Ernesto Zedillo Ponce de León será recordado por ser el candidato presidencial exprés del PRI, electo por casualidad luego del asesinato de Luis Donaldo Colosio. Y su gestión gubernamental -la última del PRI en el siglo XX- quedará marcada por ‘el error de diciembre de 1994’, La Matanza De Acteal, el rescate bancario a través del FOBAPROA pero, sobre todo y sobresalientemente, porque con él comenzó la etapa de transición política en el país.

Considerado por politólogos y priístas como “el primer presidente no priísta”, Zedillo expresó todavía en campaña, el 30 de mayo de 1994, su deseo de “mantener diáfana la distancia que debe separar al PRI y al gobierno”, porque “los priístas no queremos un Estado que se apropie del partido, ni un partido que se apropie del Estado”, subrayó.

Ya con el poder en la mano, en la ceremonia de toma de posesión, reiteró: “Repito enfáticamente que, como presidente de la república, no intervendré, bajo ninguna forma, en los procesos ni en las decisiones que corresponden al partido al que pertenezco”. No lo cumplió del todo.

A tres meses exactos de asumir el poder, Ernesto Zedillo desató una de las luchas más feroces entre un presidente en turno y su antecesor. Equiparable, quizá, sólo con la mitológica enemistad de Calles y Cárdenas.

Salinas y los ‘candados’ del PRI. El mediodía del 1 de marzo de 1995, Raúl Salinas De Gortari -hermano de Carlos Salinas- fue detenido por elementos de la Procuraduría, acusado de ser "autor intelectual" del asesinato del secretario general del PRI, José Francisco Ruiz Massieu, ocurrido el 28 de septiembre de 1994.

La detención de Raúl fue la gota que derramó el vaso. Indignado por lo que veía como una persecución, el ex mandatario inició, “por honor”, una huelga de hambre en una sencilla habitación de una casa en la colonia San Bernabé, en Monterrey, Nuevo León. “Pido respeto a este ayuno y que se diga la verdad”, sostuvo.

Salinas de Gortari levantó el ayuno el 4 de marzo, luego que llegó a un acuerdo con representantes del presidente Zedillo. Hubo versiones señalando que el acuerdo era que SALINAS emprendiera un largo exilio y como gesto gubernamental se deslindaría a éste de cualquier participación en el Caso Colosio y de cualquier responsabilidad en la crisis financiera desatada por ‘El error de diciembre’.

Pero la lucha apenas iniciaba.

El PRI, por su parte, le tenía reservada al presidente una sorpresa.

Durante la XVII Asamblea Nacional, celebrada en septiembre de 1996, se aprobó poner ‘candados’ a la nominación de los candidatos del partido a la presidencia de la República y las gubernaturas estatales. Estos ‘candados’ -que terminaron con las aspiraciones presidenciales de José Ángel Gurría y Guillermo Ortiz, dos favoritos del presidente-, determinaron que quienes aspiraran a dichas candidaturas cumplieran las siguientes condiciones: acreditar la calidad de cuadro dentro del tricolor, haber ocupado un puesto de elección a través del partido y contar con una militancia de diez años.

A lo largo de todo el sexenio, Zedillo designó a seis presidentes del CEN del PRI (Santiago Oñate, Mariano Palacios Alcocer y Dulce Marí Sauri, entre ellos), con la delicada encomienda de revertir las disposiciones adoptadas en la XVII asamblea, es decir quitar los candados. Nadie pudo.

Y, entonces, se dice, el presidente perdió interés en la elección del sucesor.

Primeros pasos de la transición. El sexenio zedillista abrió el camino de la transición. Fue el primer presidente del sistema político mexicano en gobernar con un congreso de oposición. Respetuoso de los triunfos de sus adversarios políticos, no intervino al momento que el PAN ganó las gubernaturas de JALISCO (Alberto Cárdenas Jiménez), Guanajuato (Vicente Fox Quesada), Nuevo León (Fernando Canales Clariond) y Querétaro (Ignacio Loyola Vera). Lo mismo ocurrió en 1997, cuando el Partido De La Revolución Democrática, con el ya legendario Cuauthémoc Cárdenas como su abanderado, obtuvo la jefatura de gobierno del todavía Distrito Federal arrasando con el 48.09% de la votación, dejando en un distante segundo lugar al priísta Alfredo Del Mazo González, con el 25.6%.

Buscando sepultar el triste episodio de ‘la caída del sistema’, Zedillo también otorgó total Autonomía al Instituto Federal Electoral (IFE) y lo puso en manos de la sociedad civil. Los ciudadanos eligieron como primer presidente de este organismo a José Wooldemberg, un destacado académico que dio certidumbre y tranquilidad.

Para cerrar el círculo y sepultar el ‘dedazo’, el PRI organizó sus primeras Elecciones Primaras para elegir a un candidato presidencial. Una pasarela en la que participaron Manuel Bartlett Díaz, Roberto Madrazo Pintado, Humberto Roque Villanueva y Francisco Labastida Ochoa.

El diario español El País, de esta forma reseñaba el triunfo de Labastida en las primarias del tricolor: “México sepultó este domingo el dedazo, la directa designación de su sucesor por el presidente en ejercicio, en unas primarias, la primera designación democrática del candidato priísta, que no registraron impugnaciones susceptibles de modificar los resultados. El PRI refuerza su condición de favorito en las generales porque demostró su capacidad de movilización y la oposición ha sido incapaz de acordar la candidatura presidencial única que reclama la mayoría de los mexicanos. La militancia y la maquinaria del PRI demostraron disciplina y respondieron a plena satisfacción. Diez millones de votantes participaron en una jornada que mejora la imagen de un partido acostumbrado a decidir entre bastidores y a conveniencia de los grupos de poder y cacicazgos detrás del presidente y de la dirección del partido. Labastida, ex ministro del Interior del presidente, Ernesto Zedillo, a quien sus oponentes llamaron "el candidato oficial", ganó por carro completo”.

El PRI pierde elección presidencial. En las elecciones presidenciales del 2 de julio del 2000, junto con Labastida Ochoa, se presentaron cinco aspirantes más: Vicente Fox Quesada, por el PAN y el Partido Verde; Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, por el PRD en colación con el PT, Convergencia, PAS y PSN; Gilberto Rincón Gallardo por Democracia Social; Manuel Camacho Solís por el Partido Centro Democrático y Porfirio Muñoz Ledo por el PARM, aunque finalmente declinó a favor de Vicente Fox.

En una de las elecciones presidenciales más reñidas de la historia moderna, en la que tuvieron su lugar de honor la mercadotecnia (“Hoy, hoy, hoy”: Fox) y las descalificaciones (“Me ha dicho ‘la vestida’, me ha llamado mandilón”, le reclamó Labastida a Fox en el debate), el electorado fue testigo, por primera vez en casi 70 años, de la derrota del PRI.

Y el encargado de sepultarlo, con un gran retrato de Benito Juárez en el fondo, fue el propio presidente Ernesto Zedillo quién, en una jugada de último momento, arrebató el protagonismo a un apesadumbrado Labastida, para anunciar a los mexicanos: “La nuestra es ya una democracia madura… el próximo presidente de la República será Vicente Fox Quesada”.

De acuerdo con datos del IFE, Fox habría logrado el 42.5% de la votación total, dejando en segundo lugar a Francisco Labastida con el 36%.

El triunfo de Fox también se reflejó en el Congreso, pues por primera vez el PRI, con el 36%, ya no era mayoría absoluta, sino que compartiría fuerza con el PAN (38%) y hasta con el PRD (18%).

Para el PRI iniciaba una larga vigilia sexenal.

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