No son de aquí ni son de allá. Son indocumentados en Estados Unidos, pero no quieren regresar a México; no hablan  inglés 100%, pero tampoco expresan bien el español. Viven con pánico, se sienten perseguidos, acorralados: tienen miedo de ser deportados y separados para siempre de sus familias, principalmente de sus hijos.

El pasado sábado decenas de personas en esta condición acudieron a pedir ayuda y a contar sus historias al foro #AgendaMigrante, una Visión de los Connacionales, coordinado por la especialista en políticas públicas Eunice Rendón y el ex canciller mexicano Jorge Castañeda.

Este evento se desarrolló en Phoenix, Arizona, donde participaron familiares de mexicanos deportados, integrantes de organizaciones defensoras de derechos de los migrantes, diplomáticos, legisladores y medios de comunicación.

Sentados de espaldas a las cámaras, temerosos de que sus rostros puedan ser identificados por las autoridades de migración de Estados Unidos, desbordaron sus emociones. Con  voz quebrada y lágrimas,  expresaron sus temores ante las redadas con fines de deportación.
Ven a México como un país inseguro, corrupto, con un gobierno insensible y  carente de oportunidades en educación, empleos y salarios paupérrimos, un lugar no apto para que sus hijos se desarrollen y prosperen.

Narraron duras experiencias: cómo partieron  de algún estado mexicano y cómo tuvieron que cruzar montes, ríos, desiertos y montañas. Arriesgaron todo en búsqueda del sueño americano: una vida mejor para los suyos.

Sin documentos para tener legal permanencia y trabajar, compraron documentos falsos o consiguieron que ciudadanos estadounidenses les “prestaran” su afiliación al seguro social, usurpando otra identidad.

Miles de personas ya fincaron su residencia, se casaron o  tienen hijos ciudadanos de Estados Unidos, pero su estancia no es legal y literalmente pueden quedarse sin nada de la noche a la mañana si son deportados.

El temor de quedar sin nada

Maricruz es una activista pro migrante. Llegó a este país en  2001, quiso desempeñarse como estilista profesional, pero no tenía seguro social, buscó una licencia para trabajar y no la consiguió por falta de dinero, no tuvo un trabajo estable. A la fecha trabaja como niñera de hijos de  de ciudadanos estadounidenses.

Sus hijos sufrieron  bullying en la escuela por no saber inglés y por ser de piel morena: “Yo vi el sufrimiento de mis hijos cuando llegamos”.

“Hablamos todos los días sobre esa separación que un día vamos a tener, de esa separación que  no tenemos cómo parar, no tenemos la fórmula, como familia tenemos que estar encerrados. Estoy en una depresión; mi mami acaba de morir y no pude ir, mi padre murió y no lo pude ver, ya no tengo a qué volver a México”, dice  mientras  contiene el llanto.
“María, ¡no te vayas!”

María, originaria de Guerrero, relata que cuando tenía 14 años anhelaba seguir  con sus estudios,  pero  sólo pudo estudiar la primaria.

Con el deseo de una mejor vida no atendió las suplicas de sus familiares  que le pedían:  ¡María, no te vayas!; cruzó la frontera y aún le cuesta trabajo hablar del sufrimiento que le causó el trasiego hacia Estados Unidos.

La necesidad por subsistir la obligó a trabajar, sus deseos de estudiar quedaron en sueños; al tiempo se casó, tuvo una hija y quiso presentársela a sus padres, volvió a México y al regresar fue deportada: “Mi estado estaba secuestrado por la delincuencia, pasaban cosas horribles”.

Tuve suerte ,dice, tenía 37 años, busqué trabajo y me lo dieron, pero ganaba 700 pesos a la semana, el salario no le alcanzaba para darle de comer a su hija y mantenerse.

Viajó a la Ciudad de México para buscar una mejor oportunidad, pero un día, cuando iba en un transporte urbano,  unos hombres  asaltaron a los pasajeros y le pasaron cosas tan terribles que  aún le pesa el  trauma.

Volvió a pasar como indocumentada. Ahora tiene asilo político por razones que prefirió no comentar; pese a  ello, su esposo y sus hijos que son ciudadanos no lo pueden volver a solicitar  porque ya tuvo un proceso de deportación.

“No me pude despedir de mis padres”

Marisela platica que  llegó a Estados Unidos en 1995, se casó y ahora tiene cuatro hijos. Entre llanto, comenta que no se pudo despedir de sus padres cuando murieron. Ahora le preocupa el futuro de sus  hijos   si los deportan, si no les validan    la educación que han recibido en las escuelas americanas. “Han sido muchos los sacrificios, mucho sufrimiento; si volvemos, mis hijos no podrán adaptarse”, pronosticó.

Margarita llegó con la esperanza de trabajar como auxiliar contable, pero le tocaron trabajos duros a los que no estaba acostumbrada. Con esfuerzo, ella y su esposo lograron comprar una casa, pero cuando las leyes antiinmigrantes se endurecieron en Arizona, tuvieron que trasladarse  a Texas; dejar su hogar le provocó una enorme depresión.

Aún con incertidumbre, regresaron a Arizona con sus tres hijos, “y ahora estamos con miedo de qué va a pasar con nuestra casa si llegan de la noche a la mañana a tocar nuestra puerta”.

“Nuestros hijos tienen un temor, ellos no quieren que mi esposo y yo andemos en la calle,   nos quieren   encerrados para protegernos y mi esposo no duerme de pensar   qué nos va a pasar. Es una situación muy difícil, vivimos en las sombras; parece que somos felices, pero no. Cuando pasamos por el freeway y la policía para un carro cuyo conductor es  mexicano o hispano    pedimos que Dios los ayude y los proteja”, expresa Margarita.

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