Se une lo que está dividido. Los mexicanos estamos viviendo tiempos inéditos, y como nunca una sucesión presidencial nos había polarizado tanto.

Lo que debía ser una fiesta electoral, ahora parece una pesadilla. El candidato puntero en las encuestas ha sido el factor para colocar a los mexicanos en un clima de confrontación, al estigmatizar el dilema electoral como: “buenos o malos”; o “ricos o pobres”.

Y el extremo del caso, de que quién no está con él, son sus enemigos. Lejos está la teoría de las contiendas electorales, de que no hay enemigos, sino adversarios temporales. Nunca enemigos para toda la vida.

Recuerdo la victoria de Fox en el 2000, se le vio como una transición a la democracia, como una tersa y pacífica alternancia en el poder. Y que a partir de ese momento vendría una consolidación de la democracia, para que los mexicanos tuviéramos mejores estadios como una nación democrática y de pleno derecho.

Pero sucedió lo contrario. Llevamos al extremo el sistema electoral y ahora es una plataforma que le permite a los partidos que son controlados por una sola facción o un solo líder, convertir a estas organizaciones de “interés público” —porque las financiamos con recursos públicos y cuya misión es contribuir al engrandecimiento de la nación—, en verdaderas catapultas contra sus creadores: el Estado y la sociedad.

Pongámoslo de esta manera, los candidatos son un reflejo de la pluralidad de la sociedad mexicana, y sólo uno de ellos deberá alcanzar una pequeña diferencia en votos para resultar ganador. Lo más sano e inteligente que han inventado las sociedades “ni todo el poder, ni todo el dinero” a un solo hombre o mujer, sino ha creado balances institucionales y contrapesos legales. Si no hay contrapesos no hay democracia, y se pasa a la dictadura.

Entonces, ¿porque a uno de ellos, —como algunos están promoviendo— se le debe conceder a un candidato más allá, de la parte proporcional que le corresponde electoralmente? Eso es demasiado peligroso, tanto poder podría corromper al sistema democrático.

Entonces, el caso lo podríamos comparar a una familia, donde existen cuatro hijos, y donde los padres tienen que tomar la decisión, de a quién de ellos le delegarán la misión de administrar el negocio familiar en beneficio de todos.

En principio, los padres no van a delegar el patrimonio, por la estatura del hijo o hija; o por la edad. No. Lo harán en función —en ese momento— de las habilidades, capacidades y su buen juicio hacia los demás, esos serán los factores que pesarán en la decisión final de los padres.

Aquí, no habrá favoritismos, sino una decisión moderada y razonada sobre lo que es bueno para todos. Los padres conocen perfectamente las cualidades de sus hijos, y saben de lo que son capaces de hacer, incluso contra sus propios hermanos.

Bueno, pues. En ese dilema estamos los mexicanos a unos días de elegir quien será nuestro estadista para conducir a una nación, tan diversa y grande como es México.

Así es nuestra encrucijada. Cómo nunca tendremos en nuestras manos la decisión de quién gobernará México los próximos seis años. Y hoy, no veo muchas opciones en el horizonte.

Mi conclusión, es que sí hay alternativa entre los candidatos en la boleta electoral, que puede unirnos. Y ese es, el candidato Meade. El más sensato, el más confiable. Tan sólo pensar diferente en una opción asertiva, como es votar por Meade, me genera incertidumbre y desconfianza en el futuro.

Sería como condenarnos a pasar seis años con un fardo sobre nuestras espaldas. Por estas razones, invito a mis amables lectores a no tomar una decisión equivocada, o con resentimiento. Recordemos cuando alguna vez tómanos una decisión con enojo, y la señal inmediata que nos llega, es de arrepentimiento.

Varias sociedades en América, nos gritan y advierten: “mexicanos, no se equivoquen”, sabrán algo, o nos hablan al tanteo.

Diputado federal

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