Mexicano regresa a su país para construir, junto con Alonso de Garay, el nuevo estadio de los Diablos Rojos. El arquitecto que pasó de un rancho en el norte de México, donde tuvo que estudiar tres años seguidos el mismo grado de primaria porque “no había nada más”, ha tomado la dirección de la firma de arquitectura JAHN, del reconocido Helmut Jahn. No es un director común. Es creativo, es diseñador, es administrador, es socio.

La firma de arquitectura que desde 1976 solía llamarse “Murphy/Jahn”, por las dos mentes encargadas de las ideas detrás de los proyectos, desde que Francisco González-Pulido ha tomado la dirección, se ha quedado solo con “Jahn”. Y si sigue con esa lógica, en unos años se llamará González-Pulido, pues tiene acordado que poco a poco el arquitecto alemán Helmut Jahn le cederá participación, control, en fin, el legado. Y eso, para algunos directores de empresa, es lo importante.

La firma ha estado ocupada en proyectos como el aeropuerto de Bangkok “sobre un suelo muy similar al nuestro”, la casa de bolsa de Shangái, el Deustche Post en Alemania (Bonn), entre otros proyectos de sus cuatro oficinas: Chicago, Doha, Shangái, Berlín.

Después de no ganar la obra del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México (ganado por Norman Foster y Fernando Romero), de haber quedado en segundo lugar en el concurso para la T2 (Terminal 2 para el AICM) el mexicano, con mucha experiencia en aeropuertos, se sacó la espina. “Si me preguntas, prefiero esto que un aeropuerto.” Se refiere al estadio de beisbol de los Diablos Rojos, que ha ideado junto con Alfonso de Garay. “Finalmente es para todo el mundo, no solo para quienes toman vuelos.”

Por otro lado, Francisco funciona a diferentes velocidades. No es el mismo el que dibuja o el que se encarga de todo un proyecto, hace que sus equipos cumplan con las fechas de entrega o tiene juntas con los socios de la firma de la que recientemente se ha convertido en director general.

Eco... ¿qué? Hace apenas unos años terminó de construir el nuevo aeropuerto de la ciudad de Bangkok. Aunque se llegó al objetivo y se realizó el proyecto como lo había diseñado, Francisco González-Pulido está consciente que la experiencia fue desgastante y muy costosa. Lo que había propuesto ya no lo volverá a hacer. Usar 400 mil pilotes de concreto que llegaran hasta el fondo del suelo, en una zona casi acuosa, no solo representó mucho dinero sino que tardaron muchos años tan solo para poner la cimentación. No se podía construir nada más si no estaban los pilotes listos. La lección fue aprendida.

“Eso fue hace ocho años”, me dice Francisco, como si fuera esa suficiente razón para no volver a hacerlo. Y quizá tiene razón. Lo de hace ocho años, para Francisco, es un aprendizaje para lo que vendrá adelante.

“Mi obra es altamente tecnológica pero muy expresiva. Muy racional, muy funcional, pero muy emocional al mismo tiempo. Está basada en principios de ahorro energético, optimización de sistemas, minización de recursos, y al mismo tiempo te hace sentir cosas”.

Cuando le menciono si es sustentable, me hace ver que el término está muy mal usado. “O lo sostenible”, con dobles comillas. Para su firma es más importante el impacto que la etiqueta. “Nos acaban de dar un premio muy importante. En un edificio después de 10 años de monitoreo ha ahorrado 83% de energía. No he escuchado de algún otro edificio que haga eso”.

35 East Wacker Drive. Después de hacer algunas obras para algunos particulares, el poco conocido joven Francisco González-Pulido en 1998 entró a concursar por unos de los corporativos más prestigiosos: PriceWaterhouseCoopers (hoy, PWC) en la ciudad de México. Lo ganó, “pero cuando vieron que era yo solo, que no tenía oficina, trataron de negociar conmigo de que me iban a poner una oficina y ellos se iban a encargar de la obra”. Aquello le pegó en el orgullo. Era su oportunidad de darse a conocer en el medio de arquitectos. “Esperaban que una personalidad lo ganara. Hasta cierto punto lo entiendo”.

El día en que , lleno de impotencia porque el cliente no construiría con él, Francisco fue directamente a un café internet, pues no tenía computadora y bajó las aplicaciones para ingresar a Yale, Harvard o el MIT. Quería salir de aquí.

“Me fui de México porque nadie me quiso escuchar. Hablaba de prefabricación, sostenibilidad, de reciclaje. Para mí construir un edificio es tan importante como deconstruirlo, porque yo no tengo un ego tan grande como para pensar que este edificio será eterno”.

Donde sí lo escucharon fue en otros países. Mientras estudiaba en Harvard, donde le ofrecieron una beca, se enteró de que dos de sus más admirados arquitectos se unieron para hacer algo que en ese momento llamaron “arqui engineering”; combinar dos disciplinas para lograr que realmente convivan las ideas de los ingenieros con las de los arquitectos. Incluso ir más allá, que la creación sea conjunta, no sea de un diseñador que le “avienta” el borrador a un ingeniero para que lo resuelva. Este modo de pensar le fascinó a Francisco González, así que los buscó directamente.

El despacho del que hablaba era Murphy/Jahn. Los encargados de proyectos enormes e incontables premios, unos consentidos de la ciudad e Chicago. A la cabeza estaba Helmut Jahn, el arquitecto alemán que en 1967 se unió a la firma Murphy Associates y logró que para inicios de los ochenta fuera renombrada con su apellido incluido. La historia se repetiría en 2012, pero para Francisco González, cuando a éste lo nombraron director general de la firma. Aunque su apellido aún no aparece en la tipografía del logo del edificio en 35 East Wacker Drive.

Un nuevo aeropuerto, por favor. Fue una petición sui generis. En lugar de que el gobierno federal hiciera un concurso abierto o una licitación, esta vez para el proyecto del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México, pidieron un “estudio de mercado”.

Realmente se trató de una competencia entre varios proyectos interesantes para la construcción del aeropuerto que debería tener capacidad para 60 millones de personas al año. La dupla ganadora fue la de Fernando Romero y Norman Foster.

Sin embargo, Francisco González-Pulido quedó muy extrañado en un principio, pues así como el de Norman Foster, su despacho, Jahn, es de los pocos con experiencia en aeropuertos. “Somos como ocho en todo el mundo”. Le extrañó que no lo invitaron en un principio, además, siendo mexicano.

En efecto, a las semanas, y por un estudiante que los puso en contacto, el arquitecto Francisco López Guerra le llamó para trabajar juntos. Les habían pedido a los participantes que incluyeran a un despacho internacional con experiencia en aeropuertos. Esta vez un mexicano llamó a otro mexicano.

La relación fue muy buena, el proyecto incluía innovaciones sostenibles, el diseño dio la pelea. Aunque estaba a gusto por trabajar en este proyecto, Francisco González se preguntaba “¿No era mejor permitirme participar desde el principio con mi despacho?”

Otro golpe a su orgullo personal. Se dio cuenta que debía darse a conocer más en su propio país, sobre todo ahora que Helmut Jahn se estaba dedicando a obra en Europa, él podría dedicarse más a Asia y Latinoamérica.

Y así lo ha hecho. Se encargará del nuevo estadio de los Diablos Rojos en la ciudad de México para Alfredo Harp Helú.

Reconocimiento. Fue cuando su proyecto para la torre de la banda irlandesa U2 quedó en los 18 preseleccionados. Las imágenes de los proyectos se expusieron de entre casi mil propuestas que llegaron. En ese concurso había participado también su ahora socio, Helmut Jahn. Su proyecto no quedó preseleccionado.

Ese día en la oficina en Chicago no se le veía de la misma manera al mexicano. Había llamado la atención de la prensa y de sus colegas con quienes convivía casi todos los días.

“Empecé desde abajo. Entré como pasante cuando ya había hecho mucha obra”.

Era el único mexicano en el despacho y logró ganarse con el tiempo la confianza de Helmut Jahn, hasta convertirse en director creativo y, ahora, socio y director general.

Hoy tiene el reto de manejar la firma de arquitectos. Ya no está arrastrando el lápiz para sus bosquejos de alguna nueva biblioteca, dormitorio estudiantil, aeropuerto, oficinas corporativas o lo que el cliente quiera.

También lo hace para administrar los proyectos, al personal, los recursos, el tiempo. “Estoy el 60% de mi tiempo en Chicago. El resto, en todo el mundo”. Con oficinas en Doha, Shangái, Berlín y Chicago, parte del tiempo está en los aviones, donde también se pone a dibujar en ese cuaderno que lleva siempre consigo.

*** Con el parque de béisbol de la capital del país, el reto no es sencillo. Es una obra que busca ser emblemática y que puede poner a Francisco González-Pulido, de nuevo, en el mapa de México

Aficionado a la música, Francisco González-Pulido tiene cerca de 20 amplificadores y pronto, como hobby, trabajará “en un proyecto interesante” con el baterista de la banda de Chicago Smashing Pumpkins.

Google News

TEMAS RELACIONADOS