El Gobierno de México atraviesa un difícil momento de su política exterior con la ruptura de las relaciones diplomáticas con Ecuador. No es una cosa menor, puesto que representa la falla en la adecuada interacción con otro Estado, uno de la región que más le interesaría fortalecer al presidente en turno. ¿Cómo leer el actual escenario? ¿Qué nos muestra este episodio de la administración de Andrés Manuel López Obrador?

Romper relaciones con otro país es el paso final en la degradación de las relaciones bilaterales entre estados. No es que sea un punto de no retorno, pero sí evidencia la incapacidad que las partes involucradas mostraron para resolver asuntos que les competía atender. Se puede romper relaciones por múltiples motivos, algunos más graves y comunes que otros, y las circunstancias en las que se llega a tal situación varían de caso en caso.

Para México, romper relaciones con un país no es una operación que encontremos recurrente en su política exterior. Lo anterior obedece, en gran medida, a la sana interacción, colaboración y comunicación que ha mantenido desde tiempo atrás con los demás gobiernos alrededor del globo. La frecuente y, en muchos casos, apremiante participación de las misiones diplomáticas mexicanas en foros y organizaciones internacionales ha permitido que la comunidad en el globo observe a nuestra nación como un actor relevante en la cooperación internacional, así como en fortalecer lazos, mediar entre conflictos y construir puentes.

Desde luego que la Ciudad de México ha discernido con otros gobiernos, pero la operación de los diplomáticos mexicanos ha servido en incontables ocasiones para reducir las tensiones con otros países y trabajar en conjunto para solucionar inconformidades. Esta acertada labor precisamente aminora las probabilidades de que el tema a discusión escale y peligre la continuidad de las relaciones bilaterales entre Estados.

Sin embargo, la situación actual dista de esa realidad. Es ineludible revisar las varias partes del panorama en la crisis diplomática con Ecuador. La irrupción a una embajada fue un acto temerario por parte del gobierno ecuatoriano, eso es innegable y debe ser atendido de manera apropiada y sin miramientos para sentar un precedente por si en el futuro otro país cae en esa práctica.

Atacar a una embajada significa violar una regla inviolable de las relaciones internacionales. La confianza entre México y Ecuador entraría a un torbellino del que no sabemos cómo evolucionará en el futuro próximo. Por ende, una de las enseñanzas que tenemos de este caso es la falta de comunicación eficiente y asertiva que presentaron ambas partes. En torno a nuestro país, la situación debe comprenderse como un foco rojo, es decir, la base de las relaciones sanas con otros países es la cooperación y la comunicación. Sin ambas, las probabilidades de un fracaso en las relaciones bilaterales aumentan y podrían incluso dañar gravemente a los países.

Para México, esta crisis se pudo prevenir. Más allá de las variadas interpretaciones que podía haber del estatus legal del exvicepresidente ecuatoriano, en las que obviamente difieren Quito y la Ciudad de México; sin voluntad de cooperar y de mantener canales efectivos y oportunos de comunicación, las inconformidades pueden alimentarse y llegar a casos extremos, como el que vimos en Ecuador. No queda más que aprender del craso error.

Google News