El autor inglés John Donne (1572 - 1631) fue súbdito de Elizabeth I, y su estilo narrativo ha influido a escritores de cuatro siglos posteriores a su muerte. En uno de sus ensayos, Meditación XVII, declara: “Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; están doblando por ti”.

Ernest Hemingway, premio Nobel de literatura 1954, se encontraba en España como corresponsal de medios americanos durante la Guerra Civil. Ahí escribió su novela Por quién doblan las campanas, cuyo título es un homenaje al poema de Donne. El nativo de Illinois amaba la cultura hispánica, tenía grandes amigos entre los republicanos y vivió en Cuba en 1951, donde se dedicó entre otras actividades a la pesca, que le inspiró su preciosa novela El viejo y el mar.
Hemingway fue testigo de la devastación de la guerra. De ahí que su novela hable del amor y la trascendencia de la vida, en lugar de centrar su mensaje en la realidad de la muerte.

No quisiera yo hablar de enfermedad y muerte, pero debo hacerlo en esta ocasión. No pretendo dar cifras macabras ni abonar en el terreno del miedo, que de eso se encargan otros. Mi intención es agradecer lo mucho que hacen los pocos que han asumido, en forma devota y alegre, el trabajo de apoyar al prójimo en necesidad.
El prójimo no es solo mi hermano, ni mi amigo. Es el otro ser humano, el que se encuentra cerca. El que sufre, goza, trabaja, canta o agoniza en un ámbito que me es conocido. El concepto que nos une como miembros de la humanidad proviene de la Biblia y está definido en los mandamientos, que para algunos son prohibiciones a las cuales hay que ver desde la lejanía y para otros son las bases de su existencia.

Conozco a cientos de personas bondadosas. He gozado de los frutos de su trabajo y agradezco a Dios su existencia. Son quienes dan de comer a los necesitados, los que siguen pagando a sus empleados aunque la empresa esté cerrada por cuarentena; los que organizan una reunión a través de una plataforma digital para acompañar a quienes están solos. Los que cada día dedican tiempo, talento y creatividad para editar videos que orienten a las familias para cuidarse mejor.

Enfermeras, médicos y personal de cada centro de salud han demostrado ser las columnas que sostienen la estructura social. Son quienes trabajan el doble de horas cada día, exponiendo su salud y equilibrio familiar. Son los prójimos que merecen un aplauso y algo más: cariño y reconocimiento.

El uruguayo Mario Benedetti escribió una serie poética llamada Próximo prójimo. El poema que lleva ese título dice: “Y está tu corazón / próximo prójimo / hermano a borbotones / ensimismado dócil triste exangüe / con terribles secretos en tu fondo / con tu ebria soledad acompañada // próximo / algunas veces lejanísimo prójimo / cuántos rostros me diste / me estás dando / sobreviviente atroz sobreviviente / de esta herida sin labios / de esta hiedra sin muro”.

El poeta mexicano Javier Sicilia afirma: “El amor abstracto vela el rostro del prójimo para sacrificarlo en aras de algo amorfo que se toma como absoluto. Cuando ese amor se vuelve el centro de la existencia, el que no pertenece a él pierde su condición de prójimo para volverse un enemigo. [...] En nombre de lo abstracto, un ser humano único, irrepetible e irremplazable, es degradado a rango de un ejemplar inferior”. Sicilia aclara que en cada guerra el soldado deja de ver al enemigo como su prójimo y lo mira como una célula que forma parte de una masa, un conjunto amorfo. Los individuos dejan de serlo.

Al ver a los otros, encontramos su mirada con la nuestra. Así, establecemos una relación de iguales, de prójimos. Es lo mínimo que debemos hacer para darle al mundo nuestra humilde contribución.

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