No hay en el mundo quien no haya escuchado las palabras “surrealismo” y “kafkiano”. En México hemos oído que el origen del surrealismo, según André Breton, uno de sus creadores, se originó en Europa. En 1938, invitado por la Universidad Nacional para dar una conferencia sobre arte y surrealismo, Breton inició su discurso diciendo, “Yo no sé a qué he venido, yo no tengo nada que enseñarles, México es el país más surrealista del mundo” —la cita es veraz—. Similar es la historia de Kafka: muchos aseguran que en nuestro país el checo no sería un escritor original, sino costumbrista.

Hace años, por amor a mi país, me sentía muy irritado cuando escuchaba esas afirmaciones: “no tolero el malinchismo”, le decía a mi perro; “no soporto a los connacionales que denuestan a nuestra patria”, le aseguraba a mi gato.

Siete días atrás cambié de opinión. Sentado en una playa de La Paz, Baja California, vi a un señor paletero caminando con su carrito dentro del mar; el mar cubría parte de sus piernas, no llegaba a las rodillas. La imagen era increíble. Me acerqué y le pregunté, “¿qué vende?”, “paletas, helados y cervezas”, respondió.

Una hora después, mientras tomaba una cerveza en otra playa, lejos de la gente, avisté de nuevo al paletero empujando su carrito en el mar. De nuevo me acerqué, “¿cómo va la venta?”, pregunté, “mal, mal, no he vendido nada en el mar…”, respondió, “¿en el mar?”, “en el mar nada, pero, por fortuna, he tenido suerte…”, “¿suerte?”, “sí, regrese usted a la playa y observe, la mayoría de la gente tiene hieleras con planta eléctrica propia…”. Incrédulo, interrumpí el diálogo y me dirigí a la playa.

Me quedé atónito. Algunas hieleras tenían planta propia, otras estaban enchufadas a la arena y unas más a las palapas. ¡Caray, me dije, como México no hay dos!

Decidí acercarme otra vez al señor de las paletas. “Perdone, una última molestia, debe estar harto de mí, ¿puedo hacerle otra pregunta?”, “¡Sí, sí!, no se preocupe, parte de mi oficio es atender a los vacacionistas”, “¿qué hace si no vende nada?, me imagino que con el calor que hace el hielo se derretirá y las paletas se echarán a perder… no comprendo porque habla de suerte”, “Le confieso algo, aquí entre nos, respondió ufano, todas las hieleras con planta propia y todos los contactos en palapas, en camastros y en la arena son míos”.

Después de comprarle dos cervezas a los socios del señor paletero, me dije, “seguro Breton y Kafka deben sentirse mexicanos”.

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