Llegaste a aquella escuela rural en Landa de Matamoros con apenas 20 años y la responsabilidad de enseñar matemáticas, español y geografía a niños de quinto y sexto grado de primaria; pero aquellos niños de entre 10 y 12 años no sabían leer ni escribir. Era la década de los 80.

Un escalofrío te recorrió la espalda. ¿Qué debías hacer en esos casos? En la Escuela Normal del Estado de Querétaro te prepararon para enseñar a leer y escribir sólo a niños de seis años, como si la vida fuera así de simple.

“Un niño de más de siete años necesita estrategias de aprendizaje distintas para que pueda leer”, te dijeron tus maestros, pero nunca te enseñaron cuáles. Ante la realidad inevitable, tiraste a la basura todo el programa semestral que ya tenías preparado; no era tiempo de enseñar divisiones o raíces cuadradas, sino de empezar desde cero y enseñar a tus alumnos a tomar dictado, escribir pequeñas palabras, ca-sa, pe-rro, es-cue-la, ma-es-tro.

#DíaDelMaestro | Una odisea en la búsqueda de mejorar la docencia
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Primera prueba

Aquella escuela en Landa de Matamoros fue también tu primer hogar como profesional de la educación. Tú, Jesús Arreola Reyes, dormiste y comiste ahí, fuiste feliz en la comunidad de Neblinas que hacía honor a su nombre, los habitantes te acogieron en sus casas, comiste en sus mesas y fuiste parte de sus vidas.

Durante cuatro años diste clases en distintas comunidades de la sierra queretana, veías a tus padres y hermanos cada tres o cuatro meses, pero cada día valía la pena.

Con el paso de los años, la suerte te acercó más y más a la capital del estado, a pesar de que no eras excelente jugando futbol ni tampoco eras amigo de las élites sindicales, que en ese momento eran las únicas formas de conseguir un cambio de escuela.

Diste clases también en Colón donde te refugiaste del sol con tus alumnos debajo de un mezquite, posteriormente fuiste maestro en El Marqués y después de 20 años, finalmente diste clases en el municipio de Querétaro.

Para ese entonces ya eras un maestro fortalecido, con experiencia y una familia formada, tres hijos y una esposa que ama la docencia igual que tú.

Una vida como docente

Cuando miras hacia atrás y recuerdas tus 32 años de servicio docente, concluyes que cada día ha valido la pena; las más de 12 horas de camino para llegar a la Sierra, la escuela con un sólo salón de clases en el municipio de Colón, las jornadas dobles de trabajo que aceptaste en La Cañada para mantener dignamente a tu familia, los problemas con padres de familia y una que otra burla del alumno rebelde de la clase, todo ha valido la pena, piensas.

¿La sociedad realmente valora el trabajo de los maestros? Te preguntan. Niegas con la cabeza, pero explicas que eso no es lo importante, lo indispensable es conectar con los alumnos, abrir una brecha entre las letras y los sentimientos, entenderlos como personas y no sólo como niños uniformados que deben cumplir con tu programa.

Después de tres décadas dando clases a niños de distintos lugares y situaciones económicas, identificas a primera vista aquellos alumnos con desnutrición, con problemas familiares o víctimas de violencia doméstica; reconoces también a los alumnos hiperactivos, violentos o retraídos; sueles hablar con sus padres para explicar que los pequeños necesitan atención y educación personalizada, pero generalmente se ofenden y deciden ignorar tu recomendación.

Tecnología y volencia en las aulas

Identificas nuevos retos al interior de las aulas de clases, retos que no eran tan agudos en la década de los 80. Ha aumentado la violencia familiar, la desnutrición y el uso excesivo de la tecnología; ahora te cuesta más trabajo conseguir la atención de tus alumnos.

“Yo reconozco cuando un niño está presente en mi clase, pero en su mente, en su interior, tiene hambre porque no desayunó, está ausente porque sus papás pelean por la mañana o tienen problemas económicos. Mi objetivo es conectar con ellos, que me vean como maestro pero también como alguien que puede ayudarles, aunque sea escuchándolos o dándoles un consejo, y hasta ahora creo que lo he logrado, ese diría yo que es mi mayor logro como maestro, enseñarles sí español y matemáticas, pero también apoyarlos en la vida, a tomar decisiones”.

A lo largo de tres décadas has visto también el cambio de tecnologías, recuerdas aquellos programas federales en donde maestros y alumnos aprendían juntos con proyectores y pizarrones electrónicos, parecía una nueva era de la educación, pero se acabó junto con el sexenio del presidente en turno.

Percibes que las estrategias de educación no son las mismas que hace 30 años, pero eso no apaga tu espíritu, incluso prefieres usar tus propias técnicas de enseñanza, apoyado de papel rotafolio y otros métodos tradicionales.

Estás próximo a jubilarte, dentro de año y medio te separarás de las aulas, satisfecho de los días y noches invertidos en mejorar la educación del país. Cada día te encuentras a alumnos y ex alumnos que te recuerdan por haber influido en sus vidas, como el maestro de primaria que todos tenemos todavía en la memoria.

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Mejorar condiciones para maestros

Lamentas algunos aspectos de la reforma educativa recientemente implementada por el gobierno federal, reconoces que la educación necesita avances y cambios, pero te lastima la situación laboral de los maestros; los bajos sueldos y las extenuantes jornadas de trabajo.

“Creo que la imagen de los maestros si se ha visto desprestigiada ante la sociedad, los padres de familia no confían en nosotros, pero yo mantengo mi filosofía, sigo creyendo en la parte humana del profesor, por eso nunca nos va a poder sustituir ninguna máquina”, compartes orgulloso de ser profesor desde hace 32 años, pasas tus días en la escuela Agustín Melgar, una de las primarias populares de Querétaro, en la colonia Lindavista.

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