El Dr. Elnur Heyat vive en México desde 1991, a la edad de 18 años se fue de Azerbaiyán, cansado de conflictos políticos en su país; había venido de muy lejos, inicialmente como algo temporal que terminó convirtiéndose en una estadía permanente. Durante 21 años ha ejercido como médico con especialidad en neumología en la Ciudad de México, trabaja en el Hospital General Enrique Cabrera. Siempre ha sido reconocido por su buena labor en su profesión, pues más allá del diagnóstico certero, la característica que más lo distingue es su compasión, la empatía con sus pacientes, se dice que se la pasa animando a los más pequeños con cuentos sobre dragones y ogros malvados que representan el padecimiento que los acoge y ellos los superhéroes que deben vencerlos. En cambio, a los adultos internados los entretiene con sus historias de juventud, de los tiempos de un Azerbaiyán comunista y de cuando la Guerra del Alto Karabaj estalló con la caída de la URSS, la persecución de los armenios de la región y el cómo se vio obligado a huir, pues la sangre armenia corría por sus venas, dejando todo lo que conociera hasta ese momento, emprendiendo un viaje arduo y agotador, buscando residir en otro territorio donde estuviera a salvo, en ocasiones priorizar la vida se volvía una misión imposible.

Las imágenes de la guerra, el toque de queda, los constantes enfrentamientos militares, se repetían en la cabeza del Dr. Heyat mientras miraba por la ventana del hospital y veía una ciudad solitaria, con cintas amarillas de “PRECAUCIÓN” para evitar que la población hiciera uso de espacios públicos, donde toda persona que caminaba por la calle usaba cubrebocas y procura alejarse en la medida de lo posible de los demás, en el fondo de la sala se escuchan las noticias, “3 mil 777 casos nuevos confirmados de Covid-19”. Heyat se dirige entonces al segundo piso, donde se dispone a colocarse su equipo de protección, hoy habrá muchos pacientes con neumonía atípica que visitar: mascarilla N95, guantes de látex, doble par por si alguno llega a romperse, lentes y traje de seguridad, le lleva 20 minutos aproximadamente prepararse y se dirige a la zona restringida, a donde están las camas de los pacientes con coronavirus. Ese día le toca revisión a Jesús Ramírez, señor de 74 años de edad, padece diabetes mellitus tipo 1, lleva una semana en el hospital peleando con la enfermedad, el deber de Heyat es controlar el avance del síndrome agudo respiratorio sin existir un tratamiento específico, a la par que contrarresta las consecuencias de la diabetes. Heyat tan optimista como siempre entra a la habitación y se dirige a los ahí presentes:

—Buenos días a todos; señor Jesús, ¿cómo ha amanecido usted?

—Qué le digo doctor, mejor no estoy —dijo Jesús mientras tosía estrepitosamente—. Ya conocemos el desenlace de “personas de riesgo” como yo, doctor. Prefiero morir antes de que me metan unos de esos tubos en mi garganta y que un aparato respire por mí, no por nada soy un enfermo terminal.

—Paciente crítico es el término correcto Jesús, recuerda que toda enfermedad tiene dos posibles desenlaces, no se está considerando el otro escenario, donde su cuerpo regresa a un estado estable y duradero. No desprestigies mi labor colocando un sobrenombre que yo no he dado —Heyat mueve sus dos dedos índices en vaivén por encima de su boca para indicar que está sonriendo debajo de la mascarilla que trae puesta, lo que provoca la risa de los presentes.

—Doctor... ¿Cómo es morir? Usted es la única persona que conozco que ha estado tan cerca de la muerte, tal vez pueda darme más detalles sobre su experiencia.

—Bueno creo que ninguno de los que estamos aquí sepa la respuesta a tu cuestionamiento, sólo una vez estuve cerca de ella, durante el enero negro, en la masacre de Bakú, la capital de Azerbaiyán, cuando mis padres perdieron la vida ocultándome para que pudiera huir del país, sentí el miedo incontrolable, inclusive cuando llegué a México y ya no había peligro, que no importara lo mucho que lo intentase sabía que podrían estar ahí para asesinarme. Después de todo es normal sentir temor en situaciones así o como en la que ustedes están ahora, su cuerpo parece rendirse por la constante batalla diaria en la que se sumergen en contra de un enemigo que ni siquiera pueden ver. Creo que en realidad el miedo nos hace más fuertes y nos ayuda a actuar con certeza.

El doctor terminó sus labores médicas con algo de nostalgia por aquella plática. Más tarde, después de que la noche cayera, cuando el Dr. Heyat se disponía a descansar, recibe un llamado de urgencia proveniente del hospital, le notifican que la condición de uno de sus pacientes se ha agravado, se apresura a llegar lo más rápido posible.

Como si estuviera resistiendo hasta su llegada, al mirar llegar al doctor, con gran dificultad Jesús alcanzó a decir unas palabras: —No se preocupe doctor… ha llegado a tiempo... no importa si no logró mi recuperación, más que eso usted ha encontrado la cura para mi alma… ya no tengo miedo... gra... cias —con ello suspiró y la agonía se hizo presente en un espectáculo poco grato de presenciar, el final inevitable para Jesús había llegado, abandonaba su cuerpo, dejaba este mundo por causa de un paro respiratorio, como consecuencia del nuevo virus que había azotado a la población.

Heyat sólo pudo salir de la habitación con resignación, deseando que por un segundo todo fuera irreal, que aún pudiera volver al día siguiente a charlar con Jesús, iba caminando en dirección al vestidor cuando escucha la conversación de dos enfermeras, una de ella hablaba con algo de molestia.

—Y después de la cuarentena ¿qué? No creo que podamos volver a la normalidad, la economía será un desastre y luego el hospital, ese virus no se va a ir tan fácil, si permanecerá en algún lado, es aquí. Y el trabajo que eso conlleva, además agrégale el papeleo que tenemos que hacer para ratificar que la causa de muerte fue por Coivd-19.

Al escuchar esto Heyat no pudo evitar detenerse frente a la enfermera para decir:

“Aunque se perciban miles de muertes diarias, perder una vida frente a tus ojos jamás será sencillo, pues esa persona tenía conexiones terrenales, personas que le querían y mentes que recordarán las frases que dijo, las sonrisas que provocó, incluso las molestias que causó, las discusiones con los demás, sí, el mundo sigue girando sin ese ser, el resto puede continuar sus actividades cotidianas sin mayor problema, pero no se volverá a ver un alma como la de Jesús. Entonces después de la cuarentena guardaremos silencio, en memoria de los afectados que no pudieron seguir luchando, aceptaremos el dolor en nuestros corazones por las afectaciones y seguiremos viviendo, que nosotros tenemos oportunidad de continuar haciéndolo”.

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#Cuento| La esperanza de Heyat
#Cuento| La esperanza de Heyat

Sobre la autora

Viviana Trejo Becerra tiene  24 años de edad, es ingeniero en biotecnología de profesión, además de la ciencia, la escritura se ha convertido en su pasión. Cree que la literatura es la fuente del conocimiento.

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