La semana pasada, el gobierno federal, en una medida para contener el avance de la bien conocida caravana, anunció un plan encaminado a proteger a los migrantes centroamericanos en el que se les ofrece acceso a servicios de salud, permisos temporales de trabajo e identificaciones temporales. Lo anterior, está condicionado de que se queden en los estados de Chiapas y Oaxaca y que hayan aplicado, conforme a la ley, al estatus de refugiado en México. La medida no fue tan bien recibida por los migrantes.  Para ese momento, más de mil personas de dicha caravana ya habían aplicado por la vía legal para obtener ese estatus. Hubo también un grupo que intentó cruzar al país de manera irregular y ya habían sido sujetos de sanciones administrativas, y repatriados. Esta semana tuvimos otra caravana que intentó cruzar de forma violenta al país. Así mismo, el grupo más numeroso de la caravana pretende pedir asilo, no en nuestro país, sino en Estados Unidos.

De entrada, cualquier ser humano que tenga un miedo fundado a ser perseguido y demuestre la incapacidad de su país a protegerlo, tiene derecho a pedir refugio en el extranjero. Cada país tiene derecho a determinar quienes cumplen con los requisitos para ser considerados refugiados. Legalmente, los integrantes de la caravana pueden pedir asilo en Estados Unidos. Políticamente, es bien conocida la postura de la actual administración. Muy probablemente la mayoría de estas personas no lo consiga. Esto traerá una serie de profundos y paradójicos retos para el país.

Por una parte, los ojos del mundo entero están puestos en este grupo de personas. Seguramente, el gobierno mexicano continuará con su política de estricto apego a la ley y de respeto a los derechos humanos debido a estas miradas internacionales.

Por otra parte, el país, y sobre todo los estados del norte, deben prepararse para desafíos como los que planteó el grupo de ciudadanos haitianos que se quedaron varados en la ciudad de Tijuana hace dos años, en espera del mismo procedimiento legal.

El papa Francisco no ha dejado de pedir a gritos que se le tienda la mano a los migrantes en distintos contextos y momentos. ¿Podremos atender a este grito sin dejar de considerar los retos que nos implican como sociedad? ¿Seremos capaces de tender una mano a los ciudadanos que efectivamente viven situaciones de violencia y pobreza tan delicadas sin perder de vista a aquellos que la viven día con día en nuestro propio país? ¿Tendremos la madurez social para asimilar a una comunidad tan numerosa de extranjeros sin dejar echar a andar los indicios de racismo que ya escuchamos de una parte de la sociedad? ¿Podremos evitar la violencia social en medio de situaciones complejas para todos?  Pienso en algunos países europeos que han abierto sus fronteras a migrantes y han tenido como resultado extrañas mezclas de solidaridad, xenofobia, positiva pluralidad, y radicalismo político.

Los ojos del mundo están sobre Centroamérica; sobre Honduras. Pero, sobre todo, los ojos del mundo están sobre México. ¿Cómo queremos responder como sociedad? Eso nos toca a ti y a mí decidir.

Rector de la Universidad Anáhuac de Querétaro

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