Ángel, de 30 años y de origen hondureño, llegó a México en septiembre de 2017. Su trayecto no fue como el de cualquier viajero. Él huyó de su tierra. Abandonar a su familia, sus costumbres y los pocos bienes materiales que había conseguido gracias a su trabajo no fue fácil, pero las constantes amenazas de muerte de los narcotraficantes lo convirtieron en un prisionero en su casa. La única salida fue cruzar la frontera.

“Yo no tenía ganas de dejar mi país, ni a mi familia. No lo hice porque quisiera. No tuve otra opción. Si estoy aquí no es para hacerle daño a nadie, simplemente vine a defender mi vida, la de mi familia y poder trabajar acá”, relata este hombre.

Entre 2013 y 2017, otros 30 mil 249 casos como el de Ángel llegaron a México, todos en búsqueda de una salida a la violencia que emana de sus países. Pero solicitar refugio a una nación ajena es un trámite en el que impera la incertidumbre. Concluir el proceso no asegura una respuesta favorable. De los15 mil 336 solicitantes que sí llegaron al final, sólo 6 mil 803 lograron quedarse como refugiados.

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El resto, es decir, más de 14 mil, abandonaron su sueño o siguen en espera de que el gobierno mexicano los ayude.

Cada año, en promedio, mil 400 extranjeros se dieron por vencidos en su búsqueda de hallar una oportunidad en la República por la vía legal. El tiempo de espera fue el principal detonante. Hasta la última actualización, de diciembre de 2017, 7 mil 834 aún esperan una respuesta. Su futuro en el país está en el limbo. Esta situación se recrudeció desde octubre de 2017, cuando, a causa del sismo del 19 de septiembre, la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) emitió una suspensión de plazos. Esto quiere decir que, aunque es posible solicitar el asilo en la nación, el tiempo de respuesta, que antes era de 45 a 90 días, ahora no tiene límite.

“El sistema de asilo en México está debilitado, especialmente desde la suspensión de plazos de la Comar. Esta narrativa de ser una nación de puertas abiertas está en teoría, pero no en los hechos”, explica Paulo Martínez, encargado de comunicación de la organización civil Sin Fronteras.

La vida de Ángel está en pausa. Durante su paso por un albergue en la ciudad de Querétaro, otro hondureño lo alentó a moverse a la capital. Ahí llegó con organizaciones civiles que cubrieron el papel del gobierno: le brindaron asesoría legal, asistencia sicológica y le dieron un lugar para dormir, pero desde noviembre de 2017 no ha vuelto a tener comunicación con las autoridades. Lleva más de 120 días viviendo en México y sólo ha logrado concretar 15% de su proceso. No puede tener un trabajo y tampoco una nueva vivienda para traer a su hijo y a su esposa.

“En México se habla mucho de lo que se compromete a nivel de derechos humanos, pero a la hora de la práctica todo queda en letra muerta. Las personas se quedan en el limbo esperando la resolución de su trámite. La sociedad civil es la que está ayudando a una asistencia inicial”, asegura Carolina Carreño, de la organización Sin Fronteras.

Las organizaciones civiles están cumpliendo con una tarea que no es suya y que les trae más gastos. Al mes, un refugiado les cuesta alrededor de 20 mil pesos. A esto se le tiene que sumar la constante tendencia en aumento. Únicamente en 2017 se registró la mayor cifra de solicitudes de asilo: 14 mil 594. Las proyecciones de la ONU aseguran que este número seguirá en aumento.

“Estamos haciendo una labor que el gobierno debería realizar. Pero esto ha sido histórico y no ha cambiado, al contrario, ha empeorado y no es fácil. El costo de atender personas refugiadas se ha disparado”, explica el doctor Marco Galicia, director de Casa de los Amigos, refugio en el que actualmente gastan un promedio de 60 mil pesos únicamente en los gastos básicos de tres refugiados.

Puertas cerradas

Ángel recorrió dos veces los más de mil 400 kilómetros que lo separaban de México, pero la primera vez que llegó, los agentes de migración lo deportaron de inmediato. No pudo hablar con nadie y no sabía que tenía derechos como refugiado. En menos de 24 horas estaba de nuevo en Honduras. No tardó más de una semana para intentarlo de nuevo. Sus agresores le pisaban los talones y su vida pendía de un hilo.

“Hemos escuchado de las personas que buscan refugio que los mismos agentes migratorios les ponen trabas. Los regresan o les dicen que no sigan el procedimiento, porque es muy tardado y no conseguirán nada”, explica Guillermina Lincoln, abogada de asilo de Sin Fronteras.

En su segundo intento, Ángel pudo esquivar a migración, pero no a la delincuencia. Cuando llegó a Tabasco lo asaltaron. El poco dinero que traía se quedó en manos de los hampones. Sin nada más que una pequeña mochila, encontró un refugio para migrantes donde permaneció unos días. Ahí fue cuando se enteró de las asociaciones que acompañan en diferentes ámbitos a todos aquellos que tuvieron que huir de sus países.

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Foto: Ángel lleva 120 días en México y sólo ha podido completar 15% de su petición de refugio. Sin una situación migratoria regular no puede conseguir empleo.

Lugares como Cafemín, Casa de los Amigos y Sin Fronteras son algunos de los sitios en los que los refugiados han encontrado un apoyo para reorganizar sus vidas. “Hay personas que llegan con estrés postraumático, depresión, miedo o que no hablan el idioma. El acompañamiento de las organizaciones los ayuda a que se sientan más seguros al momento de enfrentar la entrevista en la que exponen sus casos”, asegura Katherin Ramírez, abogada de Cafemín.

Sin asesoría legal, Ángel no sabe si estaría de nuevo en Honduras intentando esconderse de los criminales. Al inicio pidió ayuda a la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades (Sederec), la respuesta fue negativa. En la Comisión de Refugiados recibió un buen trato al inicio, pero con el paso de las semanas cambió. Las respuestas de las autoridades eran más que desalentadoras: era tarde para iniciar el trámite y probable que no consiguiera nada; sus documentos estaban perdidos. Todo era una pesadilla. “Venga la siguiente semana a ver si hay información”, es lo que único que le decían.

Su caso está a la deriva, pero para otros 6 mil 665 solicitantes la opción de salida les fue negada desde el inicio. El año con la cifra más alta es 2016: 2 mil 369 extranjeros recibieron una respuesta negativa a su solicitud de refugio. Ángel inició el proceso y espera que las pruebas de la violencia que sufrió lo ayuden a obtener refugio. Por ahora no puede moverse de la capital. Si deja de firmar una sola vez puede ser descartado del proceso
y tendrá que buscar otras opciones para sobrevivir.

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Foto:Casa de los Amigos colabora con la ONU para albergar refugiados en sus instalaciones. Desde 2009 han atendido a más de 200 personas en riesgo.

Irregularidades y discriminación

Ángel lleva cuatro meses de espera y ha visto desertar a muchos compañeros. Estar en un país en donde tu situación migratoria es irregular afecta todos los aspectos de su vida. “Como no tienen documentos migratorios oficiales, la gente no los contrata. No les rentan un cuarto. Todo lo tienen que hacer de manera informal y a veces caen en la ilegalidad”, explica Galicia.

El tiempo de espera ahoga a los refugiados. El solicitante no puede moverse de la entidad durante todo el proceso y en México sólo hay tres estados en el que se puede seguir el trámite: Veracruz, Chiapas y Ciudad
de México.

En las oficinas de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados tu nacionalidad determina el trato que recibes. En los últimos años la cantidad de hondureños y salvadoreños que reciben apoyo de las autoridades mexicanas va a la baja, mientras que la cifra de los venezolanos reconocidos aumentó el doble entre 2016 y 2017.

Ángel no pierde la esperanza de que las autoridades mexicanas cumplan el compromiso que históricamente han adquirido a nivel internacional de proteger a los que buscan una segunda oportunidad en suelo mexicano. “Me gusta trabajar, me puedo desempeñar de guardia, en cocina, en lo que se pueda, lo único que necesito es que me den una oportunidad”.

AR

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