Jueves 15 de noviembre. 23:40 horas. Afuera de una tienda ubicada sobre Bernardo Quintana se comienza a reunir una muchedumbre. El estacionamiento luce lleno, como a pleno día cuando los clientes acuden a hacer sus compras. Así inician las ventas del Buen Fin.

Sin importar los siete grados Celsius de temperatura, familias enteras, con todo y niños, acuden a la tienda. La fila es de más de 100 metros y siguen llegando los clientes enfundados en chamarras, abrigos, gorros, guantes, bufandas. Se arremolinan frente a la puerta cerrada.

La cantidad de gente es cada vez mayor conforme se acerca la medianoche. Con silbidos piden a los empleados de la tienda ya abrir. La impaciencia de los meses sin intereses crece con cada minuto.

Se escucha el chillar de las puertas metálicas. Cuando se abren, la muchedumbre se abalanza sobre la puerta de escasos tres metros. Ingresan poco a poco. Los de atrás, impacientes empujan.

No falta quien pide a un familiar otro carrito para la mercancía. Incluso personas en sillas de ruedas o en pijama acuden a comprar las mercancías anunciadas como grandes ofertas.

Lo primero que recibe a los clientes de la tienda y de los bancos son las pantallas, productos favoritos este fin de semana.

Una pareja de jóvenes se acerca a la tienda. Ve con incredulidad la cantidad de personas que se aglomera para entrar a la tienda y siguen llegando.

16 de noviembre de 2018. 0:09 horas. En autos particulares o en Uber, los clientes arriban a la tienda. Los taxistas también ven en esta noche una oportunidad de negocios. Quienes llegan se apresuran por los carritos.

Dentro de la tienda, los pasillos que acaparan la atención son aquellos donde están las pantallas. Empleadas de la tienda se ofrecen a dar información, aunque es en vano. Los compradores observan los precios por su cuenta.

“Pantalla, 65 pulgadas, de 37 mil 999 a 27 mil 999”, se lee en uno de las papeles donde están los precios. Un plus para los clientes: 18 meses sin intereses y tres mensualidades de cortesía. Toda una ganga.

Algunos salen incluso con cinco pantallas. Familias completas ayudan a sacar las enormes cajas. Unas las van arrastrando por el piso, pues no caben en los carritos o las plataformas. Se forman en la caja con rostros sonrientes. Lo han logrado, obtuvieron los productos anhelados.

El reino del consumismo

Otros corren de un lado a otro. Llaman a sus parientes o amigos que están en otros pasillos. Divididos abarcan más y ven cuáles son las mejores ofertas, mientras las promotoras de tarjetas de crédito ofrecen sus productos, listos para usarse al momento y no dejar pasar la oportunidad de comprar los artículos de primera necesidad.

Los empleados de la tienda tratan de tener los pasillos limpios, sin obstáculos que impidan el libre paso de los compradores que durante meses esperaron la llegada de este día. Los primeros clientes salen con sus compras. Se dirigen al estacionamiento.

“Encontramos buenas ofertas y hay que aprovechar”, dice un hombre, acompañado de su esposa y dos adolescentes, que sale con cuatro pantallas. Los adolescentes se ven un tanto fastidiados, pero cooperan con sus padres.

Algunos compradores se vuelven expertos matemáticos, pues dividen mentalmente 47 mil pesos entre 18 (mensualidades sin intereses) y deciden aprovechar los precios bajos.

Sin embargo, hay algunos más críticos. Dos jóvenes se van decepcionados de las ofertas pues, según ellos, los precios no son realmente tan bajos, apenas 5 mil, 2 mil pesos más baratos algunos de los productos.

Los jóvenes buscaban computadoras. Querían aprovechar para comprar un equipo de última generación, pero se dieron cuenta que los precios no eran tan de ganga como pensaron y quieren hacer creer los vendedores. Optan por retirarse. “En línea hay más ofertas”, asevera uno.

Mientras, en el estacionamiento, una docena de cargadores esperan a los clientes que necesitan ayuda para llevar sus compras a los automóviles. Por una propina esperan a la intemperie, soportando el frío que comienza a calar cada vez más conforme avanza la madrugada, con las manos metidas en los bolsillos de las chamarras.

En el mismo estacionamiento, los franeleros “echan aguas” a los clientes, además de cuidar los coches, mientras la gente hace sus compras de madrugada.

En la tienda, el andar en los pasillos se complica en la zona de cajas. Los carritos y plataformas se estorban mutuamente. Los cajeros trabajan a marchas forzadas para cobrar a los compradores. Tratan de mantener una sonrisa, pero el estrés merma la cortesía y sólo se concentran en un “buenos días”.

Ahora los clientes deben esperar al menos media hora más para salir de la tienda después de hacer compras, la mayoría a crédito, a 18 meses sin intereses con tarjetas participantes.

La mayoría se van contentos, sin pensar, al menos en ese momento, en las deudas que tendrán que arrastrar el próximo año y medio, sin importar que quizá el artículo que compraron no era tan necesario, pero qué más da.

bft

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