Durante más de 50 años, El Choclo fue mucho más que una reparadora de calzado, fue más bien una pequeña fábrica de botas y zapatos a la medida, una tienda de originalidad en donde jamás se realizaron dos pares de zapatos iguales.

Cientos de pares de botas y zapatos se apilaron en la bodega de El Choclo, únicamente esperando que sus dueños los recogieran; el dueño del lugar, en ese entonces Mario Ramírez Herrera, decía con orgullo que su bodega siempre estaba vacía, porque cada par de zapatos que él realizaba salía de ahí inmediatamente, en los brazos de un nuevo cliente.

Con el tiempo, y debido a la excelencia de su trabajo, Mario se convirtió en uno de los personajes más populares y queridos de Querétaro; en su juventud tuvo el sueño de convertirse en cantante y gustaba de los tangos, por eso eligió el nombre de El Choclo para bautizar a su negocio, como aquella pieza del argentino Ángel Villoldo, considerada uno de los tangos más populares de la historia.

Mario Ramírez Herrera aprendió todo sobre el oficio de zapatero en la Ciudad de México, luego de trabajar en varias reparadoras de calzado. Posteriormente regresó a Querétaro y triunfó con su negocio propio. En los mejores tiempos de El Choclo, ubicado en  el cruce de las calles Independencia y Pasteur; posteriormente en Ignacio M. Altamirano, más de 10 zapateros trabajaban en esa reparadora de calzado, pues la demanda era tal, que Mario no podía realizar por sí sólo todos los pedidos.

Durante todo este tiempo, su hijo, César Tadeo Ramírez, aprendía con dificultad el oficio, “mi papá era muy malo explicando lo que tenía que hacer, tal vez como yo era su hijo era más difícil para él enseñarme, pero yo estuve siempre cerca, observando, cometí muchos errores, por su puesto, pero sentía mucha responsabilidad y me empeñé en aprender a hacerlo, y hacerlo bien”, comenta.

Años de oro

César Tadeo estuvo siempre junto a su padre, vivió de cerca los años dorados del negocio familiar, y cuando le tocó hacerse cargo de El Choclo, también vivió el descenso. Comprobó que el oficio de zapatero había sido degradado con el paso de los años, debido a la llegada de calzado hecho en serie, con menor calidad y a menor precio.

“Antes el trabajo del zapatero era respetado, tanto como el del médico, el del maestro, e incluso el del sacerdote. La gente valoraba el trabajo hecho a mano, valoraba que el zapatero era capaz de crear un calzado único, hecho para una sola persona en el mundo, y ese era el trabajo que hacía mi papá, era muy perfeccionista, tenía muy buenos clientes porque su trabajo era excepcional; mi padre llegó a realizar varios pares de zapatos para un par de presidentes de la República, gente muy importante. En El Choclo se hacía calzado a la medida y algunas reparaciones, pero la especialidad eran las botas hechas a la medida”, señala César Tadeo.

“Actualmente las cosas han cambiado mucho, la gente cree que un zapatero es sólo el que se dedica a reparar calzado, y en realidad un zapatero es el que crea desde cero cualquier pieza, que tiene los conocimientos para hacerlo. También ha pasado que los zapateros sólo quieren enseñarse a reparar, a coser o pegar suelas, y ya. No se tiene ese mismo amor por el oficio. Sé que aún hay personas que se dedican a crear zapatos a la medida, pero puedo decir, con toda seguridad, que ninguno de ellos lo hace con la pasión y con la calidad que tenía mi padre o la que tengo yo, señala.

César Tadeo es de los pocos zapateros en Querétaro que aún crea zapatos a la medida, tal y como lo hacía su padre. Durante muchos años se dedicó de lleno al negocio familiar, pero debido a los pocos pedidos, tuvo que dedicarse a otras cosas. Actualmente realiza pedidos de los pocos clientes que aún son fieles a El Choclo, por ejemplo, algunos empresarios, políticos y algunos toreros.

César comenta, con pesar, que ya nadie paga 5 mil o 6 mil pesos por unos zapatos hechos a la medida, “aunque sí he sabido que van a España y gastan 18 mil pesos en unas botas”, comenta César en medio de risas.

Calzado como guante

Aunque actualmente César tiene pedidos esporádicos, confiesa que la fabricación de calzado hecho a la medida, sobre todo botas, aún es su fascinación.

“Cada pedido que hago es un momento de completa satisfacción para mí, disfruto cada momento y soy muy perfeccionista, si un detalle no me queda como yo quiero lo deshago y vuelvo a comenzar”.

César cuenta con orgullo que durante toda su vida ha realizado zapatos y botas en perfectas condiciones, hechos completamente a mano y con una calidad excepcional. “En todos estos años nunca he conocido a un cliente insatisfecho, no es por vanidad, pero todos quedan muy contentos con mi trabajo. Aunque son pocas, aún hay personas que valoran la experiencia de tener un calzado único, hecho sólo para ellos, que les quedara como guante, como media, que está hecho para sus pies y no para los pies de alguien más”.

Hace 50 años, un par de botas a la medida realizadas en El Choclo costaban 500 pesos, y posteriormente mil 500 pesos, una gran cantidad de dinero para ese entonces; actualmente César cobra entre 5 mil y 6 mil pesos por fabricar un calzado único, hecho a la medida.

“El costo no tiene tanto que ver con los materiales, tiene que ver con mi trabajo, con mi conocimiento, con las horas que dedico a realizar un par de botas, tomar medidas, realizar modificaciones; ya muy pocas personas valoran eso; afortunadamente yo valoro mucho mi trabajo y nunca voy a regalarlo, ni a bajar la calidad”, comenta.

En la calle Ignacio Altamirano #24, casi en el cruce con la calle 16 de Septiembre, una finca todavía luce un letrero de madera que dice “El Choclo”, donde Mario Ramírez realizó sus últimos trabajos, y donde su hijo César Ramírez continúa con trabajos esporádicos. Un rincón en el corazón del Centro Histórico, donde el amor al oficio de zapatero, aún sigue vivo.

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