A principios de 1998, empezaron a aparecer en Sudán signos de que se vendría una hambruna, por lo cual varias ONG internacionales organizaron operaciones para mandar alimentos y repartirlos de manera directa a la población. En 2010 ocurrió un devastador temblor en Haití y varias agencias internacionales repartieron ayudas directamente a la población. Sin embargo, las hambrunas siguieron afectando a Sudán y Haití sigue en ruinas a pesar de la copiosa ayuda internacional. Esos casos son solo dos ejemplos de que hay ayudas que no sirven para resolver el problema que pretenden resolver. Y es que todavía no se conoce cuál sería la forma para efectivamente ayudar a los pobres a dejar de serlo.

En México, Santiago Levy creó el programa de transferencia directa de efectivo a las familias pobres, el cual, según Esther Duflo y Abhijit Banerjee, premio Nobel de Economía el año pasado por sus estudios sobre la pobreza, “se corrió como un fuego por el resto de América Latina y del mundo” y se convirtió en una política adoptada por agencias internacionales. En Ecuador, tuvo impacto positivo en el acceso a la salud y a la educación, además de que permitió la acumulación de capital familiar y estimuló los mercados locales. “Entre 2009 y 2014, los hogares que las recibieron aumentaron su índice de bienestar entre un 12% y un 13.6%, en comparación con las personas que no recibieron la transferencia de dinero en efectivo” dice el estudio, y concluye: “Las transferencias directas de dinero han ayudado a las familias pobres a salir de la pobreza, sobre todo cuando se complementan con otros programas de inclusión económica. Esto debería convencer a los economistas y a los políticos de que no deben ser vistas como una mera forma de garantizar una alimentación básica, la educación y el acceso a la sanidad sino como una herramienta para fomentar la movilidad social a largo plazo”.

Y sin embargo… igual que como sucedió con Sudán y con Haití, Ecuador sigue teniendo un gran número de pobres, y eso no ha variado ignificativamente desde que se adoptaron los sistemas de transferencia directa de efectivo. En el caso de México, los resultados son parecidos: Según Julio Boltvinik, entre 1998 y 2000 efectivamente la pobreza descendió fuertemente, pero luego volvió a aumentar casi 5 puntos porcentuales. Hoy, dependiendo de quién haga los cálculos, por lo menos el 50% de la población cae en esa categoría. Y además, como dice este investigador: “La proporción de pobres extremos aumenta sustancialmente en relación a la de pobreza moderada.” Resultados similares se observan en otros treinta países en desarrollo.

Entonces, si nos preguntamos si ha servido esta política para disminuir la pobreza en los países en los cuales se ha aplicado, la respuesta es que hasta hoy no. Sin duda mejora las cosas en lo inmediato (según el Coneval, en México los apoyos a los hogares pobres representan un 30% de sus ingresos), lo cual por supuesto es importante, pero no las resuelve.

La otra política pública que se anuncia es la de créditos, los cuales también, como afirman los Nobeles citados, “se han ganado su lugar como una de las políticas antipobreza”. Pero, luego de estudiar lo que ha pasado con ellos en India y otros países, cuando se preguntan si funcionan, ellos mismos responden: depende de qué se entiende por funcionar, pues de lo que se debería tratar es de transformar las vidas de las personas y hay muy poca evidencia de que eso haya sucedido, pues ese dinero ni se gasta en más educación o salud, ni en poner negocios. Y encima, endeuda a las personas, con lo cual tienen una carga económica más. Dicho de otro modo: todas estas son prácticas remediales pero no soluciones. Y es que, como dice Antonio Gazol, el problema principal es “el fracaso en las acciones para evitar que se sigan produciendo pobres”.

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