Embellecer a la muerte es un trabajo que nadie desea realizar, porque conlleva un enfrentamiento con el final de los tiempos, sin embargo, “alguien tiene que hacerlo”, afirma Ernesto Núñez Vázquez al hablar sobre los 25 años de labor como encargado de servicios funerarios, trabajo que se debe desarrollar con mucho respeto y ética profesional.

Durante más de la mitad de su vida, Ernesto se ha dedicado a preparar los cadáveres para presentarlos durante las ceremonia de las pompas fúnebres. Su trabajo implica bañar, maquillar y vestir al difunto, situación que dignifica la despedida que sus familiares le ofrecen a un ser querido.

“Prácticamente atenderlos dentro del tiempo que dure la velación para mitigar un poquito la pena. Alguien lo tiene que hacer, me ha gustado el trabajo y, bueno, aquí estamos”.

Este oficio no era el sueño de Ernesto cuando era pequeño, pues aseguró que a nadie le gusta mantenerse cerca de la muerte, sin embargo, el amor a sus hijos y las eventualidades de la vida lo llevaron a obtener su primer trabajo en el área forense del Instituto Mexicano del Seguro Social.

Hasta el nacimiento de su segunda hija —cuando el primer pequeño contaba con apenas seis años— decidió dejar de lado el trabajo que hasta ese momento realizaba: llevar espectáculos a las escuelas, pues Ernesto trabajaba para empresas de publicidad y en las primarias se realizaban diversos proyectos para la diversión de los pequeños. Sin embargo, los recursos no eran suficientes para mantener a una familia de cuatro integrantes, para ello era necesario “establecerse más formalmente”. Cuenta que gracias a su esposa pudo ingresar a su nuevo trabajo, más estable, más serio, más lejano de la alegría para darle paso a una vida rodeada de la muerte.

Primer impacto. Fue todo esto lo que derivó en que su primer servicio fúnebre se convirtiera en un gran impacto emocional: “el primer servicio que me tocó fue de un bebé de ocho años que se ahorcó porque su padrastro era muy exigente”, afirma Ernesto, quien clava la mirada hacia un punto fijo, como quien recuerda eventos que hubieran ocurrido apenas unos minutos antes.

Era una casa de doble piso, el pequeño niño iba al catecismo y el esposo de su madre le exigía fuertemente que aprendiera todos los contenidos de la liturgia cristiana. Presionado por su padrasto, un día al estar solo en su casa el menor tomó una cuerda, la amarró de su cuello y se colgó para terminar con una vida, que acababa de comenzar.

Ernesto lo relata de una manera tan vívida, mientras sus labios tiemblan, su voz se agudiza y, en ocasiones, sus manos vibran.

“Cuando vi el cuerpo del niño se me vinieron muchas ideas, pensé en mi niño y en mi niña en cómo estarían, en si estamos haciendo bien las cosas como padres. Para mí fue algo impactante, lo primero que pude hacer cuando llegué a mi casa fue abrazar a mis hijos”.

Con cada caso que le toca atender, a pesar de tener muchos años de experiencia, en Ernesto continúa la sensación de impotencia por no poder ayudar a la gente que está sufriendo frente a él. Con el tiempo se han dado más casos, cada uno distinto, sin embargo, siempre recordará que los primeros días ya no quería regresar a la funeraria.

Pese a ello, el apoyo de sus familiares le dieron fuerzas para continuar enfrentando cada caso y mirar de diferente manera su labor.

“Buscas darle una preparación, una estética al cuerpo, porque los familiares se quedan con esa última imagen, quieren ver bien a sus seres queridos por última vez”.

La atención al familiar que brinda una persona como Ernesto conlleva un trabajo de hasta las 15 horas que dura un servicio.

Y aunque Ernesto no tiene una capacitación profesional con bases científicas, la práctica le ha dado la oportunidad de conocer más sobre el cuerpo humano, como la manera en que se descompone un cuerpo; cómo hacer suturas muy puntuales; o bien, la manera en que debe poner algodón en las fosas nasales y la boca para evitar que salgan los fluidos corporales.

Y es que para su trabajo es fundamental conocer diversas características relacionadas con el cuerpo, afirma al recordar un caso en el que atendió el cuerpo de un hombre de mediana edad, quien había muerto por diversas heridas de navaja, la mujer pidió que lo rasurara pero por error se le abrieron los puntos de sutura que tenía en el cuello, por lo que Ernesto tuvo que volver a coser el cuerpo a fin de poderlo presentar ante sus familiares.

Ese caso también fue tan impactante que dejó de comer carne cerca de dos semanas. “Para mí fue algo impresionante, los guantes me chorreaban de sudor, yo no podía”, recordó al describir perfectamente el cuerpo.

Un cadáver puede mover un pie, una mano o inclusive lagrimear, por cuestiones fisiológicas, lo cual ha podido aprender gracias a su experiencia y los cursos que ha tomado. Esto no implica que cuando se presentan los casos se tenga miedo, pues se trata de situaciones de las que tampoco están exentas las personas que trabajan con el cadáver.

Actividad paranormal. En una de las funerarias donde Ernesto ha trabajado, se tuvo que enfrentar a un evento sin explicación, el cual hasta la fecha le sigue erizando la piel y lo pone nervioso al relatarlo.

Durante una de sus guardias nocturnas, trataba de descansar, pero una luz al fondo del lugar lo hizo alertarse. Se trataba de una silueta blanca que se desplazaba lentamente, la lógica le dicto que se trataba de una iluminación externa, pero un gran estruendo lo hizo levantarse de su silla, prender todas las luces de la funeraria y caminar hacia el fondo con una linterna en mano.

“Cuando llegué al lugar vi las bases de madera donde ponemos los ataúdes que estaban cerradas y tiradas, pero no había forma, porque son pesadas y están en cuatro patas, no podían perder su equilibrio. Era algo ilógico. Cuando lo estaba levantando me cerraron la puerta, salí corriendo y en la mera entrada pude ver cómo regresaba la luz que vi pasar”.

Google News

TEMAS RELACIONADOS