Naucalpan .— “¡Ya llegaron las tortas!”, grita Paola, haciendo un esfuerzo extra para que la frase sea clara, cuando llega al Palacio Municipal para comenzar la vendimia diaria.

Hace cuatro años, Paola perdió la voz y la movilidad en las piernas. Ella, que durante 15 años fue reconocida por su audacia sobre el cuadrilátero y era ovacionada por multitudes, ahora lucha para recuperarse completamente.

Mejor conocida como ‘Lady Cat’, la ruda-ruda-rudísima se presentó en distintas arenas de México y obtuvo más de 80 triunfos sobre la lona. Una máscara, un traje y botas de cuero negro eran su indumentaria.

Su vida cambió drásticamente cuando apareció por última vez en el cuadrilátero. Le aplicaron un martinete, llave también conocida como ‘rompe cuellos’ y que está prohibida. La dejó inconsciente e inmóvil por casi un año, lapso en el que también perdió la voz. Hasta la fecha se expresa con dificultad. Quienes trabajan en las inmediaciones del ayuntamiento de Naucalpan ya la conocen y entienden su grito para la venta.

Pese a que las artes del pancracio le dejaron huellas imborrables, Paola Montaño Nieto sueña con volver al ring. “Aunque sea una sola vez”, dice ‘Lady Cat’, con un gran dejo de nostalgia por la actividad que a punto estuvo de costarle la vida.

Mientras atiende a los clientes que llegan al puesto ambulante, comenta con dificultad cómo se inició en las artes de las llaves y contrallaves. Recuerda que inició a los 15 años, y duró otros 15 en la lucha libre, fue una “ruda itinerante”, que peleaba con entrega y disciplina en plazas y ferias del centro del país.

Cuando no puede expresarse más —ya sea hablando o escribiendo sobre unos pedazos de papel— saca de su bolso un número telefónico y pide que se le marque a otro luchador, un colega, para que brinde más detalles de su trayectoria luchística.

Se trata de ‘El Jeque’, el entrenador y representante de Paola. Refiere que sí era ruda, aunque aclara que su padecimiento es derivado de “un fuerte coraje que tuvo”, después de pelear contra ‘Corazón de Fuego’.

Gregorio Montaño, padre de la ‘Lady Cat’, contradice a ‘El Jeque’. En su relato revive cada momento en el que la luchadora ‘Corazón de Fuego’ dejó el bando técnico, aplicándole el martinete a su hija. La puso de cabeza y la tomó entre sus brazos para después dejarse caer de sentón sobre la lona.

‘Lady Cat’ perdió parcialmente la memoria, dejó de hablar y no pudo mover la mitad de su cuerpo por casi un año. Secuelas de la batalla.

Poco antes del mediodía, ‘Lady Cat’ llega al Palacio Municipal con todas sus cosas en un diablito para comenzar a vender. Con movimientos torpes logra desatar la cuerda, bajar la mesa, colocar un mantel y preparar todos los productos que diariamente ofrece y con los que sobrevive económicamente.

Tras el puesto es Paola y se atreve a gritar —a su modo— lo que venderá durante el día. Le compran las tradicionales tortas de mole, jícamas y pepinos con limón y chile, así como refrescos preparados con un costo de 20 pesos. Dice que no gana mucho con la venta diaria, pero sí más de lo que obtenía cuando era luchadora.

Tras despachar a uno de sus clientes, Paola se da tiempo para mostrar con orgullo lo que fueron sus utensilios de trabajo. El traje de piel negro entallado, la máscara del mismo color y con tonos vivos. Conforme los va sacando de la bolsa su rostro también cambia. Incluso acepta volvérselos a poner.

Encarga el puesto y va a los baños del Palacio Municipal. Cuando regresa es ‘Lady Cat’, para sorpresa de los burócratas que descubren la identidad oculta de Paola, la vendedora de tortas.

A cuatro años de aquel trágico desenlace, ella volvió a entrenar. Esta vez no lo hace en un ring, donde tuvo grandes glorias, sino en el jardín del ayuntamiento. Se acomoda la máscara, simula que sube al cuadrilátero y hace una serie de movimientos. Es de nuevo la ruda que lleva en el corazón.

Agita lo brazos, lanza al aire algunos monosílabos, se mueve de un lado para otro y finalmente posa para la cámara fotográfica de EL UNIVERSAL.

Tras la euforia que le causó ser esa luchadora, ‘Lady Cat’ también muestra las fotografías que aún conserva sobre los tres lustros de trayectoria en el pancracio mexicano. Esas imágenes son un gran tesoro, que cada vez que las mira le devuelven la vida, se ve en su mirada. Suspira, recuerda esas batallas.

Hoy la ruda tiene muy claro del peligro que corre si vuelve a subir a un cuadrilátero: podría fallecer por el trabajo en el que le pagaban mil pesos en cada presentación. Sin embargo, asegura no importarle, con tal de volver a sentir aquella emoción que a sus quince años la llevó a luchar contra todo tipo de rivales, y que hoy la tienen luchando por la vida.

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