Ante gobiernos superados por el crimen organizado y con fundadas sospechas de ineficiencia y complicidad en muchos casos —junto con evidentes muestras de descomposición social—, la ciudadanía grita contra la violencia como referente que retrata el temor y la inseguridad que se vive en gran parte de nuestro México.

El lamentable escenario que se respira tiene, al menos, cinco constantes incuestionables: delito, corrupción, incapacidad, opacidad e impunidad. Este círculo vicioso, con otros agravantes, mantiene incredulidad ante las distintas autoridades.

No más palabras. Se piden hechos verificables, resultados concretos, cambios significativos. Se exige a quienes están obligados ante los gobernados. Este requerimiento abarca a quienes todavía están —a pesar de no haber respondido suficiente o satisfactoriamente a las necesidades— y a quienes ahora prometen en pos de algún cargo o puesto.

Crecen alarmantemente los indicadores de diversos ilícitos —robos, lesiones, homicidios— al punto que ha obligado a ciertos gobernantes a tener que reconocer una realidad cada vez más difícil de disfrazar.

Tenemos muchos ejemplos, desgraciadamente. Recordemos algunos.

Hasta mediados del mes pasado, iban 40 periodistas asesinados durante el sexenio encabezado por Enrique Peña Nieto. Así, el ejercicio periodístico ha enfrentado una de sus etapas más violentas por el número de agresiones y la impunidad que las han acompañado. Ha habido de todo: amenazas, agresiones, privaciones ilegales y asesinatos, aunque varios informadores estaban inscritos en los Mecanismos de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas. Por ello este país es considerado uno de los más peligrosos para el trabajo periodístico, en el que se reclama la verdad de lo ocurrido y permanece la obligación de la detención y castigo de los verdugos.

La ejecución de alcaldes también es reveladora. A principios de este año se tenían contabilizados 23 alcaldes en lo que va de la administración peñista, y la cifra ha crecido. No obstante, es importante recordar que durante el gobierno calderonista hubo 32 presidentes municipales asesinados.

La presencia criminal también ha cobrado la vida de sacerdotes. De acuerdo con información del Centro Católico Multimedial, ya son 21 los clérigos asesinados en lo que va de este gobierno federal priísta; seis de ellos fueron victimados en Guerrero. El obispo de Chilpancingo, Salvador Rangel Mendoza, afirmó: “No podemos tapar el sol con un dedo. No estoy de acuerdo con ese discurso triunfalista del gobierno federal, estatal o municipal de que tienen todo bajo control: sabemos que todo Guerrero está en manos del narcotráfico”.

Habrá que retomar, también, el comentario de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto; el Papa Francisco le había manifestado estar alarmado por la violencia que se vive aquí: “Él dijo que está muy preocupado porque lo que está pasando en México es insólito”.

Así podríamos continuar. Qué opinar sobre las agresiones y homicidios de diputados y ex diputados, funcionarios, dirigentes, regidores, candidatos y ex candidatos, defensores del medio ambiente; de los feminicidios, de los secuestros. Qué decir de todos aquellos que no tienen cargos, influencias o recursos suficientes —los que aunque griten no son escuchados—, frágiles ante quienes utilizan el poder y la fuerza de manera intencionada con la certeza de que nada les ocurrirá, no tendrán sanción.

Lo que se vive diariamente resulta indiscutible. Mueren unos y otros, dentro del absurdo, y crece el agravio y el reclamo de una sociedad molesta y defraudada que, además, experimenta una grave vulnerabilidad y teme la violencia de cualquier tipo.

No podemos acostumbrarnos al fracaso de la procuración de justicia; resultaría perjudicial aceptar como normales las expresiones violentas que atentan contra la salud pública y la convivencia social.

Los violentos no respetan, y no podemos renunciar a nuestro derecho a la indignación.

La presión, el deterioro y los peligros aumentan, por lo que romper el círculo vicioso es importante y urgente, pues, en buena medida, de ello depende la probabilidad de mejores días para todos.

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