando llegaba el momento del depósito de la quincena la ansiedad lo invadía.

Juana nuevamente toma la palabra y pide a todos los asistentes que digan su nombre, la fecha en que apostaron por última vez y cómo se sienten. La participación comienza de izquierda a derecha. Casi todos aspiran y bajan su cabeza hacia el suelo, pero regresan la mirada hacia sus compañeros para decir cuánto llevan.

“Hola soy Mauricio y soy jugador compulsivo, la última vez que aposté fue el 25 de enero de 2012 y me siento bien. Hay veces que me siento decaído pero intento recordar los 12 pasos”.

Cada uno va dando la fecha en la que apostó por última vez y de ahí contabilizan. Unos dicen que llevan dos años, otros cuatro, algunos meses, y unos cuantos sólo días. La fecha adquiere importancia en los trabajos que llevan en las sesiones. Uno de los que rinde su testimonio afirma que no pueden escapar del pasado y de lo que hicieron, pero son sucesos que deben estar presentes para evitar recaer en el juego.

Se dan cinco minutos de descanso para estirar las piernas. Regresan a sus lugares y Fernando, quien llegó unos minutos después de iniciada la sesión, toma la tribuna para dar su testimonio.

“Quiero que la mano de jugadores anónimos siempre esté ahí, y por eso yo soy responsable”, dice un cartel que está en la tribuna donde los jugadores suben a compartir su testimonio. En este caso Fernando dice que desde los 16 años comenzó su calvario, aunque no sabía qué era la ludopatía.

Al hablar Fernando, se percibe un acento norteño. Allá nació, creció y fue donde comenzó a involucrarse en las apuestas de todo tipo: cubilete, póker y gallos.

“Me daba dinero fácil”, dice. En algunas ocasiones Fernando se reía de quienes trabajaban, ya que a pesar de que algunas veces perdía, recuperaba terreno.

“Así empezó mi carrera de apostador, con jugadas de póker, peleas de gallos, carreras de caballos, cubilete. Me enganchó tanto el juego porque me daba dinero fácil, y cuando perdía, veía cómo le hacía para conseguir [dinero] y seguir jugando. Al principio gané y seguí ganando, decía ¡Qué pendejos los que trabajan si yo apostando me la paso a toda madre y gano dinero!”, agrega.

Por su trabajo, decía que era fácil que sus clientes le facilitaran dinero que durante su adicción a las apuestas, comenzó a perder. Cuando vio que su problema se acrecentó, pidió ayuda y se internó por primera vez en Estados Unidos donde duró 28 días; estuvo seis años sin apostar hasta que recayó de nueva cuenta.

Durante su vida como apostador estuvo internado en al menos tres ocasiones en las que intentaba descubrir qué era su enfermedad y porqué recaía en ella. En el andar y conforme pasaba de ciudad en ciudad, apostaba cada vez cantidades mucho mayores que en su relato no revela, sólo expresa que cavó un hoyo tan grande del que no pudo salir después.

“Todos los que estamos aquí bien sabemos qué hacemos trampa para seguir jugando” afirma Fernando. Unas 20 veces fue a Las Vegas donde la pasó bien pero quedó debiendo. Revela que al inicio de su adicción se sentía bien mientras apostaba. Sin embargo, la frustración y la euforia llegaban como un carrusel o una rueda de la fortuna; las cuales ya no quería volver a sentir.

“Ya después empecé a apostar sólo en los partidos de beisbol o en una maquinita, ya no me juntaba con nadie, no quería que nadie viera la miseria que estaba viviendo porque ya no estaba disfrutando, empecé a jugar para sentirme bien, después lo seguí haciendo pero sentía mal y [en las últimas veces que] jugué lo hice nada más para no sentir”, comenta.

Hasta el día de la sesión llevaba más de ocho años sin apostar. Desde 2009 no ha realizado ninguna apuesta y ha buscado rehacer su vida. En octubre celebrará el primer aniversario de bodas y corrió el maratón.

Cada que puede asiste a las reuniones de jugadores anónimos para escuchar y compartir su experiencia. Reconoce que el programa de los 12 pasos es muy espiritual y le ha permitido ya no pensar en el juego y en el círculo de angustia en que vivía.

Abatimiento y esperanza, mezcla que no le deseo a nadie. Fernando baja de la tribuna, los otros jugadores anónimos le dan las gracias por compartir su testimonio y se dan un breve descanso. Entre ellos, se acercan de forma íntima hacia alguien para preguntarle cómo se siente. Lo toman de los hombros y se dan ánimos.

El descanso termina, ahora Jaime sube a la tribuna, dice que la apuesta es la punta del iceberg a una serie de problemas que conlleva. Le tomó 25 años llegar a esa conclusión, y comenta que trabajar en sí mismo le ha permitido salir adelante.

“Este programa no es para los que lo necesitan sino para los que lo piden, es por ello que no podemos ir a los casinos para traerlos arrastrando. Cada quien tiene que encontrar el momento que le es adecuado y verdaderamente lo necesita. A mí me tomó 25 años, no es fácil. A mí lo que me mantiene sin apostar es trabajar en mí. No daban ni una esperanza por mí, pero ahora estoy viviendo una vida fabulosa”, comenta.

Para entender su problema, Jaime ha buscado documentarse sobre su padecimiento. Dice que alguien que padece ludopatía se asemeja a quienes consumen cristal, con la diferencia de que la dopamina que libera el ludópata es mucho mayor que el que se mete crack.

En julio, Jaime cumplió un año sin realizar ninguna apuesta. En sus 25 años como apostador, siempre estaban presentes sentimientos de ira, euforia, molestia y depresión que se manifestaban cuando acudía a las apuestas deportivas.

No obstante, dos sentimientos le provocaban mayor angustia: el abatimiento tras perder una apuesta y la esperanza de que al día siguiente se iba a recuperar, experiencias que no le desea a nadie.

“Nosotros los enfermos de esta maldita adicción no somos culpables, nos falta responsabilidad, la tenemos que recuperar, pero no somos culpables, somos víctimas de una enfermedad tal cual”, expresa.

Jaime afirma que está trabajando con activistas para prohibir mensajes publicitarios, en la televisión, de los casinos, principalmente a la hora que los niños están frente al aparato receptor. Busca apoyar para incidir con una iniciativa de ley que logre inhibir los comerciales de casinos.

Google News

TEMAS RELACIONADOS