“Ser ultra es ir más allá; es hacer la guerra al cetro en nombre del trono y a la mitra en nombre del altar; es maltratar lo que se arrastra; es arrojarse en el tiro de caballos para que vayan más de prisa; es censurar la hoguera porque quema poco a los herejes; es reprender al idólatra por su propia idolatría; es insultar por exceso de respeto; es hallar en el Papa poco papismo, en el rey poco realismo y mucha luz en la noche; es estar descontento del alabastro, de la nieve, del cisne y de la azucena en nombre de la blancura; es ser partidario de las cosas hasta el punto de ser su enemigo; es llevar el pro hasta el contra”. Víctor Hugo

¿Qué tan ultras somos? Ya sea como personas, como padres, como hijos, como hermanos, como amigos, como patrones, como subordinados, como colegas, como maestros, como alumnos, como profesantes de alguna religión, como militantes de una ideología o partido político, como seguidores de un equipo deportivo o fans de un grupo musical o género determinado, no podemos sustraernos de ser o haber sido ultras por lo menos una vez en la vida.

No puedo negar que yo lo he sido, y seguramente lo sigo siendo sin darme cuenta, quizá cuando se trata de los ideales en los que creo. Asimismo, reconozco que en mi adolescencia tenía una percepción equivocada de lo que significaba ser ultra. Pensaba que ser ultra era positivo, ya que relacionaba el término como sinónimo de una fuerza interior que me permitía defender mi posición ideológica y mis convicciones ante cualquier otra en contrario.

Afortunadamente, la ultranza propia de la adolescencia pasa, y cuando tuve la oportunidad de leer la obra completa de Los Miserables, encontré que Víctor Hugo define el ser ultra como una obnubilación del pensamiento, es decir, los que se dicen ultras son personas tan cerradas que no aceptan aquello que va más allá de su cosmovisión. El problema no es solamente que no lo aceptan, al no aceptarlo pierden plenamente el respeto por todo lo que no encuadre en su estructura ideológica.

Si lo analizamos con mayor detenimiento, en pleno siglo XXI, seguimos arrastrando un lastre de comportamientos ultras que a lo largo de la historia no han generado más que enconos, guerras, abusos y divisiones entre los seres humanos. Ejemplos tenemos en todo: desde las cruzadas hasta el ISIS; del comunismo al capitalismo en su concepción más liberal; de las colonizaciones a las inmigraciones de los colonizados; racismo y genocidios étnicos hacia todos lados; de la monarquía a la república o a las dictaduras redentoras, así como los hinchas, las barras y los hooligans, que más allá de apoyar a sus equipos, desatan violencia incontenible provocando que ciertos deportes dejen de ser aptos para disfrutarse en familia.

Por otro lado, no podemos negar que también en nuestra vida cotidiana encontramos familiares, amigos o conocidos que se distinguen por tener un comportamiento ultra, al momento en que emiten juicios de valor sobre los pensamientos, actitudes o actividades de los demás. Si lo analizamos, es una práctica más común de lo que podemos creer y en ocasiones resulta nefasto estar con alguien que se considera poseedor de la verdad absoluta, radicalizando sus opiniones y para quien todos están mal siempre.

Seamos menos ultras y obliguémonos a ser más abiertos y, por consecuencia, respetuosos hacia las convicciones, opiniones y acciones de otros. Ni todo el mundo conspira en nuestra contra, ni tenemos por qué conspirar nosotros contra los demás.

Abogado y catedrático de laUniversidad Anáhuac. @gmontesd

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