Eugenia Morales ha aguantado un década de violencia física y psicológica por parte del padre de su hija, a quien no puede ver porque su progenitor un día se quedó con ella. Eugenia es lesbiana, y en los últimos meses ha visto a su hija apenas unos minutos, esperando que su juicio de divorcio y custodia de la menor se resuelva pronto para volver a tener a su hija en sus brazos.

De 28 años de edad, optometrista de profesión y originaria de la Ciudad de México, narra que quedó embarazada a las 16 años, se casó en mayo de 2007, y hace dos meses, aproximadamente, decidió divorciarse formalmente del padre de su hija, aunque nunca llevaron una vida de pareja, pues el padre de Luna, la hija de Eugenia, decidió casarse para poder estar cerca de la menor.

“Durante todos estos años he estado recibiendo violencia por parte de él, ya sea física o psicológica”, indica. Asimismo, apunta que los términos del divorcio no la convencían, pues el padre de su hija los modificaba, por lo cual el proceso fue mucho más lento.

Señala que él sabía de su preferencia sexual, pero aún procrearon a Luna, aunque realmente nunca tuvieron una vida de matrimonio, pues a los dos meses de que nació la menor, se mudó a Querétaro de la Ciudad de México, donde vivían, por cuestiones de trabajo.

Ella, junto con su bebé, vivían en la casa de los padres de progenitor de su hija. Posteriormente Eugenia se muda a Querétaro, para vivir con él y poder ver a la niña, pero todo salió mal.

“Sí, recibí abusos físicos y psicológicos. Él ya tenía otra persona con la cual ya había tenido un hijo. Siempre ha sido el tema de mi sexualidad (el conflicto). Me juzga, me golpeaba por eso. Me decía que no servía para nada, que Adriana (la otra pareja del padre de su hija) si servía, que yo no porque no era mujer. Ese tipo de reacciones es de un hombre machista, misógino y lesbofóbico.

“Así fue todo el tiempo, hasta que un día me golpeó demasiado y hablé con mi familia, porque no estaba enterada de nada. Hablé con mi mamá y mandó a mi hermano con una mudanza, para que pudiera venir por mí. De hecho, tuve un aborto en ese lapso, porque abusó de mí y quedé embarazada. Me dijo que definitivamente no quería tener otro hijo, porque ya tendría un bebé con otra persona, y que si quería ese hijo sería asunto mío”.

Recurrió a interrumpir su embarazo en la Ciudad de México, en 2010. Posteriormente acudió a tomar terapia, junto con su hija, para que ambas pudieran recuperar la confianza.

Hostigamiento

Apunta que sólo fueron alrededor de tres meses los que vivieron juntos en Querétaro, pues posteriormente ella buscó una vivienda y consiguió empleo, pero el padre de Luna acudía a la casa, con el pretexto de ver a su hija y se quedaba por varios días.

Incluso, Eugenia en una ocasión le dijo que renunciaría “a todo lo que soy, a todas mis creencias, incluso mis gustos, para poder estar bien con la niña, tener un entorno familiar por la niña. No pasaron ni dos meses, pues no puedo dejar de ser lo que soy. Fue difícil, y él también se dio cuenta”.

En 2012 inició un juicio para solicitar la pensión alimenticia, en la Ciudad de México, pues el padre de Luna no quería aportar a su manutención porque acababa de tener otro hijo. Finalmente le dieron la pensión y le otorgaron la custodia definitiva de su hija, así como la patria potestad compartida.

Fue cuando regresa a vivir a Querétaro, pero sus horarios de trabajo son muy extensos, le pedí (al papá de Luna) que la cuidaramos los dos. Los horarios de él son más variados y puede estar al tanto de la niña. Aceptó, y cuando vio que estaba más confiada en él, en que me estaba apoyando, un día ya no me la regresó.

“En ese momento él la llevó al juzgado, donde fue a decir que había abandonado a la niña, y que yo no atendía a la niña, que no podía. Dieron medidas precautorias en mi contra. No me puedo acercar a ella, no le puedo hablar por teléfono, no puedo verla, y le dieron (al padre) la guardia y custodia temporal. Ahorita lo que estamos haciendo es esperar que nos trasladen las copias certificadas del juicio anterior, donde dice el juez que la custodia es mía”.

Separación

La última vez que Eugenia vio a Luna fue la semana pasada, en la audiencia que tuvo por el juicio que sigue, apenas 10 minutos. Ya son meses los que no puede estar un día entero con su hija.

El padre de Luna, dice Eugenia, sólo le permite verla cuando le pide que le compre algo. Ella acepta, con tal de ver a la menor, pero son siempre bajo sus condiciones, y en ocasiones teniendo que aguantar insultos y ofensas.

Eugenia dice que ninguna mujer debería de quedarse callada. “En todos los abusos que recibí siempre me quede callada, porque todo el tiempo me amenazó con mi hija. Finalmente ahorita logró quedarse con ella, pero siempre me amenazó con quedarse con la niña, algunas veces se la llevaba y me amenazaba para que no fuera a declarar. Era un círculo vicioso espantoso”, agrega.

Comenta que ella nunca había tenido una pareja estable, hasta hace unos años. Ambas fueron víctimas de las agresiones del padre de Luna.

“Esa violencia psicológica que viví me ha afectado. Últimamente tengo ataques de pánico. Con la cuestión del juicio he tenido que remover algunos recuerdos, porque tengo que declarar cosas que me pasaron en el pasado. Tener que recordarlo, tener que pensarlo otra vez. Todo eso me ha revuelto mis sentimientos. Cuando pasó todo eso yo no podía salir sola a la calle, porque me daba miedo”.

Apunta que en la Ciudad de México acudió al Instituto de las Mujeres de la capital, donde sólo le dieron asesoría legal.

“La mujeres somos igual de valiosas que un hombre. El problema aquí es que el hombre tiene ese poder de desvalorizarnos, de tal manera que creemos que no hay más, que no podemos hacer más, pero no, tenemos que alzar la voz”.

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