El cine es un arte que a pesar de ser el de más reciente creación, tiene ya una historia de más de cien años, en los que se han dibujado un sinfín de posibilidades y temáticas. Desde su inicio, el cine ha recorrido diferentes momentos que nos remontan a la salida de los obreros de las fábricas en Francia, hasta las películas de ciencia ficción que nos muestran universos paralelos y viajes interestelares. Es así como encontramos un tema recurrente pero poco percibido, la juventud.

Esta pieza tan valiosa a los ojos de los hombres es la protagonista de incalculables películas, que si bien llevan sus propios tópicos, las historias al final transcurren alrededor de las pieles tersas y los años cortos, un tema que ha sido dueño de la mayoría de las producciones contemporáneas, dígamos de finales del siglo XX hacia acá.

Esta suerte de obsesión con la juventud no es cosa sólo del mundo fílmico, se puede observar en casi todos los rincones de nuestra sociedad, y ha causado el abandono a la representación de otras generaciones en el cine al no ser abordadas con la misma premura como con los jóvenes. Tal es la manía que existe al respecto que a lo largo de nuestra historia se ha buscado obtener la inalcanzable “eterna juventud”, ya sea en mitos, novelas, variadas obras artísticas y también en nuestro interés común: el cine. En películas como “El retrato de Dorian Gray” (The Picture of Dorian Gray, Albert Lewin, 2009), “El precio del mañana” (In Time, Andrew Nicco, 2011) o “El secreto de Adaline” (The age of Adaline, Lee Toland Krieger, 2015) podemos observar la exploración de este tema.

Esta cuestión no sólo ha causado el desplazamiento de las personas adultas hacia otros sitios en la sociedad, sino también dentro del imaginario colectivo de la misma. Al romantizar la juventud como lo hacen películas tan clásicas como “Rebelde sin causa” (Rebel without a cause, 1955), “Día de pinta” (Ferris Bueller's Day Off, John Hughes, 1986), “La sociedad de los poetas muertos” (Dead Poets Society, Peter Weir, 1989), “Romeo + Julieta” (William Shakespeare's Romeo + Juliet, Baz Luhrman, 1996), y otras más contemporáneas como “Las ventajas de ser invisible” (The Perks of Being a Wallflower, Stephen Chbosky, 2012) o “Bajo la misma estrella” (The fault in our stars, Josh Boone, 2014), nos hemos creado una expectativa de las vivencias que hemos de atravesar a las edades de los personajes, y de todo lo que ya habremos experimentado para cuando lleguemos a cierta edad, donde nuestro propósito en la sociedad misma se habrá perdido.

La falta de exploración de la edad adulta respecto a los temas que se tratan comúnmente en las películas protagonizadas por jóvenes como el romance, la aventura, el descubrimiento de uno mismo y sus pasiones, etc; no sólo parece ignorar los sentimientos y luchas de generaciones completas, sino ha provocado que nazcan roles de edad con ideas equívocas de lo que supuestamente deberíamos o no experimentar, no sólo en la juventud, sino en cada etapa de nuestras vidas.

De aquí viene la importancia de reivindicar los derechos de las generaciones, nuestros derechos a disfrutar cada fase a su propio ritmo, nuestro propio ritmo. Y no sólo disfrutar del tiempo sino también visibilizar estas cuestiones en la cinematografía, que es nuestro medio, como en filmes cual “Gloria” (Sebastián Lelio, 2013), “¿Bailamos?” (Shall We Dance?, Peter Chelsom, 2004), “Gloria Bell” (Sebastián Lelio, adaptación del 2018) o “Barreras” (Fences, August Wilson, 2016), y preguntarnos cómo es que debemos afrontar estos estereotipos, tanto jóvenes como adultos.

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