David Saavedra Vega dice que en la jerga bibliográfica existe un concepto muy singular: los incunables. Es, señala, una palabra latina que significa “la cuna”, donde nace el libro, se refiere a cuando Johannes Gutenberg, en 1446, inventa la imprenta móvil y todos los libros nacen en las imprentas en el siglo XV.

A México, explica, la imprenta llegó en 1539, junto con las personas capaces para manejarlas, por lo que se llama incunables a los libros americanos de ese año de la llegada de la imprenta hasta el año 1600.

“Muchos libros del siglo XVI, sin ser incunables, mantienen la caligrafía con los tipos del siglo XV. Este tipo de bibliotecas son grandiosas en México, principalmente porque tienen otro elemento que las hace más importantes que las del resto del mundo, que son las marcas de fuego”, dice.

Explica que en los siglos XVII y XVIII estaba penalizado traer libros de contrabando de Europa, tenían que pasar por un requerimiento legal, que era la Inquisición. En los puertos estaban los juzgados, donde estaban los inquisidores, quienes tenían unos manuales llamados Index librorum prohibitorum, “Los libros prohibidos”.

“Llegaba, por ejemplo, un virrey o sacerdotes y revisaban sus baúles a ver qué libros llevaban. Si era un libro de Erasmo de Rotherdam tenían que revisar su contenido. Sí pasaba el libro, se salvaba la persona, pero si no, se le quemaba en la hoguera. Para el siglo XVII-XVIII se filtró mucho material, por lo que la inquisición entra a todas las bibliotecas de México a revisar todos los libros, en un acto de censura”, relata.

Así, los frailes de la inquisición se encargaban de determinar qué libros se censuraban, además de colocar una marca de fuego, que es un monograma que identificaba a los dueños de las bibliotecas, y no se podía utilizar el mismo monograma para todas las bibliotecas franciscanas.

En Querétaro se tiene los conventos de La Cruz, San Antonio, San Francisco y el convento de El Pueblito, y todos tienen su propio monograma, con sus propios materiales.

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