Lamentablemente las cosas no marchan bien en materia de empleo, algo que es más palpable en las zonas urbanas y en las principales entidades del país. Sería de esperar que el Distrito Federal, el Estado de México, Nuevo León y Jalisco fueran el motor del crecimiento económico, y con ello de la generación de empleo formal y bien remunerado. Sin embargo, la realidad muestra que esto no está ocurriendo.

Las cifras del Inegi correspondientes al mes de junio son claras y contundentes: en todos los casos mencionados la tasa de desocupación es superior al promedio nacional (4.8%). En el caso del Distrito Federal la desocupación supera el 6.9% y en el del Estado de México el 6.5%. A partir de ello se entiende el porqué la tasa de desocupación urbana casi llegó al 5.9%: las entidades que concentran la mayor actividad industrial y de servicios enfrentan un entorno económico y social que no les permite generar una cantidad suficiente de empleo.

Derivado de la situación planteada se puede inferir que la pobreza laboral seguirá incrementándose, básicamente porque la desocupación y la precarización de los salarios continuarán avanzando en los estados de la república que deberían propiciar mayor bienestar social. Para un país como México el tener capacidad productiva ociosa es un lujo que no debería permitirse, máxime con la pobreza y precarización laboral que se acumuló entre el 2007 y el 2012.

Si bien se puede observar que la desocupación nacional mantiene una ligera tendencia a la baja, también se debe enfatizar que ello no implica que exista una recuperación del mercado laboral. Para que la tasa de desocupación disminuya significativamente la creación de empleo debe superar el millón de plazas por año, es decir, debe acercarse a casi 100 mil por mes, una cantidad no vista en la historia contemporánea de México. Para que esto último ocurra se debe fomentar a la inversión privada nacional, otra variable que, nuevamente, no está pasando por un buen momento.

Acelerar el crecimiento económico debe ser un prioridad para México, antes de que Estados Unidos comience con la aplicación de una política monetaria más restrictiva y que ello implique un aumento en las tasas de interés. El aumento en la construcción de nuevas casas y el otorgamiento de permisos para construir en el vecino país del norte comienza a perder vigor para estabilizarse en rangos de entre 900 mil y un millón por año, menos de la mitad de lo alcanzado a fines de 2005, cuando comenzó a desinflarse la burbuja especulativa en el mercado inmobiliario estadounidense. El posible freno a la construcción debe verse con atención, y vincularse con la evolución sus manufacturas, cuyo reporte de junio también señala que algunos sectores industriales comienzan a crecer a tasas más modestas.

La dependencia de México respecto al ciclo económico e industrial estadounidense es innegable, por ello la urgente necesidad de revitalizar el mercado interno del país antes de que se presente un nuevo freno externo a la actividad productiva. Las cifras de la ANTAD son claras: a tiendas iguales el crecimiento acumulado hasta junio es de 0.2%, y eso que se compara con un 2013 en donde la economía no presentó una evolución favorable. Algo similar se desprende del Indicador Mensual del Consumo Privado que publica el Inegi: hasta abril su aumento acumulado de 1.4% es sinónimo de la debilidad en las compras familiares, aun de los aspectos más básicos: alimentos, ropa, calzado y transporte.

En un par de meses se comenzará a definir el presupuesto para 2015, y ello se hará con las llamadas reformas estructurales ya aprobadas. El desafío será lograr que dicho marco institucional de resultados en materia de crecimiento, empleo e inversión; todo sin incurrir en mayor deuda pública. Para que ocurra se deberá reactivar al sistema productivo nacional, pues de otra forma el alcance será limitado.

* Director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico

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