Han acusado al alcalde de Querétaro de no divulgar adecuadamente su programa de obra pública. La oposición está urgida y presiona. La ciudadanía espera.

A Roberto Loyola no le corre prisa: tiene claro sus tiempos y su ruta. Sabe que antes que termine su mandato entregará una ciudad y un municipio con mejoras urbanas al alcance de su presupuesto y de lo que concierne a su área de responsabilidad. Sin duda la ciudadanía habrá de comprobarla en su momento.

Loyola tiene frente a sí un crecimiento demográfico y una saturación del tráfico vehicular que escapa por momentos a su control. Los remedios que diseña serán paliativos para un incremento demográfico exponencial, pero por algo debe empezar.

En diversos puntos de la ciudad, la obra pública del municipio de Querétaro tiene acciones que obedecen a un programa de trabajo integral, con visión de largo plazo. Quizá sus opositores políticos no lo quieran ver así y no faltarán los detractores.

El tema de la reacción que provocó el proyecto del Jardín Guerrero es el mejor ejemplo para ilustrar lo que sucede. Algunos pensaron que entraría con maquinaria pesada a arrasar el jardín que en las últimas décadas ha vivido diversas modificaciones. En la mitad de los cincuenta existía una pista de patinaje y un kiosko —en sus altavoces se repetía una y otra vez la melodía “100 años” interpretada por Pedro Infante—.

Vecinos, oportunistas y algunos protestantes de todo, se opusieron a la obra, pero especialmente a que se derrumbara la fuente que se trasladaría a una de las entradas de Santa Rosa Jáuregui. El alcalde los sorprendió en un mitin que celebraban el domingo 4 de mayo por la tarde y les explicó el proyecto. Organizó una especie de plebiscito bajo una mecánica de modelo francés en forma de taller entre los interesados y los especialistas. Se concluyó que se quedaba la fuente.

¿Los ciudadanos ganaron? Es posible, cuando menos triunfó la participación ciudadana, la voz de la gente. El proyecto no se había socializado suficientemente.

Ahora Loyola se ha percatado de que su plan integral y con visión de largo alcance debe contar con la aprobación de los ciudadanos. Sus declaraciones son humildes y convincentes. Son otros tiempos.

Las imposiciones verticales y autoritarias, los albazos y las sorpresas, han quedado atrás. El aprendizaje para los gobernantes es permanente. Nadie llega sabiéndolo todo ni con la aceptación unánime. Loyola recibió una llamada de atención y fue lo suficientemente sensible a la opinión del pueblo.

Tampoco es una derrota para él, aprendió para siempre que la sociedad está viva y dispuesta a tener una presencia activa en los espacios de participación democrática.

Este país nuestro vive una paradoja: momentos de progreso y manchas de violencia inaudita. Camina a pasos lentos en una democracia viva y actuante que todavía debe perfeccionar sus formas electorales, pero espanta el coraje de los fanáticos que atacan los símbolos del poder, asusta la criminalidad irrefrenable, escandaliza la impunidad.

En Querétaro hoy vemos gobiernos con liderazgo y cercanía, constructores de las plataformas para el nuevo milenio, visionarias e innovadoras, pero los adversarios acechan. Los verdaderos enemigos de la paz social se agazapan en las nuevas formas de comunicación. Las redes sociales son el instrumento favorito de quienes se escudan en el anonimato para criticar, ofender y lo peor: crear rumores y terror.

Gracias a Facebook y a Twitter la gente deploró una acción del gobierno municipal y éste tuvo la sensibilidad de escuchar y rectificar. Que las redes sociales sirvan para bien —para escuchar las voces de los ciudadanos—, y no para quienes quieren sembrar la confusión, politizar los problemas y alterar la paz social que aún gozamos.

Editor y escritor

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