"Hoy desperté con miedo mas no lloré ni reclamé abrigo,en lo oscuro veía un infinito sin presente, pasado o futuro;sentí un abrazo fuerte, ya no era miedo,era una cosa tuya que quedó en mí, que no tiene fin."

Cazuza

El amor es esa delgada y breve línea que une por un corto tiempo a dos y que pronto se transforma en otra forma de amor o quizá en otra forma de compañía; me refiero a aquello que nos exalta el alma, el corazón, el estómago; que nos hace abandonarlo todo por un manojo de sensaciones, las mejores que un ser humano pueda tener en la vida: las del amor romántico, las del vuelco en el estómago, las del deseo de estar sólo junto a esa persona, únicamente junto a esa persona, de ahí proviene La isla de tu nombre de Gabriela Aguirre; de ese lugar donde no existe más que el deseo, la ternura, las risas sin porqué de dos cuerpos hechos nudo literal y metafóricamente.

Amar es dar, se da todo por tener el gozo, la alegría de recibir algo que no se sabía que fuera posible que existiera, se recibe ese tanto, tan grande, que apenas cabe en el pecho; es ese estado, quizá el único incondicionado, fuera del comercio y de la mezquindad, porque se da nada, se da un sentimiento, a cambio de nada, de otro sentimiento:

"El blanco de la piel ajena,

los artefactos que te dictan los objetos:

todo es tuyo, de tus manos,

de tus ojos que prolongan las cosas

y me las devuelven."

El amor es como si, para acoplar un engranaje, un perno o una tuerca, estuvieran en la búsqueda sin fin de la otra pieza que hará que la máquina funcione; se prueba con una y otra arandela, con una y otra armella, hasta que aún sin lo untuoso embonan, entonces la maquinaria trabaja con la alegría de lo perfecto en una espiga en la que todo encaja: la rueda dentada que se ajusta a la cadena y permite el deslizamiento por terrenos lisos o inhóspitos. Los solos andan siempre en la búsqueda de esa pieza que sin conocerla está perdida y duele como una pérdida; algunos la encuentran pronto, otros no la encuentran; a algunos les dura poco antes de perderla nuevamente, a otros, los afortunados, les dura toda la vida.

En este libro, una de las piezas se pierde para siempre, se pierde lo físico pero permanecerá la sensación, el vuelco en el estómago por lo añorado como se menciona en el epígrafe: …

"En lo oscuro veía un infinito sin presente, pasado o futuro,

sentí un abrazo fuerte y ya no era miedo,

era una cosa tuya que quedó en mí, que no tiene fin, eso es lo que queda."

En La isla de tu nombre, las palabras caen, en cada verso, como un plan perfecto que nadie elaboró, que llega de ningún lado pero que se realiza sin preguntar, es la celebración del instante, esos momentos en apariencia insignificantes que terminan por tomar el lugar privilegiado de la historia. Fotografías nunca tomadas, nunca impresas, fotografías privadas que van trazando en la memoria el mapa de una vida:

"En la cajuela,

junto a los sombreros llenos de polvo,

una lata de té helado, un suéter verde."

Todo, se ama todo de una persona. Quizás más, aquello condenado a andar a salto de mata, escondido de las miradas torvas, de los oídos sordos; se nombra con amor profundo lo menos prestigiado de un cuerpo, se aman hasta los fluidos menos elegantes. Lo irremediable del amor es que encuentra la belleza en donde algunos dudarían que exista.

"A un hombre se le conquista por el estómago,

pero yo quiero tocar la retina

de la mujer que amo,

el riñón donde la orina se prepara,

el pequeño útero sin hijos."

Una buena parte de los poemas son trayectos en auto, salidas, paseos, viajes a la casa, de la casa a la playa y al interior de las protagonistas. Llenos de detalles, algunos versos parecen instrucciones al cinefotógrafo de hacer lentos acercamientos a objetos, a manos, a pedazos de cuerpo; casi todo transcurre en interiores pero siempre hay vistas al exterior: desde adentro se mira como a través de una ventana amplia en paneos horizontales, a través de gran angular o con telefoto para no alterar la normalidad de quien protagoniza la escena; algunos poemas me recuerdan ese gran cine de las últimas décadas del siglo XX (claro que me recuerdan a poetas que no nombraré, las torpezas que digo son sólo mías). Una de las cosas que más me gustan en la vida es el cine, es por lo que veo secuencias, películas que se repiten, que hacemos nuestras para representar recuerdos difusos en la memoria, que en el poema vertido en el soporte del cine, se construyen con más precisión que en la propia vida, esto, al parecer, es intencional en La isla de tu nombre, ya que el poemario cierra con un capítulo de un solo poema titulado “Pierrot el loco”.

En este poemario presenciamos la desnudez brutal de la autora al abrirse las entrañas, el alma, para regalar a través de versos, el privilegio de este sentimiento, que, dudo, alguien no haya tenido en algún momento de su vida; la poeta en su sensibilidad traduce el amor a la actualidad de nuestro idioma para que nos lo apropiemos, para que hagamos una fiesta de celebración en honor a los posibles e imposibles, los que fueron y causaron dolor pero dejaron esa grata sensación en el cuerpo de esa cosa tuya que quedó en mí, que no tiene fin.

Pasa como todos los días, que después de la euforia del abrazo, al desatarse los cuerpos lo único que queda es un enorme vacío, un abismo infranqueable que nos provoca un dolor tan profundo que ninguno físico pudiera compararse: la imaginación que viaja por los caminos andados y que procura imágenes bondadosas de la otra parte ahora sola, emprendiendo nuevos caminos o andando los mismos en otra circunstancia, sin la otra mano, sin la otra risa, sin el otro llanto que creíamos eran nuestros:

"Desde ahí, otra que también soy yo

va a un restaurante, observa el menú

y ordena una comida que no reconoce,

extendida como un plato,

delgada como una oblea.

La mujer que me acompaña eres tú

pero no tienes nombre

porque has venido de otro sitio."

De eso va La isla de tu nombre, de hechos diarios, de los detalles que nos parecen insignificantes en el día a día, de los gestos que quedan grabados para siempre: la manera en que se toma agua, en la que se lleva la cuchara o el tenedor a la boca, la manera en que se parte un pastel de fiesta, eso es lo que realmente es la otra persona, de eso está hecho lo aquello que se ama, detalles que finalmente son los que van construyendo una historia que marca la nuestra para siempre.

Del amor, el recuerdo que, como una vieja fotografía mal colgada en el ahora, permite reconstruir lo ido, lo otro que nos hizo la vida plena. Hacemos nuestra propia película tratando de recuperar lo inabarcable; con miedo en la mirada, iniciamos la nueva búsqueda, con el puñal que resplandece al sol, clavado en nuestro pecho.

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