Hace 180 años se estrenó en París —la inminente sede olímpica— “Antígona”, la obra máxima de Sófocles. Por primera vez, la capital de Francia se deleitó con la representación, al estilo griego antiguo, de la grandiosa tragedia del helenismo y del teatro de Occidente.

Trece años antes, en 1841, Ludwig Tiek dirigió la obra —“de frescura de rocío matinal”, como diría Thomas de Quincey— con arreglos de Mendelssohn y traducción de J.J. Donner.

Antígona, el gran personaje del drama clásico, venía persiguiendo al “ambiente” cultural europeo desde antes de la Revolución Francesa, en la cual las mujeres jugaron un papel más trascendental de lo que muchos suponen todavía hoy.

La heroína griega fue hija de Edipo, rey de Tebas, y concebida por la madre de éste, Yocasta. Tuvo como hermanos a Ismene, Eteocles y Polinices. En el asedio a Tebas murieron Eteocles y Polinices. El primero recibió honores funerarios dignos de su linaje; al segundo se le negó la gallarda sepultura. La orden fue dictada por su tío, Creonte.

Argumentó que Polinices había cometido alta traición contra Tebas. Antígona se rehusó a dejar insepulto a su amado hermano. Fue castigada por desobediencia y condenada a ser enterrada viva. Antes de que se cumpliera la sentencia, la mujer que vino al mundo a compartir amor y no odio decidió suicidarse. Cuando Hemón, hijo de Creonte, asistió a ver el cuerpo sin aliento de Antígona —de quien está enteramente enamorado— se quitó la vida en un último acto de desequilibrio. Para Creonte el dolor no terminó allí. Eurídice, su mujer y madre de Hemón, también se arrebató existencia con la espada como instrumento.

Cuenta George Steiner que el aroma de Antígona se dejó sentir durante todo un siglo en Europa, “sin que haya una respuesta definida sobre esta predilección”. Y siguen, ahora, sus síntomas. Steiner, en “Antigonas”, arroja luz sobre el interés europeo en la gran pieza artística de Sófocles: “los derechos del hombre, como fueron proclamados en 1789, son enfáticamente los derechos de las mujeres”.

Hasta las tareas domésticas —dice— y la rutina de la crianza de niños han de reconocerse y recompensarse pues son instrumentos que aseguran la salud y el bienestar histórico de los Estados-nación.

“Es de suponerse que el programa de emancipación femenina y de paridad política entre ambos sexos, preconizado por la Revolución Francesa y sus simpatizantes utópicos y pragmáticos de toda Europa, hizo del texto de Antígona un argumento emblemático. La vida de muchas mujeres parece prestar apoyo a esa idea”.

Después de la Revolución Francesa, el argumento de Antígona se convirtió en un debate entre lo íntimo y lo público. Urdimbre entre la vida política y la vida histórica. Los tiempos en la condición humana cambiaron. Se alteraron las temporalidades internas, el orden de los recuerdos, y las perspectivas de las virtudes humanas.

Hoy las mujeres mantienen vigente la figura espectral de la heroína que se enfrentó al orden con obstinada y subversiva integridad por sus ideales: libertad, destino, autorrealización.

También en París, en 1900, Charlotte Cooper se convirtió en la primera campeona olímpica de la Historia al ganar el torneo de tenis. Chattie, como Antígona, abrió un nuevo debate entre lo doméstico y la fuerza externa del espíritu femenino. En 1896 no hubo mujeres en el programa olímpico; hoy su participación es equivalente a la de los hombres.

Twitter: @LudensMauricio

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