La idea de que a toda acción le sigue una reacción se basa en la tercera ley del movimiento de Newton que establece que, por cada acción, hay una reacción igual u opuesta. Esta última expresión no se aplica de manera literal en el contexto de las relaciones internacionales y/o en la política como lo hace en la física. Sin embargo, se pueden encontrar analogías para comprender mejor cómo funcionan las interacciones entre estados, actores internacionales y personajes en la esfera política, entre muchos otros. En esta administración y desde la mañanera, López Obrador y su círculo cercano tomaron hace tiempo la decisión de polarizar y dividir a los mexicanos entre buenos y malos. “Estás con nosotros o estás contra nosotros”. Se está con su transformación o se está contra su transformación. Sin medias tintas ni matices.

Es importante tener en cuenta que, aunque las dicotomías son útiles para simplificar y analizar conceptos o situaciones, a menudo la realidad es mucho más compleja y puede contener peculiaridades y graduaciones que no se ajustan perfectamente a una división binaria. Pese a que la realidad golpea todos los días la narrativa presidencial enmarcada en simulaciones y mentiras la ruta de colisión está trazada.

Tantos años implementando esta división para resaltar diferencias fundamentales y crear una distinción clara entre ellos y millones de mexicanos ha empujado al país a una delicada espiral de descomposición política y social. Los ejemplos sobran.

Uno de los más claros botones para demostrar la ley del movimiento de Newton, es la consecuencia de la permisividad abrazando a los criminales. Los diversos y cada vez más recientes hechos de violencia que tiñen al país de rojo y ya sin rubor alguno, la ejecución de precandidatos de diferentes colores partidistas en Chiapas, Colima y Morelos no deja duda alguna de la abierta intervención del crimen organizado en el proceso electoral. Sin un árbitro con credibilidad, un Estado arrodillado ante organizaciones delincuenciales que cogobiernan regiones enteras y el ejemplo de tolerar las corruptelas y los excesos del círculo presidencial no hay mucho margen para equivocarse en la predicción del desastre que se avecina.

La actual tensión política —natural por la cercanía de la elección—pero llevada al límite puede llegar a desencadenar una serie de consecuencias y dinámicas en diversas esferas que incluye por supuesto ya como un actor, la del crimen organizado. Cerrar los ojos ante el escenario es una colosal irresponsabilidad y un error de miras estratégico. El empoderamiento de las organizaciones delictivas constituye uno de los retos prioritarios de la próxima administración, la influencia de las mismas en ámbitos que no sólo están circunscritos al trasiego de armas y drogas, debe encender todas las señales de alerta. La combinación de las bombas de tiempo sembradas por López Obrador va a ser muy difícil de administrar para evitar su detonación en el último trimestre de este año de cara al 2025.

Si además le agrega la sistemática descomposición en la esfera de la seguridad con el protagonismo de los cárteles delictivos y sus intereses protegidos por los abrazos presidenciales, el resultado en el mediano plazo será muy adverso para el próximo gobierno.

Cosa de ver lo que una política de años de tolerancia, colusión y abrazos lograron en Ecuador.

¿Quién manda ahí?

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