Con la solemnidad que amerita el caso, ayer, 24 de marzo de 2020, por la mañana, el gobierno federal anunció que México entró a la Fase 2 de la pandemia de coronavirus.

El general secretario del Ejército, el almirante secretario de Marina, el secretario de Hacienda, el de Salud (que sí existe), doctores, militares y servidores públicos, encabezados por el mismísimo presidente Andrés Manuel López Obrador, atestiguaron con rostros adustos el anuncio de lo que la sociedad mexicana estaba obligada a hacer por la Fase 2, declarada al detectarse (un día antes por la OMS, pero el anuncio oficial se lo reservaron para la mañanera) que ya existían contagios comunitarios y no solamente importados. La voz del parte solemne fue la del subsecretario de Salud, Hugo López Gatell:

“En primer lugar, proteger y cuidar a las personas adultas mayores y otros grupos de mayor riesgo…

“Lo segundo es suspender las clases en todo el Sistema Educativo Nacional...

“Suspender temporalmente eventos y reuniones de concentración de 100 personas o más…

“Todas las reuniones privadas, públicas, sociales o gubernamentales deben ser evitadas durante todo este mes para que se reduzca la propagación…

“Suspender temporalmente actividades laborales, pero ¿cuáles?, aquellas que impliquen la movilización de personas de sus domicilios al trabajo y de regreso…

“Se ha solicitado que todas las organizaciones, dependencias y entidades pongan en práctica sus planes de continuidad de operaciones…”.

Vaya, vaya. El gobierno anuncia con bombo y platillo medidas que la sociedad mexicana empezó a adoptar 11 días antes. El gobierno del presidente López Obrador lleva semana y media de retraso. Ha sido rebasado por la sociedad y lo de ayer fue una muestra nítida. La sociedad se ha tomado en serio el peligro, a diferencia de su líder político que sigue jugueteando con la pandemia.

Y mientras, la amenaza infecta países, colapsa los sistemas de salud pública y manda a terapia intensiva las economías.

Todas las naciones han anunciado planes de contingencia para revivir sus economías, rescatar a los trabajadores y evitar la quiebra de empresas chicas, medianas y grandes.

Bueno, no todas las naciones. México no. Primero el presidente dijo que él confiaba en que Donald Trump resolviera el asunto, y luego declaró que tiene 400 mil millones de pesos en la caja, de lo que se ahorró por corrupción (antes eran 500, ahora 400, pero jamás ha aclarado dónde está ese dinero, y el año pasado, que se supone también estaban los 500, nunca aparecieron en la economía, y ésta quedó brutalmente estancada). Si los tiene, se está tardando en repartirlos entre la gente. Si no los tiene, que pida prestado: en Estados Unidos el crédito es a tasa cero.

Hasta ahorita en México la única medida real de apoyo económico a la gente vino —quién lo iba a pensar— de los bancos que plantearon una tregua de 4 meses en el cobro de intereses. El gobierno podría ayudarles no obligándolos a hacer reservas. Basta con un oficio de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores.

El gobierno federal podría, además de apoyar a las familias en riesgo, cancelar proyectos improductivos (refinería, tren) para dar ese dinero a la gente que lo necesita, diferir el pago de impuestos, permitir la deducibilidad del 100% de las inversiones en el primer año que se hagan, condonar impuestos a quienes no despidan trabajadores o contraten a más, y una larga lista de etcéteras que circulan en los planes de rescate de todos los países… que se están tomando en serio el impacto económico del coronavirus.

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