El viernes pasado publiqué en Twitter un mensaje con un par de datos: “Estados Unidos vacunó hoy a 1,300,000 personas. México vacunó hoy a 3,706”. No agregué opinión o juicio alguno. Solo las dos cifras. Recibí miles de respuestas. Dejaré de lado la virulencia a la que estoy acostumbrado, la orgánica y la artificial, que es mucho más numerosa y a veces hasta hilarante. Importa poco. Lo preocupante de la reacción es la obstinada incapacidad de muchos de quienes simpatizan con el régimen de, primero, reconocer la ineptitud objetiva del gobierno ante la gran crisis de nuestro tiempo y, segundo, recurrir a la descalificación sistemática de quien sí se atreve, con la evidencia que ha dejado la tragedia, a ejercer esa crítica.

Enfrentados con las pruebas de la ineficacia del gobierno en el manejo de la pandemia, muchas de esas voces afines prefieren recurrir a la difamación. El ejemplo más claro es el inusitado ataque en contra de Laurie Ann Ximénez-Fyvie, autora de “Daño Irreparable”, el primer libro de los muchos que (uno espera y supone) se escribirán sobre las decisiones del gobierno mexicano frente a la pandemia, sobre todo de Hugo López-Gatell, el subsecretario de Salud. El libro de Ximénez-Fyvie no es perfecto. Hay descuidos en la redacción y decisiones editoriales que distraen, como las menciones frívolas al físico de López-Gatell. De ahí, en fuera, Ximénez-Fyvie ofrece un recorrido meticuloso de los pasos que llevaron a México al fracaso en la contención de la pandemia. Es una denuncia poderosa con argumentos y datos.

Por desgracia, los críticos de Ximénez-Fyvie parecen estar más interesados en descalificarla que en atender sus argumentos. En redes sociales y entrevistas, ha tenido que enfrentar ataques ad hominem que no por absurdos dejan de ser alarmantes. Y no porque puedan herir la susceptibilidad de la autora: a juzgar por su propia disposición al debate, ella no se arredra.
Preocupan por la facilidad con la que los críticos de Ximénez-Fyvie (y de muchas otras voces que han denunciado los errores del gobierno mexicano) incurren en falacias lógicas y otros atajos vergonzosos con tal de evadir lidiar con los argumentos y los hechos. ¿Importa más quién es Ximénez-Fyvie, su biografía, preparación académica y hasta supuesta inclinación política, o la evidencia que presenta? Si lo que se quiere es honrar la verdad y tener un debate responsable serio sobre las decisiones del gobierno en la pandemia, importan sus datos y sus argumentos. Si no, entonces el ataque cínico a Ximénez-Fyvie tiene otra intención muy distinta a la de enfrentar con honestidad y eficacia esta crisis sin paralelo.

¿Qué es eso que parece importar más que el diagnóstico honesto de los errores del terrible año que se ha ido? Como tantas otras cosas en el México de Andrés Manuel López Obrador, esa otra cosa es el poder. En año electoral, importa más cubrir flancos débiles al gobierno en año electoral que asumir una posición objetiva y crítica frente a la incompetencia presidencial y sus consecuencias. Es un fenómeno singular, sobre todo para hombres y mujeres progresistas que ejercieron la crítica de manera implacable y valiente ante las omisiones de gobiernos previos. Esa era y es la postura congruente si lo que uno realmente busca es el bien común, la buena marcha del país sin importar quién ejerza el poder. Si lo que uno busca es defender a como dé lugar la sujeción de las riendas del poder por el gobierno -incluso frente a la evidencia más clara de la catástrofe-, entonces muchos tendrían que quitarse la máscara. Eso no es crítica objetiva ni periodismo. Eso es activismo político. Activismo político con gravísimas consecuencias humanas.

La descalificación ad hominem de críticos del manejo de la crisis del coronavirus y la justificación recurrente de los tropiezos del gobierno son, en el fondo, una pena. Primero, por su cinismo. ¿Quién puede defender, por ejemplo, que el presidente López Obrador insista en aparecer sin mascarilla sanitaria incluso estando enfermo de COVID-19? También es lamentable, porque el linchamiento de la crítica hará aún más improbable una rectificación en el manejo de la pandemia. Si los defensores del poder se atrevieran a criticarlo, el poder quizá modificaría su conducta y reconsideraría su obcecación. De lo contrario, no habrá manera.

Mientras haya quien esté dispuesto a defender la catástrofe y a atacar a los críticos antes que atender a los datos objetivos y los argumentos, los artífices del daño irreparable seguirán durmiendo tranquilos. Algunos, incluso, en un palacio.

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