El teléfono sonó dos veces, las mismas que fueron suficientes para despertar a Isabel Gil, los gritos que escuchó del otro lado de la bocina la alarmaron. Se incorporó de su cama y preguntó: “¿Quién es?”. La respuesta la heló: “¡Mamá, me tienen secuestrada!, ¡tengo miedo!, ¡dales lo que te pidan!”.

De inmediato pensó en su hija, que hacía prácticas profesionales en una empresa privada y que todavía no regresaba a casa.

La angustia le hizo creer que sí se trataba de Ana, por ello se convirtió en una víctima más de extorsión telefónica. 

El interlocutor cambió, Isabel no escuchó las súplicas de la joven, sino una voz grave que le ordenó siguiera al pie de la letra las instrucciones que le daría o de lo contrario mataría a Ana.

“Lo primero que me dijeron es que no colgara el teléfono de mi casa y me pidieron el número de mi celular, me dio miedo equivocarme y dar mal algún número, sólo quería que mi hija estuviera bien”, narró Isabel.

No pasó ni un minuto cuando el celular comenzó a sonar, ella no tuvo tiempo de buscar a su hija. La estrategia fue hábil, si Ana se trataba de comunicar con ella tampoco podría porque sus teléfonos estaban ocupados.

El hombre que le decía qué hacer fue puntual: “Queremos joyas de oro, si tienen computadoras y tabletas electrónicas, teléfonos, cosas de valor. No cuelgues, te iré guiando a la dirección donde dejarás todo lo que puedas guardar en una maleta, no intentes acercarte a una patrulla o pedir ayuda porque sabes lo que le pasa a tu hija”.

Una tableta, una laptop y joyería de la familia fue el botín que Isabel dejó en un predio ubicado en el barrio de Tepito una hora después del inicio de la llamada.

El trayecto también estuvo lleno de zozobra, porque el delincuente le decía que la estaba observando, que sabía en qué punto se encontraba. A ella no se le hizo raro que no le pidieran dinero, “no lo pensé porque el miedo paraliza”, contó.

Al dejar los objetos de valor en donde le ordenaron, preguntó por su hija, creyó que todo terminaría, pero entonces el hombre le indicó que fuera a un supermercado y comprara electrodomésticos, “ahí me di cuenta de que había sido extorsionada, pero no me importó, yo tenía mucho terror de colgar la llamada y que fuera cierto que tenían a Ana”.

Uno de los policías de la tienda departamental notó el semblante pálido de Isabel y de alguna manera se dio cuenta de que estaba siendo víctima de una extorsión, lo único que recuerda ella es que el policía le arrebató el celular de las manos y le colgó la llamada.

En ese lugar la ayudaron a contactar a Ana, cuando Isabel escuchó del otro lado de la línea a su hija, la pesadilla terminó.

La joven apenas había terminado sus actividades y también estaba preocupada porque las dos líneas en las que localizaba a su madre estaban ocupadas, se quedaron de ver en un punto seguro y de ahí ambas se tras­ ladaron de regreso a su casa.

Hasta ese momento la familia Gil no tenía un protocolo para resolver este tipo de situaciones.

“Uno no va pensando que le secuestraran a sus hijos o que les hablaran para extorsionar”, mencionó Isabel, pero a partir de ese momento crearon una palabra clave.

“Nuestro protocolo es muy sencillo, si preguntan por algún familiar decimos Julio de la O, y sabremos si es verdad o no que tienen a alguien, lo primordial es tratar de guardar la calma y no dar por ningún motivo datos personales, o gritar nombres de personas que conocemos porque ahí le damos poder a los delincuentes”, contó Ana.

Aseguró que no ha sido necesario implementar este tipo de seguridad. El día que fue la extorsión Isabel no denunció, ni siquiera se le ocurrió.

“En el momento estaba más emocionada por tener a mi hija conmigo que no pensé en ir a la policía, qué les iba a decir, además había entregado las pertenencias que me pidieron, creí que no tenía caso seguir con esa historia, únicamente quería descansar”, narró la mujer.

La reflexión que dejó esta experiencia a Isabel y a Ana es que toda la familia debe estar comunicada, saber en dónde están, con quién, a qué hora llegarán a casa y algún número de emergencia. “A veces uno miente o por desidia no avisa en dónde localizarlo, si desde el núcleo familiar aprendemos a confiar y ponemos una barrera a este tipo de delincuentes”.

Ana recomendó: “No alterarse, es lo primordial, hay que colgar el teléfono y buscar a nuestros parientes o amigos, también podemos seguirles la corriente a los extorsionadores, pero siempre tratando de encontrar a la persona que nos han dicho que tienen en su poder, reitero, ellos usan el miedo para conseguir lo que desean”.

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