“Los abismos atraen…” 
Gravitación, Juan José Arreola

Quiero continuar con el tema que hemos desmenuzado desde hace un par de domingos para darle cierre, me gustaría hacerlo desde la literatura misma, cómo es que dentro de ella existe un canal de transferencia ineludible ante quienes la leemos, recitamos y declamamos, porque tal vez de manera inconsciente, somos lo que leemos.
Retomando a Poniatowska, en  2014 cuando gana el Premio Miguel de Cervantes, que  sólo ha sido otorgado a seis mujeres frente a 31 hombres galardonados, dato que brinda la misma Elena en su discurso de aceptación, en el cual además de compartir elocuentes experiencias en su extenso paso por la literatura, relata cómo es que ella aprendió hablar español: “Aprendí el español en la calle, con los gritos de los pregoneros y con unas rondas que siempre se referían a la muerte: . O esta que es aún más aterradora: Cuchito, Cuchito mató a su mujer, con un cuchillito del tamaño de él, le sacó las tripas y las fue a vender ¡Mercarán tripitas de mala mujer!” Luego nos preguntamos por qué normalizamos la violencia contra las mujeres, esta es una ronda que los niños cantaban en 1942, que no debería sorprendernos si entre la música que se baila y canta en 2021 resumen el mismo mensaje de violencia y misoginia. He aquí el poder de las letras y como permean en nuestro inconsciente.

Continuando con Elena, en su libro El amante polaco, describe en uno de los capítulos: “Estoy sola. No sé qué es el amor. Lo que me ha sucedido. El catre, la amenaza, el ataque nada tiene que ver con lo que leí en los libros”, esto haciendo alusión al abuso sexual que sufrió por parte de Juan José Arreola. De dicho abuso, Poniatowska tuvo un hijo. Cuando el libro sale a la venta, la familia de Arreola trata de limpiar su nombre, llamando a Elena irrespetuosa. “La respetuosa fui yo, la que nunca pidió nada fui yo, la que no volvió a verlo nunca fui yo, la que guardó silencio fui yo. Arreola jamás vio a mi hijo, jamás lo conoció, jamás lo mantuvo”.  Abrí el texto con una frase de Arreola sobre los abismos, pareciera que nos gusta abrazarlos ¿Alguna vez fue Arreola responsable de sí mismo? Parece que su talento y su inteligencia lo enseñaron a usar a los demás, como muchos escritores aprovechó su posición de poder.

Escribí al principio del texto, que ejemplificaremos brevemente cómo es que la literatura quedamente y de manera a veces imperceptible, se funde en el colectivo común y que es reflejo de muchas conductas e incluso constructos sociales. En la mitología griega, por ejemplo, existen dos mitos que me resultan de los más crueles, crueldad que surge de un común denominador: Las infidelidades de Zeus y la implacable venganza de Hera hacia sus congéneres por la traición de su esposo. El mito de Lamia nos cuenta que ella era una reina muy bella, hija de Poseidón. Zeus, al percatarse de lo hermosa que era, intentó seducirla, ella se negó rotundamente, y el dios supremo incapaz de aceptar una negativa por respuesta la amenazó de muerte. Lamia acepta ser su amante; tuvieron varios hijos y esto desató la furia de Hera, quien la maldijo primeramente transformándola en un ente quimérico: un ser mitad mujer y mitad serpiente, acto seguido la obligó a devorar sus propios hijos y como si no bastara, la diosa la condenó a no cerrar los ojos, de hacerlo, lo único que podría visualizar sería la imagen de la muerte de sus hijos proyectándose una y otra vez, de esta forma Lamia jamás podría descansar de su tormento. Zeus salió libre de culpas.

El segundo mito es el de Medusa, la mujer con cabellos de serpiente: Medusa dotada de una gran belleza, era una devota sacerdotisa de Atenea, diosa de la guerra y la sabiduría, dedicó su vida a rendirle tributo en sus templos. Los hombres al percatarse de lo hermosa que era, llevaban ofrendas al templo de la diosa, pero no para honrarla, sino para ver a Medusa realizar sus actividades diarias, las cuales las llevaba a cabo con disciplina, pues todos sus actos serían reflejados en la reputación de Atenea. Un día Poseidón se percató que su templo era descuidado por los hombres, pues preferían ir al de Atenea, solo para deleitarse con la belleza de Medusa. Poseidón y Atenea tenían viejas rencillas, así que se le ocurrió que, si seducía a la mejor de las aprendices, Atenea se sentiría sumamente molesta y herida en su orgullo, pues uno de los requisitos para ser sacerdotisa, era la pureza absoluta pues como ella, los aprendices debían permanecer vírgenes. Poseidón irrumpió en el templo cuando Medusa estaba por salir, ella trató de escapar, pero el dios la poseyó a la fuerza. Atenea al percatarse de tal falta condenó a Medusa: “Si no hubiera sido por tus actitudes exuberantes, que desvían a los hombres del camino de la virtud y de tu vanidad que te hace tan irresistible nada de esto hubiera sucedido, todo ha sido tu culpa, ensuciaste mi templo y mi nombre”, dicho esto, la convirtió en una górgona, que es la imagen que todos conocemos. Medusa padeció en el exilio pues descubrió que, si alguien la miraba a los ojos, este se convertía en piedra. Como vemos este mito refleja mucho a nuestra sociedad actual: las mujeres son víctimas de hombres y de otras mujeres que descargan su frustración en ellas: “si te violaron fue tu culpa, eso te pasa por vestir así de provocativa”; y los varones son aceptados como tiranos, violadores y desleales pues porque “así es su naturaleza” y “así son los hombres”.

En los textos de las últimas semanas, he querido mostrar las actitudes de los artistas que me gustan, autores que me llevaron a elegir el camino literario y que no dejo de admirar su obra y talento, mi biblioteca personal está repleta de sus obras, en mis talleres realizamos ejercicios de imitación de sus textos, no dejo de leerlos y maravillarme con su talento, pero no por todo lo anterior soy ciega ante sus actitudes misóginas y deplorables.

Una de mis tías me regaló el libro de Cartucho de Nellie Campobello, lo primero que pensé fue: “Esto es como Rulfo, qué maravilla”. Investigando, supe que mi más querido y admirado escritor habría leído Cartucho y que inspirado en esta magnífica obra, descifró el camino para su Llano en llamas y que, al preguntarle sobre esta situación en algunas entrevistas, él negó conocer la obra, negó el nombre de la autora…  (suspiro profundo) Ninguno se salva querido lector.

Cierro con un fragmento de Soplo de vida de Clarice Lispector, invitándolos a leernos a nosotras las mujeres, con la misma atención y reconocimiento que lo hacen con los hombres: “Escribo para nada y para nadie. Si alguien me lee será por su propia cuenta y riesgo. No hago literatura: sólo vivo al paso del tiempo. El resultado fatal de que yo viva es el acto de escribir. Hace tantos años que me perdí de vista que vacilo en intentar encontrarme. Me da miedo comenzar. Existir me da a veces taquicardia. Me da tanto miedo ser yo. Soy tan peligrosa. Me pusieron un nombre y me apartaron de mí…”

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