La experiencia nos ha demostrado que cometimos un error al dejar que el automóvil se convirtiera en el eje rector de diseño de nuestras ciudades, pues  provocó el abandono y consecuente deterioro de los centros urbanos, el crecimiento descontrolado de la ciudad, la polarización y segregación de los diversos niveles socioeconómicos y la generación de vacíos urbanos que a la larga han sido el caldo de cultivo del que quizá sea ahora el problema más grave que sufrimos: la inseguridad.

Durante el siglo pasado, alrededor del mundo, la industrialización atrajo a inumerables familias del campo hacia la ciudad, haciendo que éstas crecieran exponencialmente y cada vez más personas de diversos ingresos pudieron acceder a la compra de un automóvil, lo que trajo consigo toda una transformación socioeconómica y cultural que por supuesto tuvo su impacto en la planificación de las ciudades americanas y que se replicó por todo el globo terrestre. Las ciudades se expandieron, se crearon suburbios donde el precio de la vivienda era más accesible y ofrecía la esperanza de una mejor calidad de vida, sin embargo, el equipamiento y servicios diversos se siguió concentrando en los centros de población.

Lamentablemente, esto trajo consigo una planificación urbana donde se perdió la escala de la ciudad, ya que el ser humano le dejó paso al automóvil como actor principal. Las ciudades se comenzaron a adaptar y planificar en función del auto y cada día se volvió más difícil el tránsito para quien no disponía de automóvil, que en nuestro país es la gran mayoría.

La deshumanización es un problema grave que actualmente afrontan la mayoría de las grandes ciudades en todo el mundo, generando problemas tales como deterioro en la salud por la falta de ejercicio, vandalismo, inseguridad, contaminación, pérdida de horas productivas debido a los continuos congestionamientos viales, accidentes de tránsito, y un largo etcétera de  consecuencias asociadas con la pérdida de la conexión del ser humano con su entorno.

Para hacer mejores ciudades se requiere diseñarlas con una visión integral enfocada al ser humano, donde nuestra principal preocupación no sea sólo el conductor de automóviles, sino el ser humano que habita, vive, camina y usa la ciudad, teniendo en cuenta que si queremos espacios vitales debemos proporcionar los elementos de planificación y diseño a la escala del usuario, que satisfagan sus necesidades primarias de movilidad, seguridad, sustentabilidad, pues la forma en que vivimos y desarrollamos nuestras capacidades, e incluso nuestra felicidad, tienen  mucho que ver con el entorno que habitamos.

El verdadero reto está en lograr una transformación radical en nuestras ciudades. Pareciera algo imposible de alcanzar, sobre todo cuando la inercia nos lleva a repetir patrones del pasado o la presión de la industria y el crecimiento poblacional nos orilla a establecer ciertas prioridades sobre otras. Sin embargo, esto es posible y se está llevando a cabo en varias ciudades alrededor del mundo, incluido México; pero es imperativo que permee en todos por igual desde los actores políticos y sociales que se encargan de la toma de decisiones respecto a la conformación de la ciudad hasta el ciudadano que la vive día con día. Al final, la ciudad la formamos todos, y como bien dijera Jan Gehl, arquitecto danés, en alguna ocasión: “Si haces más calles tendrás más autos, si haces más espacio para las personas, tendrás más vida pública”.

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