“Para la mayor parte de la historia, Anónimo era una mujer”

Virginia Wolf

Una de las razones por las cuales elegí Querétaro como el destino post universitario fue por la ciencia, la especialidad que quería estudiar solo se encontraba aquí. Mi experiencia como bióloga fue invaluable: laboratorios de ensueño, material y equipo de primer nivel disponibles 24 horas, mi mentora era una ingeniera en biotecnología brillante y paciente, que estaba haciendo su doctorado; artículos, libros, todo estaba a mi disposición, sin saber que aquello tendría un precio. Mi experiencia como mujer fue frustrante, casi al término de la tesis, un grupo compañeras y yo acordamos denunciar al Dr. Andrés C. Hernández (miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel Dos), quien era el encargado del laboratorio al que acudíamos, por acoso sexual, esperamos ya casi para presentar exámenes profesionales porque sabíamos, por palabras y experiencia de mi mentora, que él intentaría dañarnos de alguna manera, pues con anterioridad algunas compañeras intentaron exponerlo y él truncó su titulación. Expusimos a la directora de Facultad la situación que teníamos todas las mujeres del laboratorio de Biología Molecular de Plantas. Ella no solo expresó que exagerábamos, sino que no teníamos pruebas suficientes, a pesar de llevar pruebas fotográficas y correos electrónicos expedidos por él, en los que, con lenguaje depravado y nauseabundo, nos recordaba lo “afortunadas” que éramos al estar bajo su mando, lo agradecidas que debíamos de estar con él por habernos elegido como candidatas para desarrollar sus proyectos: En mi laboratorio no hay gordas ni feas, puras mamacitas, puros bizcochos como ustedes. La entonces directora de Facultad, hoy por cierto rectora de aquella universidad, nos explicó que así eran las cosas, los doctores se comportan de esa forma pues porque tienen el poder de hacerlo y que deberíamos de sentirnos halagadas por ser parte de aquellas mujeres que hacen ciencia que no son feas: Si se aplican, pueden llegar lejos usando sus talentos, finalizó nuestra sesión. Era 2012, nadie nos escuchó, la denuncia no procedió, las becas que Conacyt nos ofrecía por ser practicantes nunca llegaron a nuestras manos a pesar de estar dadas de alta en el sistema de la universidad y las investigaciones que hicimos se publicaron en revistas de prestigio en el mundo científico, sin hacer mención de ninguna de nosotras, es importante señalar que te pagan por escribir artículos científicos y que muchos doctores usan las tesis de sus alumnos para darlos de alta como artículos propios, no es frecuente que ellos citen al alumno plagiado, ni siquiera como una falsa cortesía. Mi tesis por ejemplo se convirtió en el artículo:

“Análisis Molecular de genes involucrados en la ruta de biosíntesis de antocianinas en Acaciella angustíssima. Dr. Andrés C. Hernández; et al”.

Mi nombre amputado se encuentra en ese “et al.”, que se traduce en el ambiente científico como “y otros”. Cuando salió el artículo, tenía un año de haberme titulado y un compañero del laboratorio en el que trabajaba se acercó para enseñarme el artículo: “Te aplicaron la de Rosalinda Franklin. Jajajaja”. Recordé que esa expresión se utilizaba con frecuencia en el laboratorio de Andrés, pero no me había cuestionado el origen de la misma. Al llegar a casa busqué quién era ella: Rosalind Franklin habría sido la verdadera autora de la famosa “foto 51” en 1950, que fue clave para demostrar cómo debía ser la estructura del ADN: la doble hélice, que hasta entonces era un misterio. La historia que nos enseñan en la escuela, la historia en infinidad de libros, incluso hoy en día si buscamos en Google sobre la historia de la estructura del ADN, nos cuenta que fueron dos hombres los que hicieron tal descubrimiento: James Watson y Francis Crick. Cuando la realidad es que ellos obtuvieron esa imagen porque uno de sus colegas de laboratorio, Maurice Wilkins, la robó de los archivos de Rosalind, así como parte de su investigación en la que detallaba mediciones y observaciones precisas sobre las distancias sobre elementos repetitivos en la molécula del ADN. Gracias al trabajo de Franklin y a sus aportaciones, los dos científicos construyeron el primer modelo correcto de la molécula de ADN, con una doble hélice, lo cual los llevó al Nobel de Medicina en 1962. Rosalind murió de cáncer a los 37 años y no fue mencionada en el discurso ni en las entrevistas realizadas a Watson y Crick en años posteriores.

Le comentaba a una amiga, Jessica, acerca del presente artículo, le expliqué que el objetivo es exponer cómo es que grandes investigadores, artistas, pensadores, políticos, deportistas, etc, insisten en anular la existencia de la mujer o de colocarla como un adorno despersonalizado, sin valía, sin capacidad creativa o de liderazgo. Jessica es coordinadora de Campamentos Tortugueros en Tamaulipas, su trabajo es preservar a la tortuga Lora. Me compartió cómo es que cada año, en cada temporada el mundo de hombres que existe dentro de Profepa, Marina, Semarnat, Conanp, le hacen notar que no están dispuestos a trabajar, aprender o colaborar con ella, por el simple hecho de ser mujer. “Recibí por parte de un inspector de Profepa comentarios acerca de mi posición como mujer al frente del campamento, me dijo que no entendía cómo había aguantado tantos años si este era un trabajo de hombres; me propusieron también empleo como profesora para que pudiera tener tiempo de ‘atender a mi familia, para que me casara y tuviera hijos, como cualquier mujer decente (...)”

Ingenuamente, al renunciar a la ciencia y dedicarme a la literatura, pensé que tal vez en este nuevo mundo no existía la anulación o la desvalorización de mis congéneres. Entonces leí en una entrevista para El País en 2018 de Vargas Llosa: “Ahora el más resuelto enemigo de la literatura, que pretende descontaminarla de machismo, prejuicios múltiples e inmoralidades, es el feminismo”. Y la historia se repite, pero de esto hablaremos el siguiente domingo querido lector.

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