“Tengo 62 años, nueve hijos y ninguno de ellos se hace cargo de mi esposa o de mí, tengo que venir todos los días a ganarme el sustento y llevarlo a la casa, lo seguiré haciendo hasta que ya no pueda, no tengo otra opción”, afirma Dolores Barrón Nieves.

Sus ojos verdes reflejan una mirada cansada, sus manos arrugadas están maltratadas, quizás por el trabajo que ha realizado desde hace más de 30 años como albañil, lleva sobre sí una gorra y ropa desgastada por el uso y el sol.

Así encontramos a Barrón, quien desde hace más de 10 años y durante los siete días de la semana, de 7 de la mañana a 4 de la tarde, acude a las inmediaciones de la Terminal de Autobuses de Querétaro, donde espera que algún cliente o contratista de obra le pague por sus servicios de albañilería, sin importar que sea una jornada de un solo día.

Por un día de trabajo don Dolores llega a recibir alrededor de 300 a 350 pesos; sin embargo, de los siete días que acude a la Central, si tiene suerte, son de uno a dos los que logra conseguir trabajo, dinero que debe de “estirar” para los días en que sea escasa la faena.

“Desgraciadamente no siempre hay trabajo, se la ve uno duro, durísimo, vengo todos los días y a veces trabajo uno o dos días y con eso ya me lo voy llevando poco a poco”, señala con desgano.

Es originario del rancho El Durazno en El Marqués, donde ha pasado la mayor parte de su vida. Relata que en su niñez no tuvo la oportunidad de estudiar, por lo que desde muy pequeño se dedicó a la agricultura.

Ya en su juventud, al contraer matrimonio y crecer su familia —relata con nostalgia—, lo que ganaba como agricultor no era suficiente para sostener las necesidades de su esposa y sus nueve hijos, por lo que migró a los Estados Unidos; tras dedicarse unos años al campo en el país vecino, regresó a su estado natal, Querétaro.

Su inclusión en la albañilería se genera por el contacto que tuvo con un ingeniero, quien le enseñó el oficio; comenzó como peón y posteriormente como albañil, con una paga que era suficiente para mantener a su familia, pero su vida cambio cuando el patrón falleció.

“La albañilería es cada vez más difícil, ya no es como aquel tiempo, la vida es cada vez más difícil, además de que es mal pagado, con muchas horas de trabajo”, expresa.

El horario de trabajo de Dolores comienza a las 6 de la mañana, se levanta para trasladarse a la central camionera, lleva consigo una mochila y unas cuantas monedas para lo que se ofrezca en el camino, durante la espera por algún trabajo o para ir a comer a un comunitario.

Pensar en una jubilación es imposible, con un poco de risa y desilusión asegura que toda su vida ha trabajado en empleos mal pagados y donde los patrones solo piensan en ellos mismos; en tres ocasiones ha sido víctima de engaño al trabajar por varias semanas sin recibir remuneración económica al final.

“Los patrones a veces buscan cualquier pretexto para no pagarte, en una ocasión me queje ante la Junta de Conciliación y Arbitraje, pero dieron largas, que no se podía abrir un juicio porque necesitaba llevar tres testigos, nadie quería ir, y mejor desistí, me fastidie de ir diario y mejor ya lo deje”, comenta.

Dice que en sus años como albañil también le han sucedido cosas buenas, “no todos los patrones son malos”; en una ocasión trabajó cinco semanas con un ingeniero, quien además de su sueldo le otorgó un dinero extra equivalente a una semana.

Concluye que siempre quiso tener un trabajo estable, con paga justa; actualmente, a sus 62 años y al vivir solo con su esposa, su único misión es asistir a la TAQ, donde espera obtener el recurso para llevar a casa.

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